El
planeta Tierra se había convertido en una absurda paradoja. Vastas extensiones
desérticas lindaban con monstruosas ciudades, dónde el hombre se esforzaba por
recrear todo lo que había perdido del medio ambiente. Como en un edificio
inteligente, una mega computadora controlaba no solo todos los servicios
esenciales, sino también: la temperatura, la presión atmosférica, la humedad,
la velocidad y la dirección de los vientos, las lluvias, el oleaje y las
mareas; y todo aquello que por desaprensión o imprevisión ellos mismos habían
acabado.
Los
bestiales conglomerados edilicios yacían bajo enormes campanas protectoras.
Fuera de ellas ya no existían ni la flora ni la fauna, tal como se la hubo
conocido. Ni fenómenos climáticos. Los mares y los ríos (o lo que de ellos
quedaba) estaban enfermos de muerte.
Por
lo tanto, no podían engendrar vida. Ya no había bosques. Ni tundras. Ni valles.
Sólo una planicie arenosa, interrumpida por alguna que otra duna. La regaba de
vez en cuándo una lluvia ácida y espesa. Un clima caluroso o extremadamente
frío. Y bajo un cielo entre violáceo y color cobalto una atmósfera turbia y
venenosa. Ningún vestigio de vida.
Los
cambios sociales, políticos y económicos también habían sido abruptos.
El
fin de las ideologías había sido el comienzo de todo.
Extrañamente
los bloques antagónicos comenzaron a desaparecer. Todos los países del orbe
adoptaron la economía de mercado. Todos trataban de vender más. De privatizar
más. De eliminar los gastos superfluos, como la mano de obra sobrante. De bajar
los costos, los sueldos, los beneficios sociales. De automatizar los procesos
de producción.
Las
inteligencias artificiales reemplazaron el trabajo de miles y miles de
personas. Siguieron el proceso iniciado con la robotización.
Luego
devino un salto en los índices de desocupación.
Todos
trataban de vender al mismo tiempo, pero escaseaban los compradores. Los
métodos para comercializar se hicieron más y más salvajes. Espionaje
industrial. Maniobras espurias en las bolsas de comercio mundiales. Estafas
digitales.
Aquellas
megaciudades que llevaban la delantera en tecnología y economía se
agruparon en grandes bloques. Eran los bloques centrales.
Los
otros, los periféricos, se veían obligados a tomar préstamos para financiarse.
Pero como siempre iban a la saga, ni siquiera podían pagar los intereses. Los
grandes bloques económicos los obligaron a prendar sus riquezas naturales, a
hipotecar sus territorios nacionales. Así comenzaron a desaparecer las
nacionalidades; cuándo los bloques deudores fueron anexados por los poderosos.
En
esos tiempos sucumbió la política, tal como se conocía. Primaron los intereses
económicos. Lentamente los tecnócratas fueron tomando el poder.
Sólo
ellos podían manejar los avances tecnológicos.
Entonces
sucedió todo prácticamente al mismo tiempo.
La
escasez de trabajo devino en violentos reclamos, hambruna y pestes. Una de
estas cobró millones de vidas, antes que los científicos encontraran la razón
de tamaña mortandad.
Estalló
la insurrección generalizada.
La
ecología jamás había sido una prioridad para la sociedad de consumo.
Ahora,
mientras las enfermedades y el hambre diezmaban a la raza humana, mientras los
más terribles enfrentamientos armados quitaban el poco de cordura que quedaba;
el planeta Tierra envío las primeras señales del desastre que se avecinaba.
Las
aguas del Mar del Norte entraron en ebullición. Un gigantesco embudo lanzando
fuego y magma surgió a kilómetros del Ártico. Una gigantesca ola cubierta de
peces muertos y algas arrasó las ciudades costeras. Que jamás volverían a
levantarse.
Cantidades
inmensas de vapor se elevaron al cielo. Los lechos de los ríos y los mares
vomitaron muerte a raudales.
Los
sobrevivientes se agruparon con reminiscencias tribales. Por décadas lucharon
por recuperar su pasado esplendor. Reconstruyeron sus ciudades. Las aislaron
del hostil medio ambiente con escudos de poder.
Levantaron
sus pirámides, que recreaban el sistema económico caníbal que casi termina con
ellos.
La
biogenética, la agronomía, la veterinaria y todas las disciplinas científicas
lograron crear un paraíso artificial. Casi como de realidad virtual.
Todo
estaba allí como había sido.
Las
lagunas, cascadas y arroyos. Los montes, las quebradas y las colinas. Los
animales, aún los más exóticos, nacían por clonación. Los vegetales de mayor
tamaño y sin enfermedades ni plagas. Un sueño que lamentablemente no alcanzaba
para todos. Las leyes inmutables de la economía decían que para que algunos
gozaran de aquellos privilegios, otros muchos tenían que joderse.
