Aldith
estaba parado frente al gran ventanal. Miraba sin observar, los pétreos rostros
de la ciudad, que se amalgamaban con las áridas montañas. En las torres de
vigilancia los combatientes se aprestaban para el embate final. Más allá, los
edificios que habían sido evacuados de civiles. En las entrañas, dónde había
cientos de laboratorios secretos, se apiñaban los humanos tratando de
sobrevivir al inevitable destino.
Él
sabía que era cuestión de tiempo. El enemigo tenía fuerzas muy superiores y
mejor armamento. Ya habían aniquilado el primer círculo defensivo y estaban
hostigando las dispersas fuerzas de milicianos.
—¿Qué
carajos quieren? —pensó con su furia casi bajo control.
Aquel
planeta, que iluminaba un sol débil y tan moribundo como él, no podía brindar
ninguna comodidad al invasor. El agua se racionaba, los alimentos eran escasos
y ya casi no quedaban medios para generar energía. No tenían metales preciosos
ni eran un punto estratégico de importancia dentro de la Confederación. En
definitiva, eran un peñasco polvoriento girando en el cosmos y esperando su
muerte.
Pero
no siempre había sido así.
Aldith
no aparentaba la edad que tenía. Parecía un gladiador de unos cincuenta años, cuando
en realidad ya había pasado los setenta. Eso hacía que recordara a la
perfección los primeros tiempos de la colonización.
Ellos
habían llegado y con mucho esfuerzo lograron convertir un planeta hostil a la
vida en un vergel impensado. Extrajeron agua y gases del suelo. Con sus
máquinas y creatividad crearon una atmósfera que fuera apta para la existencia.
Los
primeros brotes verdes asomaron tímidamente en su superficie hacía ya cerca de
cincuenta años. Más allá de las moles de edificios de la ciudad montañosa, en
los valles el hombre había esparcido semillas de vida. Esas plantas habían
recuperado el oxígeno y colaborado para el equilibrio ecológico en crisis.
Luego
levantaron sus ciudades amuralladas. Enterradas en las laderas y las entrañas
de aquellas fabulosas montañas. Con sus armas apuntando al cielo amarillento.
Aldith
se había preguntado, cuándo joven, de quiénes habrían de protegerse. A quiénes
habría de interesar un planeta que giraba alrededor de un sol azulado, mal
presagio de tiempos por venir. Probablemente a algunos, que, como ellos,
necesitaran tomar posesión de algo para demostrar su poderío. La Confederación
sabía de antemano que aquel sol, y por ende aquel planeta, no tenían mucho
tiempo de existencia. Pero, sin embargo, lo habían colonizado aún a costa de
movilizar su gente al confín de la galaxia.
El
estallido lo sacó de sus pensamientos. Una de las dos torres había sido
alcanzada por un impacto justo en el centro de la estructura. Lejos de
abandonarla, los soldados descargaban sus armas hacia el cielo. El fuego y el
humo se alzaban mezclándose con las nubes azul cobalto. La tormenta de arena
azuzaba las llamas, que ya habían tomado más de la mitad de la torre, que se
ladeaba lentamente hacia el Norte. Parecía un enorme festejo de Año Nuevo. Más
explosiones contra el edificio, más fuego. Cientos de rayos verdosos que
buscaban, con escaso éxito, sus blancos volantes.
Fogonazos
en el cielo.
La
ciudad entera se ilumino. Cientos de candelas dispersas en su superficie.
Las
naves enemigas, como abejorros enfurecidos, lanzaban su carga de muerte y
destrucción indiscriminadamente.
—Habla
el comandante Aldith, a todas las brigadas móviles ¡Prepárense para defensa!
En
algunos minutos el combate sería cuerpo a cuerpo. Edificio por edificio.
Sección por sección. Una batalla insensata y feroz, sin ningún botín
apreciable.
La
torre terminó de caer con gran estrépito y la segunda ya había recibido los
primeros disparos. El polvo y el humo cubrieron una superficie enorme y se alzó
en tenebrosa columna. Solo quedaban a la vista sus esqueletos desnudos.
Muchos
de aquellos mudos rostros comenzaron a derrumbarse junto con las laderas de las
montañas, arrastrando con estrépito ensordecedor piedras, tierra, metal,
vidrios y combatientes.
No
podían utilizar los robots de rescate. Ni tampoco los de combate. Las reservas
de energía estaban en un nivel crítico. Solo le quedaban las fuerzas de choque,
en una proporción de cinco a uno.
Observó
con detenimiento el plano holográfico de la ciudad. En el sector Norte algo no
andaba del todo bien.
