Siempre había odiado las
esperas. Por lo general eran en lugares espantosos como la sala de urgencias de
un hospital o la ventanilla de cobros de impuestos. Pero aún en esas largas
colas que se formaban en los teatros los sábados por la noche, siempre estaba
molesto.
Pero hoy no.
Debo confesar que la
recepción de una notaría no es un lugar demasiado estimulante para la
imaginación. Pero yo estaba a cientos de kilómetros de distancia de este lugar.
Estaba pensando en lo que haríamos cuándo termináramos aquel trámite engorroso,
pero a toda luz indispensable.
Al salir llegaríamos
hasta el descapotable negro. Ya tenía preparado todo el equipaje. Además:
algunos bocados para el camino, la filmadora digital, las cañas de pescar y
algunos otros elementos para practicar caminatas a campo traviesa, eso que
ahora se da en llamar tracking.
La ruta caracolea entre
las montañas hasta llegar a una cabaña en aquel lugar alejado de todo.
Estaríamos completamente aislados. Solos. Todo el tiempo que nos quedara ahí.
Esa misma noche
tendríamos una especie de luna de miel. Abundante champagne Bollinger Grand
Annè, un poco de caviar de Beluga y sexo.
Por supuesto que a la
mañana siguiente ella protestaría. Con la resaca aún a cuestas era inhumano
salir a caminar por la montaña a esa hora temprana. Pero una vez en marcha, el
aire fresco matinal casi la despejaría.
Pero no lo suficiente.
Sus reflejos, su conciencia no la ayudarían a evitar el accidente.
Luego la policía haría un
largo interrogatorio. ¿Como era posible que hubiéramos ido a un lugar tan
escarpado después de beber como bebimos la noche anterior?
Por supuesto que tendría
un sentimiento de culpa espantoso por el resto de mi vida.
Y unos cuántos millones
en mi cuenta bancaria, para calmar mi neurosis.
No, esta vez la espera no
me molestaba en lo absoluto.
En unos pocos minutos
habríamos terminado de firmar los papeles de la herencia.
1 comentario:
SOS muy genio. Gracias x esto
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