En
los sórdidos arrabales. En las entrañas de aquella megaciudad, dónde
todas las noches caían por sus sucias cañerías los excrementos y deshechos de
los más afortunados; hordas de desarrapados luchaban por vivir un día más. No
podían imaginar más futuro que las próximas horas que le tocaban sobrevivir.
Algunos
rescataban de los canales, dónde flotaban las inmundicias, aquellas cosas que
podían malvender. Otros arriesgaban lo poco que le quedaba de vida reciclando
materiales radioactivos. Los más malvivían delinquiendo.
Los
afortunados no manejaban dinero.
Dentro
de sus cerebros tenían unas pequeñísimas plaquetas de silicio, plasma y células
cerebrales modificadas. Se los llamaba biochips, estos estaban de alguna
manera conectados a la mega computadora que manejaba absolutamente todo
dentro de la Corporación. La llamábamos cariñosamente MEGAN. Ella
monitoreaba todas nuestras necesidades y nos creaba unas cuantas más.
Dentro
del biochip se encontraba toda la información del sujeto: código de
trabajador, aportes sociales, aportes médicos, aportes corporativos (diezmo), y
cualquier otro concepto deducible.
La
historia clínica, antecedentes familiares, mapa genético, currículum vitae,
trabajos realizados y, por último, los créditos salariales.
Los
que podían acumular créditos en sus biochips, luego los utilizaban para
sus necesidades básicas y de las otras. Por ejemplo, la adquisición de algún
modelo de biochip más avanzado, con más y mejores aptitudes (apt).
Estas aptitudes aumentaban los conocimientos, pudiendo acceder al banco
de memoria de MEGAN. Otros desarrollaban los medios cognitivos o los
sentidos de manera inaudita. Muchas de aquellas personas coleccionaban aptitudes
para ir modificando por completo su mente. Eran los opulentos, a los cuáles no
les faltaba nada en absoluto, y por extraño que pareciera, esta placidez y
falta de desafíos los llevaba a la abulia sexual, a la insensibilidad emotiva,
a dejar valorar las cosas más sencillas. Necesitaban cada vez implantes, más
avanzados, que los hiciera oír sonidos lejanos, vibrar al contacto de las más
fina de las lloviznas, encontrar la más recónditas de las texturas en su
paladar.
Bastián
tenía esos problemas. Exactamente inversos. Jamás podía acumular créditos, más
bien era experto en solicitar adelantos, en estar sobregirado de débitos.
En
esos casos, a diferencia de los más acomodados, los que no podían ordenar sus
economías corrían serios riesgos de caerse del sistema.
Literalmente.
Los
biochips registraban todos los ingresos y egresos. Cuando se convertía
en deudor crónico, el banco de datos financieros de MEGAN iba
decodificando cierta información que llevaba a la desconexión. Estar
desconectado significaba lisa y llanamente pasar a forma parte de las hordas
que patrullaban los subsuelos de aquel lugar. Lejos de sus pirámides
relumbrantes, de sus comodidades artificiales.
Cerca
de la muerte en vida, del dolor y la pestilencia.
En
el caso de Bastián había recibido una amonestación. Una última oportunidad de
redención. Debía efectuar ciertas tareas extras para la Corporación sin
cobrar un solo crédito de más.
Tenía
un miedo irracional a una especie de mito urbano. El de los desconectados.
No sólo los que tenían problemas económicos podían desaparecer. En algunos
casos aquellos que se oponían a ciertas normas de la Corporación también
habían desaparecido.
Se
decía que los trasladaron… pero los rumores hablaban que caer en
desgracia con alguien importante era la muerte en vida.
Inclusive
los ascensos, llegar a formar parte del exclusivo círculo de Los Mayores, podían impulsar más de una caída. Siempre
alguien comentaba que había conocido a un vecino que un buen día desapareció
sin dejar señales en su camino.
Pero
Bastián estaba seguro que eran estúpidas mentiras.
Como
esos viejos cuentos infantiles o como los miedos atávicos infundidos por
ciertas religiones. Cuánto más lo analizaba, más se convencía.
La
mente racional de Bastián, de psicoterapeuta se lo confirmaba.
Pero
aun así tenía un cierto resquemor.
Uno
de los motivos que le hacían dudar era la falta absoluta de ancianos en la
sociedad. Se decía que la Corporación los tomaba bajo su cuidado. Pero
era extrañísimo que uno nunca se cruzara con uno en ningún lado. Sea lo que
fuere, el temor estaba.
Él
no quería ser desconectado.