—Capitán
Alhdharhen, ¿Observo el movimiento de tropas en el Cuadrante Norte? Parece que
preparan una incursión cerca de los tubos de ventilación.
—Comandante…
han inutilizado las turbinas de extracción y ventilación. Tienen a los civiles
de rehén.
Aldith
miró nuevamente las posiciones del enemigo. Disponían de un aparato similar a
una oruga, que estaba descendiendo por los tubos de ventilación. Tenía dos
problemas. El primero: ninguna tropa podía moverse con la suficiente celeridad
para disponer una defensa. El segundo: que, si realmente pudiera hacerlo, ya no
disponía de tropas de reserva.
—Capitán
¿Cuánto tiempo de oxígeno tienen los civiles? ¿Cuánto tiempo hasta que el
enemigo llegue hasta ellos?
—Comandante,
tienen reservas de oxígeno para cuatro horas… y el enemigo, según nuestros
cálculos, tardará menos de una hora en llegar al objetivo.
Él
sabía que la guerra (no ya la batalla), estaba perdida. Pero su espíritu de
viejo combatiente se negaba a la derrota. No por lo menos sin presentar pelea.
En
algún recóndito de su mente sabía que tenía una solución para ganar tiempo. Era
una idea, no del todo clara, que fluía y se iba.
Por
los respiraderos avanzaban la oruga seguida por una cantidad de enemigos
incontables. Probablemente un par de legiones. Una vez capturados los civiles
exhaustos, ellos ya no tenían un motivo para seguir la lucha.
Sin
dar crédito a sus ojos volvió a mirar el mapa una vez más. La solución estaba
frente a sus ojos. Siempre lo había estado, pero él no la había visto.
—Capitán,
según lo que veo los tubos de ventilación entroncan con los de energía térmica.
¿En algún sitio se comunican?
—Si
señor… durante el invierno hacemos llegar la calefacción a través de los tubos
de ventilación…
—¿Tenemos
suficiente energía y vapor como para asar dos legiones? ¡Diga que si Capitán!
—¡Pero
señor! ¡Podemos causar bajas civiles! La descarga de energía térmica
forzosamente llegará a los refugios.
—Veamos
las opciones. Según mi criterio solo hay dos. No hacemos nada y entonces
perdemos todos los civiles y los refugios. O lanzamos un ataque devastador,
aniquilando una buena parte de las fuerzas enemigas… con una cantidad aceptable
de bajas propias. La mitad de algo es mejor que todo de nada. Capitán
Alhdharhen abra las toberas y mande al infierno a esos bicharracos ¡Ahora!
Desde
dónde estaba Aldith pudo ver un enorme chorro blanquecino que asomaba por el
lado Norte de la ciudad. Una columna de vapor, como si fuera un geiser
gigantesco.
Miró
el mapa. Dónde antes hubo actividad ahora se veía una serie de manchones
dispersos y ninguna señal de la oruga. Además, vio algunos refugios arrasados.
Tal vez tuviera razón y debería conformarse con la mitad de los civiles sanos y
salvos.
No
sintió ningún pesar ni remordimiento. Estaba acostumbrado a pensar en términos
castrenses. Su ideología la marcaba la teoría del camino crítico. La forma más
rápida de obtener un resultado, sin importar los medios. El creía firmemente en
que el fin justificaba los medios, y en que (llegado el momento) había que
agotarlos todos.
Su
defensa era insensata, tanto como el ataque del enemigo. Pero ¿Qué guerra era
sensata?
—¿Por
qué no nos habían sitiado? ¿Cuál era el apuro por tomar el objetivo? —pensó
Aldith, sin comprender. Tomó su arma de mano y revisó la carga. No tenía mucho,
pero le alcanzaría para llevarse algunos con él.
Una
bandada de aves atravesó el cielo sobre la ciudad en armas. La vida trataba de
abrirse camino a través de la muerte De las nubes, más negras aún, comenzaron a
caer unas gotas aceitosas y oscuras.
—Lluvia
ácida… esto va a avivar los fuegos
Como
tiras de serpentinas llameantes el fuego seguía un camino inverso. Al tocar una
fogata, se encendía y ascendía.
Volvió
hasta el ventanal y pudo ver a sus hombres retrocediendo en forma desordenada.
No se le puede pedir a nadie que se ordenado cuándo está por morir. Y ellos
estaban cayendo uno tras otro indefectiblemente. Algunos lograban reagruparse y
lanzar asaltos desesperados, pero eran superados por el poder de fuego y la
cantidad de tropas adversarias.
