jueves, 10 de agosto de 2023

Un día en la vida de Cata

 

Ahora estaba desplomada en un sucio furgón que la llevaba hacia el Oeste, más allá de los suburbios. Desde hacía años, tal vez demasiados, para ella la felicidad era un carro lleno de cartones y un trago de vino barato. Y música cuartetera estridente y alegre.

—Cata ¿viste la guacha nueva? ¡Lindo carocito! ¿No? —le decía Pocho.

—Pocho, ¡Andá a cagar! Rescatate chabón, estoy cansada.

—Ta bien ¡Como estamos hoy!

También hacia demasiados años que Catalina se había transformado en Cata. Los rigores de su vida, la habían endurecido. Sabía que, para luchar por un pedazo de cartón, en un mundo de machos, tenía que convertirse en un igual. Lo había conseguido, ¡Vaya si lo había conseguido! Esa lucha le había dejado algunas cicatrices en el cuerpo y unas cuantas más en su alma. Claro que más de un tipo se había llevado una sorpresa con ella y algún puntazo de recuerdo. Para ella los muchachos eran compañeros, y las chicas… otra cosa.

Cata mataba el tiempo del viaje leyendo diarios viejos. Le gustaban las páginas de chismes, el horóscopo y la quiniela. Después miraba los titulares:

“Mueren 30 personas en atentado en Irak”

“Los palestinos llaman a conversaciones por la paz”

“Empezó la venta de las entradas para Racing versus Independiente”.

Pese a que creía que era emancipada, Cata era prisionera de sus rutinas. El tren salía y llegaba siempre a la misma hora. Aunque casi nunca cumplía el horario, tenía que esperar, porque había un solo “Tren blanco”. El tren de ellos: los cartoneros.

Se podía pensar que el destino de Cata, tenía algo de genético. Sin padre, su madre vagaba por las calles en busca de unas monedas, para sus tragos. Ella no trabajaba, solo pedía. Por otra parte, no todos sus hermanos eran como ella. Algunos, sobre todo los varones tenían una estúpida vida normal. Con sus estúpidas esposas normales, y pequeños estúpidos niños normales, que criar. Estúpidas casas normales, con sus estúpidos jardines normales, que regar. Y cuándo terminaran sus estúpidas vidas normales, los archivarían bajo una estúpida lápida normal, en un estúpido cementerio normal.

—Catita ¿No querés una tuca?

—No Pocho, hoy no quiero nada—respondió fastidiada—ni birra, ni vino y tampoco fumar nada ¿Entendés? ¿No te había mandado a cagar ya?

—¡Está bien yegua! Andá vos a cagar, no sé qué bicho te picó.

Pocho se fue con el grupo que venía riendo y hablando a los gritos. Un poco de marihuana y cerveza, hacían la vida más llevadera.

Siguió leyendo, mordiendo la rabia:

“Bajó la tasa de desempleo otro 0.5 por ciento” “Creció el Producto Bruto Interno, por tercer trimestre consecutivo”

Después de hacer la cola para vender sus rejuntes, con los pocos pesos; tenía que comprar algo para echar en el estómago. Un poco de fiambre, pan y vino en cajita. Después dormir un poco, y si tenía algo de suerte, esperar el sábado a la noche para ir a bailar con alguna de sus amigas. Y tener sexo. No pensar por una noche en el jodido lunes y en la vida que seguía.

Antes de dormirse de cansancio, leyó algo así como:

“Nuevo récord en la cosecha de soja”

“El Ministerio de Economía evaluó el comportamiento de los últimos parámetros, pronosticando un récord para la cosecha de soja, en el segundo trimestre del año. Esto aportara un punto más al cálculo del crecimiento del Producto Bruto Interno, y una cifra cercana a treinta millones de dólares extra, para las reservas del Banco Central.”

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy lindo cuento Ricardo ♥️

Anónimo dijo...

Tus historias merecen ser contadas. Escribe con valentía y comparte tu voz con el mundo