Terminaba
de escuchar los últimos acordes del himno de la Corporación, y rompiendo
filas, se dirigía a cumplir con la penalidad que le habían impuesto.
Pese
a los avances en el campo de la psicología y la cirugía que habían subsanado
muchísimas disfunciones cerebrales, algunos organismos rechazaban los biochips.
En
otros casos directamente, sin saberse los motivos, no surtían ningún efecto.
Los sujetos seguían con sus conductas enfermizas, tenían sus propias ideas anárquicas,
sus propios pensamientos independientes, sin que MEGAN pudiera
influirlos.
Eran
los casos de locura irreversible.
A
Bastián le tocaba investigar porqué aquel tipo no respondía al tratamiento.
El
sujeto en cuestión tenía severos rasgos paranoicos, con delirios persecutorios
y algunos arranques místicos. Todo un caso clínico.
El
lector de MEGAN estaba corroborando mi identidad, leyendo las
características personales a través del análisis de los impulsos cerebrales en el
biochip.
—Buenos
días, doctor Bastián—todavía la voz de MEGAN sonaba metálica e
impersonal dentro de su cerebro—, su paciente le espera en el tercer subsuelo,
Sector Amarillo, consultorio 328, gracias.
El
consultorio era una amplia sala ovoide dónde predominaban los colores
amarillos. El lugar de trabajo tenía un cómodo sillón cerca de un escritorio,
con una pantalla holográfica y los controles al alcance de la mano. Enfrente en
otro sillón, apenas reclinado, estaba el tipo sujeto con unas suaves ligaduras
que se parecían el obsoleto neoprene. En realidad, era un material híbrido; una
mezcla de mineral, plasma, polímeros y otros elementos secretos que tenía una
notable versatilidad y resistencia. Sus usos eran ilimitados y se lo conocía
como plasmodium. Este material cambiaba su forma, densidad, color y
transparencia, según se necesitara.
—MEGAN,
¿puedes
liberar al paciente? ¡Ah!, y desconecta los biochips, aísla la sala.
-—Doctor,
¿el suyo también lo desconecto? —preguntó MEGAN.
—Momentáneamente.
—Doctor…
¿Cuánto tiempo?
—Digamos,
una hora MEGAN —ordenó.
—Doctor
Bastián ¡Muchas gracias! —el hombre lo miraba con gesto de gratitud
sincera. Dio unos pocos pasos inseguros y luego se me quedo mirando con gesto
intrigado.
—¿Cómo
durmió anoche Octavius?
—No
muy bien doctor ¡Ellos vinieron de nuevo!, quieren saber… doctor… no me dejan
dormir… yo…
—Un
segundo, amigo, un instante—trató de calmarlo—, ¿tomó la medicación? ¿Quién lo está
vigilando?
—¡No!,
doctor, no lo llame… él está con ellos.
El
tipo estaba empeorando. Su paranoia lo llevaba a ver un enemigo en cada persona
que estaba a su lado. Tenía que cambiar de tema, tenía que ganar su confianza.
—Doctor
¡Ellos saben!, del proyecto, pero ignoran los procesos claves. Entonces por las
noches vienen y me torturan, me interrogan… ellos… ellos…
—¡Octavius!
¡Estoy tratando de ayudarlo! —debía de utilizar el principio de autoridad— ¡Yo
le permito desplazarse libremente! Estoy tratando de entender su problema.
¡Nadie aquí es su enemigo! Todos nos esforzamos por ayudarlo.
El
hombre parecía apesadumbrado. No respondió a mis dichos, pero tampoco se alteró
más.
—Escúcheme
Octavius, he logrado que MEGAN aísle este lugar, que nos desconecte.
Estamos en un clima de intimidad. Usted está protegido por el código ética de
mi profesión, todo lo que diga quedará entre estas cuatro paredes, ¡Se lo
prometo!
Pese
a las garantías que le ofreció, sabía que ante un desborde del sujeto MEGAN podía
actuar por su cuenta. Pese a estar desconectados ella sabía todo lo que ocurría
en todos lados, no solo en esa sala.
El
tipo tenía un severo cuadro de paranoia y delirio persecutorio.
En
estos tiempos era un síndrome prácticamente inexistente. Entre los
medicamentos, los implantes y las clonaciones no había patología, por muy grave
que fuera que no se pudiera corregir.
—¿Por
qué no nos relajamos? ¿Por qué no conversamos un rato? —le
propuso con voz calma.
—¿Usted,
quiere escucharme doctor?
—Su
autocontrol está mejorando, Octavius sino no lo hubiera liberado—seguía
persuadiéndolo—, ¿de qué quiere hablar?, lo escucho.
—Recuerdo…
¿doctor que a usted le gusta el arte, la historia? ¡Como a mí!
