Era un día común
en la vida de Juan, salvo por el hecho que tendría que estar trabajando, pero
ese día recuperaba un franco de servicio atrasado. Se levantó tarde, como solía
hacer los domingos, y su mujer le preparo el desayuno. Algunos bizcochos de
grasa y unos pocos mates algo lavados.
—La beba volvió a levantar fiebre —comentó preocupada.
—¿La vas a llevar a la salita?
—Y, sí. Plata para ir a la clínica, no
hay…
Juan suspiró. Estaba por comenzar un nuevo capítulo de: “en esta casa nunca hay bastante dinero”.
—Por favor, no empecemos de nuevo…
—No, ¡si aún no terminamos! ¡Vos sabés que no hay plata ni para los
medicamentos que me receten!
—Mañana voy a pedir un adelanto del sueldo…
—¡Que seguro no te van a dar! ¿cuándo vamos a salir de esta pobreza? —Patricia
se estaba encolerizando— ¿Por qué no buscás hacer algo por tu cuenta? ¡Siempre
en trabajos bajo patrón!
—No tengo capital. Además, podemos ir a la clínica de la obra social…
—Tu empresa no está al día con los aportes, así que tenemos que pagar el
arancel ¿Tenés plata para la tasa?
En ese instante apareció Javier, el hijastro adolescente.
—Juan, dame el mate…
Pegó un sonoro sorbido.
—¡Che, vieja!, me voy y vuelvo a eso del mediodía…
—Justo para comer, ¿no? —acotó Juan.
—¿Qué pasa? ¿No me querés dar de comer más?, sos mala onda…
—No, sólo quisiera saber en qué andás vos…
Javier se alejó hasta la puerta de calle.
—Mañana te cuento, viejo…
Juan no sabía que le dolía más. Si la ironía con que le decía viejo o la lengua afuera con que se
despidió. Y aún faltaba que se levantara Angélica, la hijastra adolescente.
Parece que no había sido tan buena idea quedarse el día libre en casa.
La beba comenzó a
llorar y Patricia lo miró con una cara acusadora, como si él fuera el culpable
de que la beba estuviera enferma. Sonó el timbre de la puerta.
—¡Yo voy! —huyó Juan.
Hay veces en la vida en que uno se arrepiente de no hacerle caso a sus
instintos. A esa especie de premonición que te dice: “con este tipo voy a tener problemas”. De sólo verle la cara al
sujeto Juan sintió aprensión.
—¡Hola! ¿Está Patricia?
El tipo estaba flaco y tenía un aspecto como temeroso. Tenía rasgos que le resultaban
levemente familiares. Una cierta belleza ajada. Era de un rubio algo opaco,
ojos verdes y rostro anguloso. Aunque lucia encorvado se notaba que tenía buen
porte. Lo que más le molestó a Juan era su mirada huidiza.
—¿Quién la busca?, yo soy el marido
—¡Juan! ¿vos sos Juan?, yo soy Willy —era el cuñado de Juan que estaba en
prisión—, me largaron ayer…
—¡Willy! —la confusión de Juan, se mezclaba con una irracional alegría.
—¡Patricia! ¡vení! ¡es Willy!
Patricia apareció de golpe, y se abrazó con el muchacho. Los dos lloraban y
Juan también derramó alguna lágrima.
—¿Cuándo? ¿Cómo? —Patricia
preguntaba mientras lo acariciaba.
Willy había tenido
su propia temporada en el infierno. El infierno se llamaba Penal para Encausados de Olmos. Pero anteriormente había pasado por
la cárcel de Villa Devoto, un tiempo
en Sierra Chica. Total, catorce años
a la sombra. El tipo era un verdadero pesado, sus antecedentes impresionaban:
robo calificado, uso de arma de fuego, resistencia a la autoridad. Alguna
muerte. Robo a bancos y joyerías. Pirata del asfalto y algunas cuántas cuentas
pendientes más.
—Estuve en lo del tío Cacho, ahí me contaron que te casaste con Juan, me dieron
tu dirección, a José todavía no lo vi, ¿cómo están Angélica y Javier? —Willy
hablaba sin parar, parecía querer saber todo en ese instante como si no fuera a
tener otro día más para vivir.
—¿Y está beba? ¡Que hermosa!
