La cosa no funcionaba.
Hacia bastante que había dejado de funcionar. Pero Paula tuvo la idea, que tal
vez si dábamos unos de esos paseos como antes, algo se podría recomponer. Era
extremadamente difícil en un par de horas se pudieran solucionar desencuentros
de años. Pero, ¿Qué se perdía con intentarlo?
Estábamos sentados uno
frente al otro. Nerviosos. No como cuándo éramos novios, era otro tipo de
excitación. Podría llamarse desconcierto. Haber convivido tantos años y no
conocernos.
—Señor ¿Qué le traigo?
—el
mozo me habló con aire formal.
—Dos cafés con leche ¿Querés
un pebete?
—Si—casi musito.
—Y un sándwich pebete de
jamón cocido y queso, gracias.
Estuvimos caminando un
buen rato por la avenida principal. Mirando escaparates y eligiendo dónde ir a
tomar algo. Elegimos una pizzería con aire moderno. Profusamente iluminada y
con una arquitectura fría e impersonal. Cuando éramos novios, hubiéramos huido
de las avenidas, y seguro, que el lugar sería más cálido y penumbroso.
—Está lindo este lugar.
—Si, es tranquilo.
—¿Estás cómoda?
—Si, vos sabés que yo me
arreglo—sonó dubitativa.
—No, si no te gusta,
vamos a otro lado.
Llegó el mozo con el
pedido y lo depósito sobre la mesa.
—¡No seas tonto! Estoy
bien. No nos vamos a ir ahora… lo que pasa…
—¿Qué?
—No le encuentro mucho
sentido a esto.
Otra vez comencé a
comparar. Las comparaciones son odiosas. Pero, en otros tiempos, el alba nos
encontraba charlando en algún cafetín de mala muerte. ¿De qué? ¡Quién se
acuerda! Seguro que de bueyes perdidos. Pero que importaba, el placer estaba en
estirar la charla. En estar con el otro, disfrutar de su compañía. Ahora, en cambio,
se le notaba la tensión en el rostro. Estaba esperando terminar el emparedado y
su café con leche para huir. No hacía ningún esfuerzo para llevar la
conversación.
—¿Qué te parece si
salimos a caminar un rato?
—Si, está lindo para
caminar.
—Lejos de la avenida…
—Si, mejor, tanta gente
me molesta.
Si, siempre le habían
molestado las aglomeraciones. Los encierros y las alturas. Más algunas otras
manías, que yo sistemáticamente pasaba por alto en nombre del amor. Es notable,
como ciertas manías que resultan hasta risibles, luego de una larga convivencia
llegan a ser molestas. Uno no vive pendiente de eso, pero cuándo aparecen
piensa: ¡otra vez!
—¿Y? ¿Le estás
encontrando el sentido?
Me miró con ese aire que
ponía cuándo está a la defensiva.
—Mirá, no empieces de
nuevo con esas bobadas…
—¿Te referís a abrazarte,
besarte?
—Creo que ya estamos
grandes…
—Para esas cosas…
—Si.
—Tranquila, solo quería
charlar, disfrutar—la miré un instante, todavía estaba tensa—yo sé que la cosa
ya no va. Solo me pregunto si alguna vez anduvo.
El silencio se volvió
espeso.
La peor respuesta.
Sin quererlo entramos en
el parque. A esa hora estaba vacío y silencioso. Dio la casualidad que
estuviéramos cerca de los juegos infantiles. Un tobogán, cuatro subibajas, un
carrusel, una calesita y varias hamacas.
—La arena se me va a
meter en los zapatos.
—Mujer, ¡antes caminabas
descalza por el pasto! —le dije calmadamente—los sacudís un poco después, y
listo.
Se acercó a una hamaca y
se sentó. La luz de la luna daba en su cabellera, aún larga, aún rubia, con
algún toque de ceniza.
—¿Me quisiste alguna vez?
—apremié
la respuesta.
Otra vez el silencio. Más
doloroso que cualquier respuesta. Dudaba. Estaba confundida.
—Parece que esto…
—No tiene arreglo—terminé
la frase.—Todavía nos entendemos, por qué no buscamos la manera.
—No hay manera. Vos
querés algo que yo no puedo darte—se notaba que estaba apesadumbrada—querés
volver el tiempo atrás, ser lo que fuimos… no se puede.
El desamor es como una
casa vieja. Cuando comienza la reparación, si estás en el tejado, seguro que se
revienta una cañería. Y si revisas la línea eléctrica, los problemas surgen en
el tendido de gas.
—Mirá las estrellas —levanté
la vista hacia la luna—y la luna ¡Que hermosa!
Miró un instante el
cielo. Después me miró, diría casi con lástima.
—Se nota que sos un
bohemio—me acentuó cada una de las sílabas—cuándo lo que importa es el dinero,
te ponés a mirar las estrellas. Ya no tengo veinte años para andar mirando las
estrellas.
—Cuándo te conocí,
tampoco tenías veinte años.
Pero yo creí que eras
más… más…
—¿Ganador? ¿Comerciante?
¿Adinerado?
—Si. Pero no te interesa
nada el dinero.
Lentamente estaba
derivando en lo de siempre. En un rato estaríamos discutiendo.
—Tal vez hubieras
necesitado un hombre más arrollador y práctico a tu lado—la miré intencionado—como
tu ex, que de paso te molía a palos…
—¡No tenés necesidad de
ser grosero!
Si… perdón.
Quedamos en silencio,
exhaustos y desalentados. Definitivamente, Paula no había tenido una buena
idea.
—¡Qué lástima! Está tan
limpio el cielo, tan linda la noche—hablé por decir algo.
—Vamos a casas—e paró—, y
te cebo unos mates.
Me senté en un subibaja.
En otras épocas, ella estaría en la hamaca y me pediría que la columpiara. Y
estaríamos horas riendo y mirando las estrellas.
¿Qué nos había pasado?
—Dale, vamos—me volvió a
hablar, desde la salida de los juegos—está cayendo rocío. Te vas a resfriar.
Era cierto. Sobre los
columpios y los otros juegos se podía ver una fina capa de agua. Y había
refrescado. Al menos tenía frío. En el cuerpo y en mi alma.
—Dale… vamos.
Ya estaba más lejos. Como
siempre, últimamente. Lejos.
Me refregué los hombros y
miré de nuevo las estrellas. La luna inmensa y gélida.
Me paré y comencé a
seguir a la desconocida que me estaba llamando.
3 comentarios:
"El desamor es como una casa vieja." ¡Qué buena analogía!
El amor nunca es como lo recordamos, la memoria y la nostalgia son trampas de la mente pues selectivamente recuerda lo bueno. El amor no se forza ni se deja, el amor es vivir en sintonía con el alma y el cuerpo.
Excelente! Como me ha hecho reflexionar
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