—Ciertamente.
—Pues
bien, doctor, voy a hablarle de mis obsesiones, y ello tal vez nos lleve cerca
de nuestros gustos—Octavius hablaba como ante una cátedra.
—Adelante…
—La
luz, doctor… la luz es mi obsesión—dejó la frase misteriosa flotando en el aire
unos segundos, antes de añadir—, las investigaciones científicas sobre la luz
se acercan a un terreno en que las metáforas poéticas se entrechocan con las
descripciones matemáticas, produciendo una imagen del Universo, de la materia,
de la energía y, especialmente, de la luz, que desafía la imaginación. Cobra
más fuerza, entonces, una visión holística, integrada y general de lo que
debería ser un conocimiento que pretenda dar cuenta de esa materia inmaterial,
de esa onda formada por partículas, de ese objeto que no tiene ni masa ni peso,
que desafía todo conocimiento, y que sin embargo es la metáfora misma de la
vida: la luz—retuvo solo un instante su alocución—, ¿ha escuchado, doctor,
frases como: “se iluminó su rostro”? O: “la luz se hizo en su mente”, “por fin
vio la luz” —se quedó mirando.
Sin
mucho entusiasmo, por qué no entendía mucho de su discurso, respondí:
—Muchas,
por cierto.
—Bien,
luego tenemos estudios completos de óptica que trataron de arrojar algún
conocimiento sobre el asunto. Pero con serias discrepancias. Y en algunos casos
de tono místico.
En
el Antiguo Egipto, la luz era emanación de Divinidad; cuándo el ojo estaba
cerrado, el mundo sucumbía en oscuridad. Los hombres habían surgido de las
lágrimas de ese ojo que iluminaba.
Los
babilonios, no solo intentaban descifrar los cielos, sino que aseveraban una
lucha entre las tinieblas y la luz, era su concepción religiosa.
Sin
abandonar por entero su carácter divino, la luz se convierte para los griegos
en objeto de estudio, en el ojo griego la visión es activa. Del ojo parten los
rayos luminosos que permiten ver los objetos. Según Platón: el fuego del ojo
hace que este emita una suave luz. Esta se fusiona con la luz diurna y
conforman un cuerpo homogéneo que sirve de puente entre los objetos externos y
el alma. Ver es una actividad humana esencial que va desde el ojo al mundo.
Esta teoría guarda concordancia con un mundo centro del Universo, en el que el
Sol gira a su derredor. El propio Platón y Empédocles, entre otros, iniciaron
una célebre discrepancia con Aristóteles. Él aseguraba que la luz no se
propagaba. Que nada pasaba entre el ojo y la luz. Esta era un estado o cualidad
del medio, y así como el agua podía congelarse de golpe; la transformación de
lo “potencialmente transparente” en lo “transparente” en el acto, que es la
luz; puede ocurrir simultáneamente por doquier.
—¿Dónde
nos llevará todo esto? —Pensaba Bastián.
—Pese
a lo difícil de entender su posición, si un mundo a oscuras “se ilumina”, de
pronto, la propagación no es una necesidad lógica. La luz puede ser un cambio
universal de estado—siguió el hombre con su exposición—. El matemático Euclides,
iniciador de la concepción mecánica de la visión en su “Óptica”, insiste en lo
esencial del rayo visual en el proceso.
El
árabe Al Hazen elaboró una teoría en la que relacionó el lenguaje matemático de
Euclides, con los rayos físicos y exteriores del ojo. Incluso describió
claramente la cámara oscura
Kegler,
en el siglo XVII, pese a dar una explicación geométrica integral de la cámara
oscura, no pudo resolver un pequeño problema: ¿Cómo es posible que la
imagen de la retina este cabeza abajo cuándo vemos el mundo arriba? Hoy este
problema lo soluciona la psicología de la visión ¿No es cierto, doctor?
—Efectivamente—era
mejor que dejara discurrir los temas que abordaba, a ver si los llevaba a algún
lado. Por lo menos su mente desquiciada era sumamente pedagógica para Bastián.
—La
mecánica cuántica nos ofrece una respuesta diferente de esa espiritual que
buscaban los egipcios, al sostener que la luz vinculaba a los hombres con el
Dios Ra. Desde Homero a lo largo de tres milenios los artistas occidentales no
han dejado nunca de preocuparse por la luz y por los problemas que plantea la
percepción. Desde los románticos alemanes del siglo XVIII hasta las
experiencias en la escultura de la luz de Louis Khan en el siglo XX, pasando
por los poemas místicos de Blake o la poesía de Whitman, o de Rimbaud, el arte
no ha cesado de presentar visiones nuevas de la luz. Y es sabido que los
artistas y los locos suelen ser la voz de Dios.
