domingo, 27 de agosto de 2023

Algunos temas pendientes antes del amanecer

 

Era una perfecta noche de soledad. Aunque parezca mentira, después de convivir quince años con una persona y criar una hija revoltosa, uno necesita de vez en cuando un momento para estar consigo mismo. Escuchar esos temas que por lo general no se puede con calma. Algo de Frank Zappa, otro poco de Tom Waits y bastante de Joaquín Sabina. Ojear un libro con los cuentos de Julio Cortázar, por ejemplo “Casa tomada” o “Las babas del Diablo”. Y mientras tomo una copa de vino Malbec, preparar el computador con un pen drive con un clásico restaurado. Era bastante incongruente utilizar la última tecnología para rescatar una vieja cinta en formato VHS, y ver a Frederic March discutiendo con un Humphrey Bogart con los signos inequívocos del cáncer que lo consumía. Pero la película era un verdadero torneo actoral y de una carga dramática pocas veces lograda.

Estaba en eso cuándo sonó el teléfono. Maldiciendo puse la pausa.

—¿Señor Benítez? —la voz sonaba asmática, con ese tono grave que tienen los fumadores terminales.

—Si.

—Bien, escuche atentamente lo que tengo que decirle—ahora sonaba algo imperativa, pero sin perder la calma—, su esposa y su hija ¿Fueron al cine? ¿Verdad?

Un extraño presentimiento me anudó la garganta.

—Si-dije—apenas audible.

—Bueno, verá… ellas no llegaron al shopping.

—¡¿Qué?! ¡¿Qué carajos está diciendo?!

—¡Tranquilo! No pierda la calma—el asmático suavizó el tono de voz, pero sin perder autoridad—ellas están bien, de momento, todo depende de usted.

—¿Cómo de mí? ¿De qué está hablando?

—Ellas están en mi poder.

El tipo hizo un silencio como para que yo pudiera procesar la información. Con lentitud, a mí me lo pareció, comprendí el significado. Las había secuestrado. Pero ¿Cómo? ¿Dónde?

—¿Cómo sé que no me miente? —tenía que ganar tiempo.

-Veamos, tengo en mi poder un teléfono celular color rosado con calcomanías de “Barbie”

—¡Hijo de puta!

—¡No! ¡Vamos mal Benítez! —el tipo parecía disfrutar con aquello—, si usted no quiere causarles ningún mal, porque lo que les ocurra dependerá de sus decisiones, deberá hacer caso a todo lo que yo le diga y en los plazos que yo le indique, y si se dedica a insultarme será una pérdida de tiempo y ellas estarán en peligro de muerte.

Respiré hondo tratando de no soltar la sarta de insultos y juramentos. ¡Si lo pudiera tener un segundo a tiro!

—¿Qué tengo que hacer?

—Eso está mucho mejor—sí, el desgraciado se regocijaba con aquello—, lo único que tiene que hacer es reunir quince mil dólares…

—¡Quince mil! ¿De dónde lo saco?

—Benítez ¿Qué le parece el banco?

—Pero, pero el cajero automático no entrega dólares…

-Pero usted tiene varias cuentas, homebanking, tarjetas de crédito…

¿Cómo mierda sabia tanto?

—¿La maltrataron a mi esposa?

—Todavía no—una breve risa ahogada—además es muy linda… como para maltratarla.

Sentí que el odio me subía por la garganta. Me contuve.

—¡Quiero hablar con ella!

—¡No! —sonó como un cachetazo la respuesta—no le tengo que explicar por qué,  pero dispone de una hora para cumplir con el encargo, antes de que tengamos que tomar una medida definitiva con su familia.

—¡Pero es muy poco tiempo!

—Entonces aprovéchelo—otra vez la maldita risa asmática—, Benítez, no se haga el boludo, vaya hasta su empresa, abra la caja fuerte y tome prestado los dólares. El lunes, cuando abra el banco los repone, ¿De acuerdo?

—Pero no sé el saldo, pueden haber pagado algunos cheques y no haberse acreditado otros…

—Benítez no me tome de boludo, ¿Desde cuándo paga cheques con dólares?, su familia lo va a pasar mal…

—¡Es la verdad! No sé cuánto hay en la caja fuerte…

—Benítez, use el dinero en negro, ¡Llame a algún familiar de mierda y suplique un préstamo! El tiempo está corriendo, ¡Ah!, lleve el celular. Yo lo voy a llamar.