El
espectáculo era sobrecogedor. La oscuridad que causaba el polvo y el humo, era
atravesado por rayos fluorescentes anaranjados, verdosos o azulados. Las llamas
de los incendios reverberaban en las armaduras del enemigo y nubes de un
líquido purpúreo flotaban en el viento. Al ruido de las explosiones, le seguía
el grito de guerra enardecido de los defensores, los quejidos de los moribundos
y el zumbido de las naves de ataque.
Haciendo
una rápida evaluación él sabía que aquel planeta no serviría para ningún
ganador. Las radiaciones que producían las armas tomarían decenios en
desaparecer. El polvo y el humo de las combustiones envenenarían la atmósfera,
y llevarían la mortandad hasta los reservorios de agua potable. Se habían
agotado todas las reservas energéticas, incluida la térmica en el último ataque
desesperado.
La
única explicación con cierta lógica de aquel ataque, es que el enemigo estaba
realizando algún tipo de limpieza étnica, acabando en forma sistemática con
todos los humanos que pudieran ser fuerzas de combate para la Confederación.
De
todas maneras, para Aldith, este plan (si realmente existía) era producto de
una raza inferior, y ciertamente brutal. Basaban todo su poderío en la
capacidad de arrasar sin ningún tipo de táctica y estrategia. La idea era
lanzar oleadas de ataque sucesivas, despreciando las bajas propias, y
utilizando la mayor cantidad posible de armamentos de destrucción masiva.
Las
fuerzas de asalto ya estaban en el Edificio del Comando General. A través de
las pantallas holográficas podía ver su irresistible ascenso. Ya estaban a las
puertas de su oficina. La puerta ardió como si fuera de papel
Se
resguardó contra unas mamparas puestas a ese efecto, cuándo la soldadesca
irrumpió dentro de su oficina.
—Comandante…
¡No haga estupideces! ¡Tienen órdenes de capturarlo con vida! ¡Entréguese! —la
voz hablaba en su propio idioma.
—¿Quién
es el traidor que habla? —gritó.
—Usted
no me conoce señor. Mi nombre es Aldharnh, y era combatiente de la Tropa de
Élite Sur…
Por
toda respuesta Aldith descargo su arma contra dos seres en armaduras
monstruosas. Parecían escarabajos gigantes. Al caer, por un tubo al costado de
sus extremidades, comenzó a derramarse un líquido espeso y negro.
—Señor…
no se resista. Ellos no le van a hacer daño…
La
nueva ráfaga destruyo dos escarabajos más. Pero fue lo último que pudo hacer.
Uno de aquellos tubos, que parecían mangueras telescópicas, lo golpeo en la
cabeza. Otro golpe en la mano armada, y un par de garfios que lo sujetan.
—Comandante,
ya está. Ya estamos derrotados. No prolongue la agonía, es inútil—
—Escúcheme
soldado, yo soy un combatiente y he jurado morir defendiendo esos civiles que
ahora están inermes. No voy a ser un traidor de mierda como usted.
—Comandante
Aldith, sea realista señor. Si nos rendimos por lo menos salvamos el pellejo y
tenemos…
—El
resto de nuestras miserables vidas para vivir como esclavos ¡No! Prefiero morir
como soldado. Y que mis soldados también mueran orgullosos a vivir humillados.
Uno
de los escarabajos, más alto que el resto, se acercó y se plantó delante de él.
Se quito la escafandra, y acercó su rostro gelatinoso al de Aldith. Luego se
dio vuelta, y murmuró algo en dirección de Aldharnh.
—Quiere
saber si usted es el Jefe Supremo de las Fuerzas…
—Si,
por supuesto ¿Qué mierda quiere?
—Que
de la orden de rendición. Más tarde o más temprano, ellos ganaron… señor…
—¡No
me diga señor! ¡Pedazo de mierda! Pregúntele que carajos quieren de este
planeta desahuciado…
Aldharnh
efectuó la pregunta. Los ojillos rojizos y malvados lo escudriñaron.
—Señor,
disculpe… no sabe.
—¿Por
qué atacaron? ¿Por qué no nos sitiaron? ¿Por qué el apuro?
Esta
vez el tipo lo miró más detenidamente. Y se acercó aún más.
—¿Y?
—Señor,
tampoco lo sabe—dijo Aldharnh.
—¿Cómo
que no sabe?
—Solo
me dijo: cumplimos órdenes…
1 comentario:
Muy bueno! Te felicito por regalar un pedazo de alma cada día, valiosisimo
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