Lo
observó un instante y luego de resoplar continuó:
—Doctor,
no lo quiero aburrir.
—Usted
no me aburre, se lo aseguro.
—Bien,
doctor, el tema se va a complicar un poco. Volvamos al tema de la luz. Durante estas
discusiones se hablaba de la velocidad de la vista. El interés de esos
autores antiguos sobre la percepción continúo durante dos mil años. Aún John
Pecham, el óptico medieval más difundido, escribió sobre ellos y no sobre la velocidad
de la luz, en su importante “Perspectiva Communis”. La incertidumbre sobre
el futuro que plantea la mecánica cuántica (que llevó a una famosa discusión
entre los dos más grandes físicos del siglo XX, Albert Einstein y Niels Bohr),
está en el carácter de utopía racional que encarnaron las teorías
materialistas. Por ejemplo, los descubrimientos de Faraday, radicalizados en
las ecuaciones de Maxwell, permitieron pensar a los científicos que la
explicación final del Universo se estaba por alcanzar. Error una vez más: fue
el estudio de la naturaleza de la luz lo que introdujo nuevas variables. Nuevos
problemas. Como si realmente fuera un don divino, más que un objetivo de
estudio científico. ¿Curioso, no? ¿Y si en vez de divergir la teoría divina y
la física cuántica convergieran? ¿Qué es esa energía mental que anima la vida?
¿Si la luz externa realmente proviniera de Dios? Y eso, que la teología llama
“alma”, ¿Fuera nuestra luz interna? ¡Podríamos tal vez usando ese fuego interno
viajar por el espacio y el tiempo!
Aunque
provenía de una mente alterada, el tipo planteaba una teoría intrigante. Bastián
lo azuzó:
—Interesante,
se pone interesante.
—Esto
nos lleva a mi segunda obsesión: el tiempo. ¿Habrá usted observado doctor la
similitud intrínseca entre mis dos obsesiones? El tiempo es tan intangible como
la luz, y más que un arbitrio humano, es una entidad divina. Disculpe si sueno
místico, pero ¿No será Dios el que le brindó al hombre la posibilidad de medir
el tiempo, para que, ante la evidencia de su vida perenne, corroborara su
grandeza?
Ahora
su conducta se agravaba. Era una alteración similar al Complejo de Dios.
Pontificaba basándose en datos científicos, con una extraña mezcla religiosa.
—Doctor,
llevé años de estudio sobre el tema—su
mirada, la de un poseso, le atravesaba y se perdía en la pared a sus espaldas—,
no quiero abrumarlo con datos de física cuántica, solo le quiero decir que al
investigar más, como en el caso de la luz, los casos se volvían más y más
insolubles. Como en un jardín cuyos senderos se van bifurcando o en un malévolo
laberinto de espejos. Pero luego de mucho batallar conseguí que la Corporación
se interesara en el tema de los viajes temporales. La forma de encarar el
proyecto fue por el método empírico, prueba y error; vuelta a comenzar y con un
poco ortodoxa mezcla de disciplinas.
Utilizaba
conocimientos que mis colegas tradicionalistas hubieran llamado improcedentes.
Mis estudios de culturas milenarias, como los monjes Zen. Los hindúes con la
meditación trascendental, unían la ciencia con una mística religiosa, y yo, a
los efectos, usaba un plan similar. Estas civilizaciones por medio de una
técnica corporal y espiritual lograban espaciar el ritmo cardíaco, la
respiración, e inclusive la actividad cerebral. Permanecían en suspensión
animada durante mucho tiempo. Podían levitar y mover objetos a distancia.
Algunas civilizaciones hablaban de un tercer ojo, que percibía imágenes
mentales. Lo que se conocía por fenómenos parapsicológicos. Estas visiones
podían ser del pasado, del futuro, cercanas o lejanas en miles de kilómetros.
Otro
fenómeno paranormal eran los viajes estelares. Usted debe haber soñado,
y en un momento de su vigilia, sentir que se caía de algún lado.
Asintió
sin mucho entusiasmo.
—Pues
bien, se afirmaba que ese sueño recurrente, era en realidad un acomodamiento
del alma en su envoltorio carnal; y si uno desarrollaba la habilidad necesaria
en el momento de la caída podía comenzar a viajar por el infinito Cosmos,
dejando el cuerpo en descanso.
Otros
de los fenómenos que estudié fueron las célebres abstracciones mentales, aún
del propio Einstein. Luego de sus ensimismamientos volvía quién sabe de dónde
con la solución de sus maravillosas ecuaciones, indemostrables muchas de ellas
en el terreno de la práctica. Thomas Alva Edison dormía sus siestas en medio de
atroces problemas, y luego, al despertar traía las soluciones.
