Tal
vez el primer gran condicionamiento al libre albedrío de las personas, sea esa
manía de registrar absolutamente todo. Lo primero que hacemos al nacer el
primogénito es correr a registrarlo para que sea un hijo legal y
futuro ciudadano. Así también registramos, en planillas virtuales
nuestros gustos y necesidades. Centenares de personas, a miles de kilómetros,
conocen: si tenemos caspa, nuestro grupo sanguíneo, que tipo de música nos
agrada, nuestras perversiones sexuales, nuestras debilidades, posibles puntos
fuertes, a que nos dedicamos, como se conforman nuestros lazos familiares,
amistades, si tenemos tarjeta de crédito, si viajamos seguido y a dónde, cómo
nos auto percibimos; y todo lo inherente y ateniente a nuestra vida pública y
privada. Es así como surge el tipo de información personalizada que hizo un
éxito de Google y diferentes aplicaciones de inteligencia artificial.
El
ser humano piensa que para ser libre hay que tener todo regimentado y
controlado. Como un enorme inventario. Los antiguos griegos inventaron esa
trampa llamada democracia. Se dicen, pese a que Platón afirmaba que el
mejor sistema político era la monarquía, que allí existió la democracia pura.
Curioso razonamiento, si partimos de la base que la densidad poblacional de ciudadanos
era un poco mayor a la de esclavos. Estos no votaban.
Los
egipcios no solo tenían esclavos. Dentro de sus divisiones sociales,
algunos (escribas, artesanos, encargados de ritos mortuorios, entre otros)
vivían en un régimen casi de esclavitud. Tenían una libertad limitada y nula movilidad
social.
Esas
rémoras sociales nos acompañan hasta nuestros días, pues ahora somos esclavos
por propia decisión. Esclavos de la sociedad de consumo. Esclavos de nuestras
palabras, pero ya no somos dueños de nuestros silencios. Hay oídos
en las paredes y ojos en los techos que controlan todo. Dejamos expuestos en
las redes nuestra ideología, aún en algunos casos falseando hechos para conveniencia
propia, o repartiendo elogios o críticas según nuestros gustos o antipatías. Con
amplía aceptación y beneplácito.
Si
se observan algunos hechos sobresalientes de la Historia de la Humanidad,
veremos que no hay mucha diferencia entre, por ejemplo, la Toma de la
Bastilla y la Revolución de Octubre. Cualquiera diría que fueron
alzamientos populares para terminar con la opresión monárquica. Cuando
el verdadero motor de estos estallidos fue la burguesía. La prédica y la
ambición de los pequeños burgueses fue el verdadero detonante. Muy poco
que ver con: la Igualdad la Libertad, y la Fraternidad
Esto
queda claro tomando como ejemplo dos figuras paradigmáticas de la Revolución
Francesa: Dantón y Robespierre. Compañeros de armas e ideologías, pero con
conceptos diferentes sobre: Igualdad, Libertad y Fraternidad. El señor
Robespierre y su jacobinismo se aseguraron la destrucción de sus
enemigos (guillotina mediante) para evitar el libertinaje y en defensa
de la libertad. Pero el Club de los Jacobinos Su nombre ha
quedado asociado al Terror, el período comprendido entre junio de 1793 y
julio de 1794, durante el cual miles de franceses fueron ejecutados en la
guillotina.
Los
jacobinos representaban a las clases populares y a la pequeña burguesía.
Defendían la forma de gobierno republicana, el sufragio universal masculino y
la idea de un Estado fuerte y centralizado.
Tal
vez uno de los hechos más horrorosos de esta Historia de la Humanidad, sea
la Guerra de Secesión en América del Norte. Es un ejemplo paradigmático,
pero no el único.
En
la naciente Nación Argentina, se dio el caso que una guerra fratricida
sirvió para eliminar casi toda la raza afroamericana. Durante la Guerra de
la Triple Alianza (1865 – 1870) que enfrentó por un lado a Argentina, La
Banda Oriental del Uruguay y el Brasil, y por el otro al Paraguay de Solano
López, no solo dejó a este último país casi sin población masculina, sino que
los países de la entente ofrecían a la gente de color una opción de hierro: la
muerte o la libertad. Por esas paradojas, a la que es tan afecto el género
humano, el negro debía matar para ser libre. Casi siempre le tocaba morir. Eran
lo que se conoce (aún hoy en día), como carne de cañón.
Durante
ese simulacro de gesta por la libertad que se vivió en el Norte, a los
esclavos que se animaban a guerrear les ofrecían, si terminaban sanos y salvos,
veinte acres y una mula.
El
símbolo de su libertad. Veinte acres dónde ser realmente libres.
Y una mula, para trabajar esos veinte acres, y asegurarse su libertad.
Cosechar y venderles su producto a los señores especuladores, que luego de
comprar miles de hectáreas a precio vil, tierras arrasadas por la guerra, con
precios fijados por el bando ganador. Venían por lo que les faltaba: los
pequeños minifundistas y sus propiedades. Los límites de la libertad.
