¿Desde
cuándo el mundo necesitó sillas? ¿O mesas y paredes? ¿O ceniceros y tacitas de
porcelana gastada?
Hacía largo rato que trataba de
hacerme ver por el mozo, pero parece que algunas personas tendemos hacia la
invisibilidad. El sujeto estaba sumamente ocupado desvalijando a una muchacha
algo melancólica de sus sillas. De hecho sus carpetas, el bolso, algunas
biromes, marcadores y una chamarra terminaron en un rinconcito sobre el piso.
Los
cafés solían ser, en otras épocas, el lugar ideal para personas solitarias como
ella. Un sitio donde se podía pasar horas pensando en cómo resolver los
problemas del mundo a través de la dialéctica conducente, discutir sobre las
virtudes del último disco de Frank Zappa, el mensaje subliminal en Luz de invierno de Bergman o el análisis
meticuloso de la bitácora de Rayuela.
Ahora la muchachada a su alrededor estaba en otra frecuencia de onda. Todos amontonados en una mesa enviando mensajes
de texto en forma frenética o jugando Candy
Crush sin reparar siquiera en quien estaba a su lado.
—“La vida no es más que
una sombra en marcha; un mal actor que se pavonea y se agita una hora en el
escenario y después no vuelve a saberse de él: es un cuento contado por un
idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada”
—era un parlamento de Macbeth de
William Shakespeare, una obra teatral del 1600 que se me antojaba recién
escrita ayer.
La
única persona en todo el bar que no pertenecía a esa clase linaje furibundo y
ruidoso acaba de ser despojada de su última silla. Parecía algo anacrónica con su
mirada pensativa perdida vaya a saberse en que territorios lejanos.
Por
mi parte, en cierta época, tenía la facilidad de recorrer con el pensamiento,
en minutos, desde el Japón feudal, pasando por el desierto de los tártaros
hasta el Máshreq. ¿Por dónde andaría aquella
muchachita?
Parece
que estaba equivocado. Otra persona estaba ajena a aquel maremágnum de
relaciones digitales y regatón estridente. Una niñita buscaba por debajo de las
mesas las huellas de alguna bestia medieval o una pieza de su Lego.
Siempre
me he preguntado porque en estos bares postmodernos está prendido el plasma sin
sonido y la música a niveles de sordera inminente.
La
furia, el ruido y la nada. Tal vez la necesidad de llenar con ruido el vacío
existencial.
La
muchacha ahora estaba parada con la tacita en la mano, sin mesa, apoyando el
vaso de jugo, las galletitas y el vaso de agua en el alfeizar de la ventana.
Parece que la persona que espera no llegará.
Parece
que el individuo que espera hace rato que se fue sin despedirse. Parece que el
tipo que está con ella es invisible.
Parece
que los dos se han vuelto invisibles.
Llega
un muchacho con una perrita. No lo dejan entrar. Se retira. Las palabras sin
sentido giran sin ton ni son.
—Señor,
¿no vio un dragón por aquí?
—No
linda —sonreí condescendiente—, pero me parece que vi un unicornio azul
escapando por debajo de aquella mesa.
La
nena miró con un gesto que podía significar incredulidad o misericordia ante mi
ignorancia. Luego se marchó gateando hasta donde estaba la parejita despareja despojada
de su último despojo de amor. Estaban aún parados con las tazas en las manos
mirando sin mirarse. Recordé un fragmento del Bolero de Julio Cortázar:
—“La
lenta máquina del desamor/ los
engranajes del reflujo/ los cuerpos que
abandonan las almohadas/ las sábanas,
los besos… y de pie ante el espejo
interrogándose/ cada uno a sí
mismo/ ya no mirándose entre ellos/ ya no desnudos para el otro/ ya no te amo,
mi amor.”
Los
veo como me veía yo hace siglos. Despojado de las sillas, las mesas, las
ventanas, las paredes, la lluvia de abril, el aroma de las tostadas en un
amanecer de domingo, la sal de su piel de almíbar, la resolana otoñal resbalando
través de los postigos hasta la cama, las palabras, las miradas, los silencios…
—"Al Don, al Don,
al Don pirulero/cada cual, cada cual que entienda este juego"
La
vida algunas veces se parece a un inocente juego infantil. El juego de la silla en el que se corre el
riesgo de quedar de pie, con la tacita en la mano, viendo con melancolía como
juegan los demás.
—“Pido gancho, el que me toca es un chancho”.
2 comentarios:
Muchas veces me pregunto ¿habré nacido en la época equivocada?
Que ganas tengo a veces de despojarme de la tecnología
Hola, me gustó mucho este cuento. Una prosa suave y no abrumadora. Lindas descripciones, y el ritmo que usted lleva me parece perfecto.
Lo único que me pudo llegar a abrumar, fue la cantidad de referencias (como pueden ser las citas a Shakespeare, o la doble mención a Cortazár). Aún así, es un maravillo relato.
Siga escribiendo, y continué. Se ve (lo dedujé, tambien por las referencias) que la literatura le apasiona. Saludos y éxitos.
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