Estaba sudando copiosamente, pero igual tomé un saco del ropero.

El aire fresco de la noche me reanimó un poco.

Solo tenés que hacer lo que te dicen. Todo va a salir bien—traté de alentarme.

Tal vez podría darles el equivalente en pesos.

Llegué al banco y me dirigí a la puerta vidriada del recinto de autoservicio. Pasé la tarjeta y no se abrió. Lo intenté de nuevo. La luz de la cerradura seguía en rojo. Esta vez la pasé en sentido inverso. Se escuchó un zumbido y la luz se puso en verde. Entonces vi la leyenda en el monitor:

“Unidad fuera de servicio. Disculpe las molestias. Visite el próximo cajero”

Llegué a la avenida jadeante. En el otro cajero había una pequeña cola en espera. Parecía que una señora mayor tenía problemas para extraer dinero y alguien la estaba ayudando. Los chicos que estaban delante no se ponían de acuerdo en si ir al cine o al teatro. Después de discutir un corto rato retiraron el efectivo.

Entré en el recinto y coloqué la tarjeta en la ranura.

“Clave equivocada. Repita la operación”

Estaba nervioso y los dedos marcaban cualquier cosa. Sabía que al tercer error la máquina me tragaría la tarjeta. Con mucho cuidado digité los números. Después puse el importe a retirar.

“El importe solicitado excede su límite”

Bajé la cantidad, y la máquina me dio un puñado de billetes. Tenía que ir a otro cajero.

Corrí un par de cuadras, y el primer cajero no pertenecía a la red. En el otro banco si pude acceder. Retiré el máximo de efectivo y además saqué un adelanto en cuenta corriente.

Una vez en la calle me di cuenta que aquello no funcionaba, debería haber reunido unos ochenta mil. Miré la hora y me quedaba algo así como treinta minutos.

Mi personalidad era la de una persona estructurada. Odiaba cualquier cosa que modificara mis planes y mis rutinas. Era previsor y aplicaba a mi vida personal mi método de trabajo. Siempre sobre seguro. Pero en esta situación excepcional tenía que improvisar. Era lo único que podía salvar a los míos.

—¡Taxi! ¡Taxi!

El automóvil se detuvo casi encima de mí. Me subí y le indiqué la dirección al chofer. El celular comenzó a sonar.

—Hola…

—¿Qué carajos estás haciendo? ¿Va a seguir perdiendo tiempo?, le dije dólares, ¿Entiende?

—Pero, yo…

—¡Dígale al taxista la dirección de la empresa!

Miré con aprensión alrededor.

—Pero, ¿Cómo?...

—Lo sé y listo—el tipo tosió—¿Adónde va a ir?

—A la empresa, saco los dólares de la caja fuerte. Necesito media hora más de plazo.

—¡No! ¡Ni se le ocurra! —la voz sonaba irritada—mire pendejo, le voy a explicar por última vez como se juega este juego. Yo lo cree y se juega de acuerdo a mis reglas. Primero, si va a la policía no ve más a su familia…

—¡No voy a la policía!

El taxista me miró por el espejo retrovisor. Puse mi mano de pantalla sobre mi boca.

—Segundo, si trata de engañarme tampoco va a ver más a su familia—siguió hablando con su voz gangosa—, tercero, si no consigue la guita en veinte minutos… ¡Chau!

—Necesito más tiempo, todavía no llego.

—Bueno… espere que lo llamo—el tipo volvió a suavizar la voz—, yo soy la única voz amiga que tiene ¡Grábeselo! Soy el único que le va a ayudar a que todo salga bien. En un rato le llamo, tengo que consultar con los otros si le damos el plazo… si no le llamo, todo salió mal.

—¡Pero!...

Había cortado la comunicación. Faltaban unas cinco cuadras todavía y un semáforo cortó el tráfico. Traté de no pensar en lo peor, pero el estómago se me contraía dolorosamente. Me faltaba el aire. Estaba entrando en pánico. Bajé un poco la ventanilla y el aire helado entró.

—Jefe, ¡Hace frío!

—Disculpe, estoy descompuesto.

—Si está por vomitar avise, por el tapizado ¿Vio?