Usted
se preguntará que tienen que ver estas investigaciones históricas con mis
obsesiones sobre los viajes temporales.
La
luz y el tiempo.
—Si—dijo
escuetamente.
—Veamos:
la masa elevada al cuadrado se transforma en energía y esta energía permite a
su vez el viaje temporal. La masa en energía mental, llamada teológicamente alma
o espíritu. Liberado de su lastre corporal puede viajar en el
espacio y en el tiempo. ¡Por eso fracasaban los vehículos para viajar en el
tiempo! Nada es más veloz en el universo que la propia luz. Nada se puede
acelerar más que ella misma. Solo el alma, o la energía mental pueden superar
esa velocidad.
La
Corporación tiene en el Gran Desierto del Oeste un laboratorio
desactivado. Está en línea recta, unos 20 km., con la zona de recreación de los
Lagos Occidentales, detrás de unas grandes dunas. En el exterior de la campana
de la megaciudad. En ese laboratorio existe una máquina cuyo objetivo
era la traslación molecular (tele portación de materia). De ese proyecto
inacabado, nosotros modificamos el sentido del artilugio. Lo convertimos en un
acelerador de energía. MEGAN nos brindó una ayuda limitada, pues era un
proyecto ultra secreto. Logramos con pleno éxito separar el alma, la energía
mental o lo que fuera, y realizar los viajes temporales.
Trató
de evitar mostrar su desaprobación. Le fue imposible:
—Escuche
Octavius, se puede refutar una por una sus afirmaciones pseudo científicas.
Tanto las abstracciones como cualquier otro fenómeno de la mente pueden ser
explicados por mi disciplina—dijo Bastián con energía—. En la actualidad todas
las funciones del consciente y el inconsciente tienen explicación lógica,
racional y científica.
—Doctor
Bastián ¡Usted me decepciona! —el tono de la voz era helado—si
decidí confiar en usted es porqué pensé que diferente de los demás.
En
Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, Friederich Nietzsche crítica en forma frontal
la pretensión de la verdad científica. Redefine allí a la verdad como “la
mentira socialmente aceptada”. O puede negar que en la antigüedad, como durante
la Inquisición, cientos de seres humanos, por el mero hecho de adelantarse a su
tiempo, fueran torturados, quemados vivos, acusados de íncubos o entes
demoníacos. O como en mi caso acusados de dementes… y silenciados en
psiquiátricos.
Tardó
en darse cuenta de su error. Llevarle la contraria. Pero ya era tarde.
—¿Tanto
le cuesta asumir la idea que está ante un hombre que viajó en el tiempo? Los
que me encerraron dicen que estoy saturado de trabajo, que entré en crisis.
Pero con esa excusa me alejaron del proyecto. ¿Doctor los indicadores de
actividad cerebral le indica que está en presencia de un demente?
—Nadie
dice que usted…
—Doctor
yo sé por qué estoy en esta situación, fíjese en lo que le dije, por favor.
Una
rápida lectura a los indicadores de actividad cerebral demostró una normalidad
absoluta.
—Estoy
en esta situación porqué me negué a que mi proyecto sirviera para un lucro
meramente comercial. ¡Imagine usted esta maravilla! ¡Vendiéndose al mejor
postor! Como si fuera un viejo parque temático, una cola de gente pagando su
entrada para ver al Michelangelo en el momento preciso en que terminaba la
Capilla Sixtina, o a Napoleón explicando a su plana mayor la estrategia la
noche previa a la batalla de Waterloo. Esto no tendría nada de reprochable si
se hiciera para obtener más conocimientos. Pero sería repulsivo venderlo como
una mera diversión. Comprende doctor.
—Si,
lo entiendo—y compartía su posición, si el tipo no estuviera desequilibrado.
—Pues
bien, doctor, la solución que encontraron es tan antigua como la intolerancia
en la Humanidad. Todos los trabajos, el diseño tecnológico y científico están
en MEGAN, pero para reproducir el experimento necesitan una parte
sustancial, que está, literalmente en mi cabeza.
Ellos
me recluyeron en este psiquiátrico, y cumplen dos objetivos. Evitan un tipo
molesto en el proyecto, y a la vez tratan de sonsacarme mis secretos. De noche
vienen y me torturan. ¡No son pesadillas doctor! Tampoco alucinaciones. Ellos
quieren el secreto del proceso de los viajes temporales. Hasta ahora fracasaron
debido al dominio que tengo sobre mi mente y mi cuerpo. Ellos me pueden
aprisionar, torturar y agotarme. Pero durante esos momentos lo esencial no está
aquí. Ellos lidian con la materia inservible, mientras mi alma vaga libremente.