—Es nuestra Willy, se llama Noelia, tiene siete meses…
El muchacho comió dos platos de fideos al aceite, un par de panes y algo de
gaseosa que había sobrado del día anterior. Los lujos no sobraban en casa de
Juan.
—¿Y cómo anda lo tuyo Juan?
—Más o menos…
—Más menos que más —dijo Patricia—, su sueldo no alcanza para cinco bocas, yo
hago alguna tarea de limpieza, pero ahora, con la nena. Y a él le cortaron las
horas extras, menos mal que cobra salario familiar por la beba…
Los dos hermanos siguieron hablando un largo rato más. Luego de la cena y la
charla acomodaron a Willy en un colchón en el suelo. Pasaría la noche con
ellos.
—Juan, necesito algún tiempo para acomodarme, si molesto…
—¡Que va Willy!, esta es tu casa…
El muchacho no tardó demasiado en recuperar peso, color en la piel, brillo en
sus cabellos y ánimo. Es más, en poco más de dos semanas el vestuario había
cambiado por completo. La mayoría de la ropa era de marca. Zapatillas caras, mocasines
de cuero de carpincho, medias de hilo, remeras a la moda y camisas de seda. Además,
perfumes caros.
—Patricia, me voy unos días a Mar del Plata. ¿Necesitas algo?
—No, nada.
—¡¿Lo vas a ver a papá?! —preguntaron
Javi y Angélica.
—Puede que sí, después les traigo algo… unos alfajores.
—¡Qué lástima!, nosotros nunca vamos de vacaciones, no podemos…
Los dos lo miraron a Juan de soslayo, como con lástima.
—Bueno, la próxima los llevo ¿Quieren ver mi coche?
Willy salió a la calle seguido por todos, incluido Juan. El automóvil era un VW Sirocco. Subió y aceleró un par de
veces, el motor rugió.
—¡Vení Patricia! ¡vamos a dar una vuelta!
Esa noche Juan no tenía demasiados motivos para hablar. El resto de la familia
también estaba silenciosa.
—El tío es una persona rica —dijo Angélica—. ¿Vieron que auto tiene?
—¿Y la pilcha? Y el Rolex presidente —comento
Javier—. El tipo está bien, la tiene clara…
—¿Alguien quiere más polenta? ¿Juan? —preguntó Patricia.
—No, mejor me voy a dormir, mañana tengo que madrugar…
—¡Claro! ¡tenés que trabajar1 —los chicos se echaron a reír burlonamente. Patricia los miró seriamente.
—Juan ¡Juan! —Patricia lo sacudió por el hombro al acostarse.
—Sí, si
—¿Qué vamos a hacer Juan? —le
habló despacio—, se vence el alquiler, la luz todavía no la pagamos, la beba
con su enfermedad y los chicos…
—¡No sé!, realmente —la confusión lo superaba—, yo tengo algunas horas extras
por cobrar ¿vos me podés dar una mano?
—¡Juan!, siempre igual, yo limpiando la mugre de los demás por unas monedas.
Vos llevando la plata de los otros, con un uniforme, con peligro que te maten,
para que… ¡Decime para que! —Patricia había perdido la calma—, para pedir un
mísero vale para sobrevivir. ¿Por qué no hablas con Willy?, él te puede dar una
mano…
—¿Un préstamo?
—¡No! ¡trabajo! lo que hace él —la voz de Patricia sonó persuasiva—, cuándo
vuelva, hablá con él.
Willy volvió y fue nuevamente el centro de atracción de la familia. Juan
fluctuaba entre dos sentimientos. Por un lado, sentía atracción por su cuñado.
En cierta forma lo admiraba y le simpatizaba. Por el otro lado lo resentía.
Pese a que él no era lo que se decía un jefe de familia tradicional, hasta ahí
había sido el hombre de la casa. Willy no sólo lo había desplazado, sino que se
animaba a darle consejos de cómo llevar a su familia.
Esa noche cuándo todos se fueron a dormir, ellos quedaron charlando.
—¿Y Willy? ¿tenés familia?
—Si: Pato, vos, los chicos…
—No, loco, esposa, algún hijo. —repreguntó
Juan
—Hijos, no. Que yo sepa. Esposa: sí.
—¡Epa! ¡esa no la sabíamos!
—Pato si lo sabe, no te habrá contado a vos. Adriana es una buena mina, pero no
va…
—Pero ¿te ama? ¿la amas?