El sujeto era bastante bestial pero no dejaba de tener razón. Otro maldito semáforo y el tráfico pesado. Un chico se puso a discutir con el conductor que no quería que le lavara los vidrios. Pero el muchachito embadurnó el parabrisas con una sustancia indescriptible y luego de pasar el secador, quitó los últimos vestigios con un trapo gris oscuro. El chofer, con razón, le dio un par de insultos por toda propina. Los vidrios estaban más sucios que antes.

Al costado se estacionó una camioneta cuatro por cuatro y el conductor estaba discutiendo con alguien por teléfono.

—¡No carajo! Te dije que no le pagaras una mierda a nadie. Mañana entran un toco de cheques y…

El taxi se alejó del alterado hombre y después de una cuadra se detuvo frente al edificio dónde estaba mi empresa. El celular comenzó a sonar.

—¡¿Si?!

—Se pudrió todo… no le queda plazo, ni a ellas.

—¡Pero, por favor!

-Mire Benítez, como excepción tiene veinte minutos más—la voz asmática me apremiaba—pero una vez vencido el plazo…

Tenía que improvisar de nuevo. Aclaré la voz y ataqué a fondo.

—Una vez vencido el plazo ¿Qué?

—¿Sabe?, se queda sin familia ¡Gil!

—Y vos sin guita—ahora el que estaba enojado era yo—¿Vas a hacer todo esto para quedarte sin nada y con dos cadáveres a cuesta?

Un silbido me llegó desde el otro lado.

—¡Epa! ¿Tenemos un héroe del otro lado?

—No, un tipo desesperado. Hasta ahora hablaste vos, pero escuchame. Yo quiero reunir la plata, entregarla y que me devuelvas a mi esposa y mi hija, sólo te pido media hora.

—Tiene diecinueve… dieciocho minutos. El tiempo sigue corriendo—me pareció escuchar una risa asmática apagada.

—Está bien ¿Adónde voy con el paquete?

—Después lo llamo. ¡Muévase!

El chofer me miraba intrigado.

—Voy al edificio y vuelvo. Espéreme.

—No jefe… ¿Tengo cara de gil yo? ¿Sabe cuántos se fueron sin pagarme?

—Está bien, tome, acá tiene… pero espéreme ¿sí?

-Si, está bien jefe.

Sabía que cometía un error. Una sobre diez que no me esperaba y se iba con el pago y la propina.

En un rato abrí la puerta, tomé el ascensor, llegué a la oficina y después de abrir la caja fuerte ordené todo el efectivo en una bolsa plástica.

—Doce mil—me dije.

Cuando salí del edificio no vi el taxi. El muy guacho se había ido. Un bocinazo me sacó de mis pensamientos funestos.

—¡Acá jefe! Me corrió un policía y tuve que ir a dar una vuelta.

Una a favor. Subí y esperé. ¿Qué mierda estaba esperando? Sonó el celular. ¡Eso esperaba!

—¿Y?

—Tengo el efectivo—ahora venía lo malo—, pero solo tengo doce mil…

—Pero ¿me estás cargando pedazo de pelotudo? ¿Qué te dije que le iba a pasar a la señora y la nena? ¿No te lo dije? Entonces te lo digo: si no conseguís quince mil te las devolvemos adentro de una bolsa de consorcio hechas pedacitos ¿Entendés ahora?

—Yo entiendo. El que no entendés sos vos boludo. Son las dos de la mañana ¿De dónde mierda querés que consiga más guita? Es toda la que conseguí, no hay más, y no estoy regateando.

—Mirá, si fuera por mi cierro trato, pero es una diferencia de tres dólares. Tengo que consultar y te llamo. Pero yo que vos pensaría cómo hacer para conseguir lo que falta.

Se cortó la comunicación. El taxista me miraba de reojo por el espejo retrovisor.

—Tienen a mi esposa y a mi hija.

El tipo asintió en silencio.

—Me imaginé que tenías algún problema grave, por eso es que no me fui. ¿Y la policía?

—¿Me estás jodiendo? No… mejor les pago y listo.

—¿Pero qué seguridad que te las devuelven?

—¿Qué seguridad me da la policía?

El celular comenzó a vibrar.

—¿Sí?

—Todo bien. Ahora, haga lo que le digo y todo termina bien ¿Escucha? —el tipo estaba más tranquilo, no me tuteaba.

—Si.

