No podía dormir, la rata
no lo dejaba. Mejor dicho: el ruido de las ratas.
No las podía ver, pero
sabía que estaban por ahí reproduciéndose, detrás de las paredes.
Cuando apagaba las luces
comenzaban los rumores. Los chillidos, las patitas rasguñando el tabique, el
golpeteo desde el cielo raso.
De un salto se levantaba
y prendía las luces.
Nada. Silencio.
Se arrebujaba y ponía la
almohada sobre la cabeza. Pero era inútil, los sonidos comenzaban de inmediato.
Pese a todo él sabía
dónde estaba el escondrijo.
Sólo tenía miedo de
enfrentarlo.
No debe ser nada sencillo
admitir que se tiene la cabeza llena de ratas.
2 comentarios:
Muy bueno, sencillo
Hermoso
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