“Mi
muy querido amigo:
Hace ya tres largos años que has estado
en nuestra casa y no se te deja de extrañar.
A estas horas estoy sólo en mi cuarto, pensando si tal vez mi padre
querrá jugar una partida de Karten, a lo cual ya nos hemos acostumbrado. Me
pregunto si el tiempo será inclemente en esas lejanas tierras y si ya has hecho
alguna amistad. Por lo que me dices, pese a que tus negocios han prosperado, te
sientes un extraño en tierra de extraños. Tal vez, querido amigo, fuera
preferible que resignaras algo de tu ambición para tener aquellas cosas
realmente importantes de la vida: afectos genuinos y cercanos.
Por mi parte, te tengo reservada
una sorpresa que espero te resulte grata, estoy por comprometerme con una joven
de familia acomodada, que se afincó en nuestro barrio al poco tiempo de tú
partida. ¿No sería, tal vez, esta ocasión propicia a arrojar por la borda todos
tus intereses materiales, y tener tu grata presencia en nuestra ceremonia de
compromiso?
El único cambio evidente será que
dejarás de tener un amigo para tener un amigo inmensamente feliz, y una amiga
fiel, que para un hombre soltero como tú es una gran bendición. No debes sentir
ningún tipo de obligación ante esta invitación, se que seguirás lo que te dicte
tu buen criterio y los dictados de tu corazón generoso. Aprovecho para enviarte
un cordial saludo de mi futura prometida y mis mejores deseos para todo lo
concerniente a tu persona: Georg
Bendemann”
El hombre dobló el papel en cuatro antes de introducirlo en el sobre.
Luego miró a través del ventanal la ventisca que azotaba la ciudad. A esas
horas, casi de madrugada, toda la ciudad lucía blanca desolación, ni
siquiera pasaba un carruaje ni el
antiguo tranvía El parque tenía sus árboles desnudos y el lago cubierto de una
delgada capa de escarcha. Incluso el Callejón
del Oro, con los fulgores de la
nieve y la luz de luna, parecía de plata. La oficina estaba iluminada por un
tenue candil mientras el hombre inventaba excusas para postergar el regreso a
casa. Al día siguiente sería sábado, para el hombre los fines de semana eran
eternos.
Tal vez mañana se abrigaría bien y saldría a caminar por la orilla del
río. O quizá encendiera los leños y aprovechara el descanso para leer y escribir.
¿Escribir? Si, probablemente una esquela corta y sobria sin destinatario
determinado.
Se irguió y apagó las últimas luces de su prisión cotidiana. En realidad
no podía escapar de si mismo. Cuando estaba allá, deseaba estar acá; y cuándo
estaba allí, quería estar en otro lugar. Incluso las personas no le eran
imprescindibles, aunque a veces tomaba conciencia de su soledad y añoraba tomar
un buen cogñac con algún amigo verdadero.
—“No se puede espulgar la libertad del individuo, no hay hendiduras en el
cerebro para seguir viviendo” —pensó taciturno.
La borrasca giraba a su alrededor al igual que aquellos pensamientos. Al
doblar la esquina casi se tropieza con un guardia, que le dice:
—¿Por qué piensa esas cosas, señor? Si sigue con esos pensamientos deberemos
cobrarle el impuesto a las ideas impropias.
Siguió su camino sin contestar e intentando no pensar. Los mudos
edificios tenían la consistencia de la niebla y las sombras Una anciana, en el
dintel de una casa abandonada, se iluminaba con una luz de acetileno, sobre ese
fuego daba vueltas algo que parecían
unas salchichas. Le sonrió mostrando unos pocos dientes renegridos y sus
malvados ojos de diablesa.
—Buenas noches
señora ¿usted conoce a alguien llamado Franz Kafka?
—¡Jesús! Yo soy
Kafková Frantiska. Mi padre era carnicero equino, se llamaba Frantisek Kafka.
—Pero, usted no
me ha respondido ¿sabe usted de alguien llamado Franz Kafka?
—Señor Bendemann, estas horas son propicias a las historias de
homúnculos, íncubos y brujas —siseó la vieja—. Por las mañanas Praga
resplandece con sus cien cúpulas de oro. A la noche salimos nosotros, los
espectros, y la ciudad es nuestra por unas pocas horas.
—Sigue sin responder, señora —dijo el hombre contrariado.
—Cuando alguien pregunta algo debe tener paciencia para escuchar la
respuesta —la vieja volvió a mostrar su pútrida sonrisa—. La persona por la que
usted pregunta tal vez no exista. Quizá sea sólo un personaje en una trama que
ni él llega a comprender.
—Pero, si existe ¿dónde lo puedo hallar?
—Señor Bendemann ¿se le ocurrió pensar que usted, yo y la misteriosa
noche de Praga podamos ser la alucinación de la mente afiebrada del tal
Kafka?
11 comentarios:
Seguí que me encantó
Me encanta
Sorprendente final. Me encantó.
Hermosa la forma en la que escribís!!!
Que final tan inesperado pero tremendamente bueno! 🙌🏻 Su mente es maravillosa para escribir algo así, felicitaciones
Su mente es tan maravillosa para crear estas historias, lo felicito! Me encantó como de costumbre, muy buen cuento
Lo he visto en un video del que hablaba sobre su blog y quiero decirle que me gusta mucho su forma de escribir, porfavor siga haciéndolo, me ha encantado
Espero poder leer más historias de usted
GENIO
Me encantó, maestro!
👏🏼👏🏼👏🏼 Me encantó, me transportó a esa ciudad! Amé el final
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