Incluso,
esta guerra no comienza para darles su libertad a los esclavos. Tal vez
del señor Lincoln haya sido bien intencionado, pero todo fue un interés
comercial. Los esclavistas habían descubierto que el esclavismo no era tan buen
negocio. De una determinada cantidad de esclavos se rescataba una porción que
valía la pena. Trabajaba, se procreaba y se vendía. Pero, además estaban los
viejos, los tullidos, los vagos, los problemáticos y otros etcéteras que
encarecían el negocio. ¿Qué mejor que darles su libertad, pagarles un sueldo de
miseria y que ellos se hagan cargo de sus enfermedades y parentela? Nada que
ver con la libertad.
Una
forma diferente de observar este fenómeno proviene desde la literatura.
Un
par de ejemplos icónicos: los señores George Orwell y Aldous Huxley. Sus obras
influirían sobre autores tan disímiles como Anthony Burgess, Phillip K. Dick y
Pierre Boulle.
Me
refiero en primera instancia a “Un mundo feliz” de Huxley, en dónde la sociedad
está estratificada y clasificada según letras del alfabeto griego, siendo los épsilon
los últimos de esta casta. Pero son felices y libres. A través de una
píldora de la felicidad, que los hace libres… e idiotas. ¿Alguien digo Tik
Tok?
Todo
cambia cuando llega el salvaje que subvierte el orden establecido. El
factor humano. La vida que busca su cauce y su verdadera libertad.
Pero
es en 1984de Orwell dónde se prefigura el horror del mundo actual. Quizá
junto con Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, sean las máximas advertencias
sobre la despersonalización, el avance de los estados sobre las libertades
civiles, sobre la influencia en la libertad de conciencia que debe tener todo
intelectual. Es muy difícil, para un creador, hacer algo en un estado
totalitario, rodeado de alcahuetes y obsecuentes del poder de turno, con miedo
a poner en palabras sus pensamientos más íntimos. Sus creencias.
Sabe,
que como en el caso de Galileo Galilei, nada le alanzará al inquisidor de
turno. Ni siquiera negar sus propias convicciones.
Ya
Orwell, había anticipado algo de esto en una fábula, engañosamente infantil,
llamada Rebelión en la Granja. Pero es en1984, dónde este
valiéndose de los avances tecnológicos y la propia aceptación de la masa, lleva
a cabo un control total sobre la población. Aún de sus pensamientos. Incluso de
sus sentimientos, como el amor y la pasión.
Esto
es dable de verse, en, por ejemplo, un microcosmos cerrado. ¿Recuerdan el
experimento Biosfera II? Un ambiente cerrado con gente interactuando y
controlada desde el exterior, aún hasta cuándo dormían o hacían el amor.
Fracaso estrepitosamente.
Excepto
en algún programa televisivo con una alta carga de morbo y de anunciantes.
Otro
ejemplo, podría ser una página literaria como la que compartimos muchos de
nosotros. Si alguien tuviera el poder, y lo usara, de controlar los correos,
los chateos, las ideas, los sentimientos… sería aterrador. Sobre todo, si
decidiera usar esa información con fines apenas imaginables. El daño
psicológico y moral que podría causar por una nimiedad. De los cuales tenemos
ejemplos cotidianos: escuchas, noticias falsas y todo tipo de bajezas
similares.
Pero
esto es hilar demasiado fino… tal vez.
De
solo pensar en el Mahatma Gandhi, que enfrento a todo un Imperio, sin
armas, solo con su integridad y enjuta hombría, en nombre de la libertad,
la propia y la de su pueblo, deberíamos detenernos y barajar de nuevo.
Un
último paralelo, y verán que los extremos se tocan. El nazismo fanatizo
a todo un pueblo. Le quitó su personalidad, persiguió a los pensadores, trató
de controlar a todos y a todo. Exterminar disidentes y razas enteras.
En
el otro extremo ideológico, Stalin, uno de los vencedores realizaba purgas y a
los rebeldes los consignaba al tristemente célebre Archipiélago Gulag.
En
la actualidad en la entrada de la Ciudad de New York, se alza una monumental
obra que recuerda que esa es la tierra de la promisión y la libertad.
Quizás,
si Liberty pudiera, estaría llorando por la sangre que ha regado los
arrozales de Vietnam, el desierto de Irak o el ghetto del Harlem.
Una
ficción de libertad dónde, como con aquellos veinte acres y una mula, se
hace creer que cualquiera está capacitado para ser presidente de la primera
potencia mundial, cuándo en realidad se los idiotiza comiendo palomitas de maíz
delante de su programa favorito de televisión o jugando videojuegos hasta el
hartazgo.
Mientras
en alguna lejana reserva indígena, privada de muchos de los servicios de los
que gozan el hombre blanco, ninguno de los niños que corretean por esas tierras
baldías pueda soñar con regir los destinos de su país. Pese a que ya lo hizo
otro representante de un grupo étnico minoritario.
Pero,
aún se está a tiempo. Aún podemos romper la trampa. Esto no es un manifiesto
anarquista. El orden democrático es necesario.
Pero
aun así hagan la prueba. Tan solo una vez.
Cuando
algo no les guste. Cuando no estén de acuerdo… de pie y de frente, hagan oír su
voz.
Como
decía Aragorn, en el Señor de los Anillos, en su arenga antes del
combate final: “Puede ser que algún día, ante un enemigo poderoso y superior
tengan deseos de correr, de huir… ¡Pero hoy no será ese día!”.
En
ese pequeño gesto de rebeldía descubrirán el sabor de la libertad verdadera.
Y
créanme amigos… ya nada será igual.
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