Echó
un nuevo vistazo a los indicadores análogos de la mega computadora. La
respiración era normal, el corazón latía dentro de los parámetros, la actividad
cerebral era la de una persona lúcida. Ante tamaños disparates algunas de las
variables tendrían que tener una lectura extraña ¡Y no era así! Tenía para
empezar: paranoia severa, delirio persecutorio, mitomanía y Complejo del
Mesías
—Tal
vez doctor ¡Usted no cree lo que le digo! Es lógico, si yo estuviera en su
lugar, con la información que maneja sobre mi persona, tampoco creería. Pero
una pequeña demostración lo puede convencer.
El
tipo se lo quedó mirando con el mismo interés que un entomólogo le podría
dispensar a un nuevo espécimen.
—Usted
dirá ¿qué debo hacer? —¡total que podría perder!
—Nada,
usted absolutamente nada, excepto observarme doctor. Y las pantallas de la mega
computadora. ¿Está listo doctor?
Asintió
en silencio.
El
hombre se dirigió a su asiento y comenzó una serie de ejercicios respiratorios.
Aspiraba y exhalaba en forma ruidosa y veloz. Lentamente comenzó a decrecer el
ritmo. Y algo fuera de lo común comenzó a suceder. A medida que su respiración
atenuaba, su rostro empalidecía. Los labios se tornaban grisáceos y su cutis
una máscara de sal. Al fin quedó rígido en su sitio. El color marmóreo de su
piel le daba imagen de estatua.
Miró
los indicadores. Nada en lo absoluto. Su corazón detenido, los pulmones, la
irrigación sanguínea, ni siquiera actividad cerebral. ¡El hombre se le había
ido en sus narices!
Quedó
en un gran estado de confusión. Si hubiera estado conectado a MEGAN
podría haberlo reanimado en segundos con ataque masivo de suero, adrenalina y
electrochoque. Pero era muy tarde.
Entonces
sucedió:
Una
imperceptible onda recorrió uniformemente la pantalla. El corazón se agitó
suavemente.
Luego
los pulmones se movieron. El cerebro envió una débil señal. Pasó un puñado de
minutos y se repitió. Luego una vez más. Y otra. Y otra.
El
hombre vivía con sus signos vitales a un ritmo lentísimo. El indicador de
temperatura corpórea comenzó a subir. Los colores volvían a su rostro, ya
respiraba normalmente, tenía un gesto entre burlón y orgulloso al abrir los
ojos.
—Bien
doctor, ¿Qué opina de lo que acaba de ver?
No
lo sabía. Por un lado, como científico negaba lo que había visto. Por otro lado,
lo había visto, ¿o no?
—Dígame
Octavius, ¿cómo se llamaba el proyecto en el que usted trabajaba?
—Proyecto
Pandora, para la Fundación Cronos… Mega-Corporación Sur, director: profesor Octavius.
Utilizando
el sistema de ingreso análogo, busque la información en MEGAN. Él sabía
que lo que hacía era una auténtica locura. Pero si pudiera demostrarle que tal
proyecto no existía. Siempre y cuándo MEGAN lo dejara.
INGRESE
CLAVE DE SEGURIDAD
—Octavius,
la clave.
—La
varían todos los días—dijo Octavius—, dejé una puerta de servicio…usé clave
secundaria y luego DTBS. la clave es
Paula, el nombre de mi hija.
Escribí
la clave y leí:
FUNDACIÓN
CRONOS (MEGA-CORPORACIÓN SUR)
Proyecto
Pandora (Prof. Octavius)
Calendario
experimento: día 358
ABORTADO
La
pantalla quedó parpadeando:
PROYECTO
ABORTADO. Y luego:
IDENTIFICARSE.
Era
totalmente innecesario. MEGAN, había tomado el control de la situación
nuevamente. Había reconectado y quitado el aislamiento al consultorio.
Dos
fornidos enfermeros, probablemente seres artificiales, entraron en la
habitación.
Los
seguía un hombre alto de cabellos platinados. Aparentaba, según mi presunción,
unos cincuenta años, pero tendría algo más de setenta. Era uno de Los
Mayores. Sus glaciales ojos azules lo taladraron. Estaba en problemas.
—Doctor
Bastián, un placer saludarlo. ¿Podemos ayudarlo en algo? —el
tono amable de su voz escondía una sorda amenaza. La tensión era palpable.
—¡No!,
en realidad me estoy arreglando solo.
—Entonces.
Doctor, ¿por qué solicito el informe de un proyecto abortado por el sistema
analógico y no por el biochip?
En
realidad, no podía explicar nada. El hombre continúo:
—¡Pero
doctor!, este hombre es un peligro para usted y para él mismo, ¡Y usted lo ha
liberado!¡Usted conoce las reglas de seguridad!