—Vaya hasta avenida Córdoba y Uriburu, hay un bar llamado “Café Martínez”. Siéntese en una de las mesas que están al lado de las ventanas. Lo vuelvo a llamar ¡Dele!

Le di la dirección al chofer, quedaba a unas cuadras de mi casa. ¿Todavía me estarían vigilando?

El bar estaba cerrado. Me bajé del taxi y comencé a mirar en todas direcciones. El celular de nuevo.

—¡Bien! Va muy bien. Despida el taxi.

Le pagué el importe, y me dijo.

—Suerte muchacho ¿No quiere que de una vuelta?

—No… nos pueden estar vigilando. Todo va a salir bien, espero.

-Suerte.

El auto se perdió en el escaso tráfico.

La voz gangosa seguía ordenando.

—Cruce la avenida y bordeando el Hospital de Clínicas vaya hasta Paraguay y de ahí hasta el estacionamiento atrás de la Facultad. ¡Tenga cuidado con los ladrones! —la risa asmática lo hizo toser—está oscuro.

—¡Encima me jode!

—¡Dele! Se excedió de tiempo.

Crucé la avenida, y la calle era efectivamente una boca de lobo. Sobre Paraguay había más luz. Caminé sin prisa hacia el estacionamiento. Miré las hileras de vehículos ¿Dónde estaría? Sonó el teléfono.

—Bien. Quédese parado ahí—hizo un silencio prolongado—a su izquierda hay un Peugeot 505 plateado…

—Si.

—Acérquese y tire el paquete por la ventanilla trasera ¡Ya!

Hice lo que me ordenaba. Eché un vistazo de soslayo, pero no alcance a ver nada.

—Sigua caminando hasta la esquina.

Cuando había hecho algunos pasos, escuché el motor del automóvil. Arrancó y se perdió de vista.

—¡Hola! ¿Está ahí?

El silencio fue toda la respuesta.

—¡Hijo de puta! ¡Conteste turro!

Me quedé parado al borde de las lágrimas. ¿Cómo había sido tan estúpido? ¿Cómo podía confiar en un miserable como aquel?

Llamó el teléfono una vez más

—¡Si! ¿Sos vos?

—Si Benítez, vaya a su casa, ellas están bien.

Desde el instante en que cortó hasta que llegué a mi casa, sufrí la misma agonía que ya había sufrido varias veces aquella madrugada. Un ardor en el pecho. Un vacío en el cerebro. Una opresión en el estómago. Y el sudor helado que me caía por la espalda.

Abrí la puerta del ascensor y sentí el temor de entrar en el departamento.

Llegar y no encontrarlas.

—¡Hola amor!

—¡Hola papi1

Las dos estaban tranquilas y despreocupadas. Yo todo lo contrario.

—¿Cómo están? ¿No les pasó nada?

Ellas me contaron que lo pasaron espléndido. Que comieron en un Mc Donald, estuvieron comprando algunos cosméticos, ropa y que vieron “La sirenita”.

Y yo les conté algo de lo que había pasado en su ausencia. Además, lloré.

—Bueno papi, no te preocupés, estamos bien, nadie nos hizo nada.

—Si mi amor, es casi como una broma de mal gusto.

—Además papi, ¿sabés? ¡Nos ganamos un celular de última generación! —agregó mi hija, como para distraerme—tiene cámara fotográfica, filma, mensajes de texto, de voz, mp3, y… y…

—¿Cómo es eso? —pregunté sin mucho interés.

—Mirá papi, le entregué mi celular ¿Viste? El rosadito con calcos—mientras hablaba comencé a comprender—resulta que el número estaba premiado y con esta boleta mañana tenemos que ir a retirar el nuevo.

—¿Y a quién se lo diste?

—A la promotora…

—¿Y qué datos te pidió?

—A mí no, a mami.

—No me digas nada—dije mientras esbozaba una sonrisa—, te hizo llenar un formulario con un detalle de las tarjetas de crédito que tenemos.

—Si.

—La sucursal del banco con que operamos.

—Si.

—El teléfono, la dirección de casa, mi mail, mis ingresos aproximados, datos de mi empresa…

—Claro…

Mientras me sentaba en el sofá riéndome de la bronca, me pareció escuchar una risa asmática y una voz gangosa que me decía:

—Si Benítez, vaya a su casa, ellas están bien.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Atrapante Ricardo, me recuerda a algunos relatos de igual tinte de Bukowski. Gracias por publicarlo.