Los
enfermeros se acercaron a Octavius. La mirada de él reflejaba un dolor intenso
y profundo. Se quedó quieto.
—Doctor,
no ha contestado mi pregunta—giró la cabeza en dirección de Octavius—¡Buen
intento!, pero es hora de descansar Octavius.
—Pero
escuche... —trató de intervenir en vano.
—Doctor
Bastián, usted también parece agotado, tal vez el exceso de trabajo… esas horas
comunitarias, las presiones, lo llevan a cometer errores inauditos en un
profesional como usted. ¡Libera un sicótico peligroso! Y tan luego influido por
el pide informes innecesarios a MEGAN.
Nuevamente
miró al paciente.
—Perdón
señor, puedo decirle algo al doctor—Octavius habló con un tono servil, la
mirada baja.
—Puede
—Doctor
Bastián, le agradezco que me haya atendido. Pienso que es mejor de esta manera.
Creo que no nos volveremos a ver. Creo que el tema sigue en punto muerto… mi
recuperación, digo.
Con
astucia lo sacaba del medio. Y decía en clave que seguiría resistiendo.
—Profesor
Octavius, en algo acierta, el doctor Bastián no lo va seguir atendiendo. Pero
en algo se equivoca. Nosotros avanzamos en algo. Descubrimos su clave oculta, ¿Cómo
era?, Paula…
Octavius
palideció ostensiblemente, mientras los dos carceleros se lo llevaban.
—En
cuánto a usted, MEGAN
—¿Señor…?
—La
Corporación condona las horas adeudadas por el doctorBastián. Y se
cancela el ingreso del mismo al edificio… ¿Correcto?
—Correcto.
El
hombre le dedicó una mueca que trataba de pasar por una sonrisa amigable:
—Doctor,
disculpe mi atrevimiento, pero siga mi consejo. Usted está cansado, saturado
¿porque no toma su núcleo-móvil y recorre algún lugar de las Tierras
Agrestes, por ejemplo Las Montañas Orientales?
—¿Y
porque no los Lagos Orientales? —no bien terminó de
esbozar la pregunta m
se
dio cuenta del peligroso error.
Su
rostro se endureció antes de responder:
—Muchas
personas por exceso de responsabilidades cruzan la línea, doctor Bastián. En su
caso concreto fue un gusto tenerlo como colaborador, ¡No nos gustaría tenerlo
como interno!
La
amenaza era bien explícita.
—Buenos
días, puede retirarse.
Una
vez en la explanada aspiró todo el aire que pudo. El corazón aún lo tenía
acelerado.
Subió
al núcleo-móvil, el biochip volcaría la información de las
coordenadas de mi destino y MEGAN analizaría el estado del tráfico y
otras variables y me llevaría sin esfuerzo. Lo más probable es que ya el hombre
de los ojos azules supiera que iba en dirección a Los Lagos Occidentales.
Era un día en que no paraba de cometer errores.
El
color ambarino de los cuadrantes del vehículo le indicaba que el modelo estaba
por colapsar. Tendría que comprar uno nuevo.
A
los pocos minutos de viaje un espectacular vergel se alzaba frente a su vista.
Coníferas, alerces y arrayanes por doquier. Cuesta abajo las límpidas aguas del
Lago Mayor. El conjunto de los verdes, las montañas y el lago eran una
imagen de naturaleza virgen. Excepto por dos cosas.
Al
alzar la mirada se divisaba la gigantesca cúpula foto cromática, que cumplía
las funciones que otrora hacía el ozono. La otra en el horizonte se veía flotar
un sol artificial que derramaba sus rayos sobre la campiña.
Agité
la hojarasca con mis pies espantando a un cervatillo. Que huyó entre los pinos.
Caminé hacia ellos, detrás de ese macizo vegetal comenzaba el desierto.
Era
el límite entre la vida y la muerte que marcaba la cúpula.
En
la desértica sabana, tras las dunas, se hallaba el mega-laboratorio. En
su interior las respuestas, tal vez, a las dudas que Octavius había sembrado en
su mente.
Después
de todo, ¿Quién definía si una persona era cuerda o alienada?
Se
sentó sobre el césped mirando en dirección al bosque y el lago.
Debía
pensar. Elaborar un plan de acción.
Sólo
que estaba muy cansado.
Tal
vez no hallaría sus respuestas aquel día. Tal vez fuera más productivo pensar
en ello tras una siesta reparadora.
Tal
vez debía solucionar otra duda existencial más acuciante en ese momento.
Por
ejemplo: si disponía de crédito para comprarse un nuevo núcleo-móvil
1 comentario:
Cada vez se pone mejor, me encanta.
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