—¡Me espero catorce años!, si anduvo con otros no sé, pero me fue a buscar a la
salida de la cárcel —Willy tenía un tono de voz emocionado—. Me dio de comer,
me ofreció su casa y trabajo.
—¡Pero, Willy!
—Te sigo contando —lo miró a los ojos—, la piba es jocketa, una de las mejores
del país. Ganó mucha plata, se puso una fábrica de ropa deportiva. Me quería
llevar de gerente de no sé qué mierda. Le dije que no…
—No te entiendo.
—Mirá, yo le dije que lo mío es el choreo, yo no puedo vivir sin robar —ahora
Willy hablaba apasionado—. Si ella quería seguíamos juntos, pero me dijo: “yo o
el robo”. Elegí seguir afanando, es lo que se hacer, es mi vida…
—Está bien, es tu vida después de todo, ¿la parte fea?
—Si ya lo sé. Catorce años adentro, no es lindo. Pero, mirá, en tres semanas me
compré hasta un auto. La cárcel no es fácil, la vida no es fácil —hizo un breve
silencio—. Cuando estás adentro es como si estuvieras en una tumba, pero vivo.
Sabés que en algún momento te la van a poner, por más bicho que seas, por más
cojudo, siempre hay alguno que te va a ganar. Yo tuve que hacer finado a un par
para que me dejen tranquilo…
—¿Mataste a dos? —abrió los ojos asombrado Juan.
—¡Los pagó la noche! ¡A ver! ¿qué harías vos si te vienen en manada a romper el
culo? O te hacés la mina de un capanga, le fregás la ropa, le preparas la
comida y le das la cola… o les metes una faca hasta el cabo en la panza a
alguno de los que molestan. Mejor, cambiemos de tema ¿Sí?
—Sí, mejor.
—Escuchame Juan, vos estás haciendo cagar de hambre a mi hermana —el tono de voz
de Willy era algo amenazador—. Yo te puedo ayudar, una vez te puedo dar guita…
pero después…
—¡Estoy pensando en trabajar los fines de semana! De mozo, haciendo extras…
—¡Eso no sirve! —Willy lo cortó seco— ¿Cuánto ganas en un mes?
—Dieciocho mil, con extras, y sin descuentos, veinte mil, con suerte…
—Tomá veinticinco mil —arrojó los billetes sobre la mesa—. Mañana a la noche me
venís a ayudar en un trabajo.
—¡Yo no puedo! —casi imploró Juan.
—Es algo sencillo, sin usar armas, sólo me tenés que ayudar a estibar algunos
electrónicos. X Box, televisores y notebooks. Calculá unas cuatro horas de
laburo.
Juan tomó el manojo de billetes, sentía que le quemaban en la mano. También
tenía una especie de ardor en el pecho y en el estómago. Ese dinero le
solucionaba muchos problemas. Pero…
Mientras él entraba en la cama, Patricia se dio vuelta y le preguntó:
—¿Hablaste con Willy?
—Sí, tomá, arreglá las cuentas.
—Vas a ver como solucionamos los problemas, no va a pasar nada ¡tontito!
Esa noche Pato le hizo el amor. Hacía unos cuántos años, desde el noviazgo para
ser más exactos, que hacer el amor se había convertido en una rutina cargada de
cuidados extremos:
¡Que los chicos pueden escuchar! ¡Que
llora la beba! ¡Que estoy cansada! ¡Me duele la cabeza!
La realidad era una sola: ya no existía la pasión, para ella era un ritual
molesto. Pese al poco tiempo de casados, como ya llevaban conviviendo cuatro
largos años, era evidente que ambos se habían equivocado.
Pero esa noche, sorprendentemente, Patricia había tomado la iniciativa. Y le
había regalado una noche como aquellas ya olvidadas.
A la noche posterior, Juan estaba solo en la cocina. Estaba tomando un café,
rogándole a Dios que Willy no lo viniera a buscar.
Sus ruegos no
fueron escuchados.
—Vamos Juan.
El auto deportivo se desplazaba velozmente por la autopista rumbo al sur del
conurbano.
—¿Dónde vamos?
—Cuánto menos sepas es mejor —hizo una pausa y agregó—, Adrogué…
Willy se concentró en la ruta.
Llegaron a un galpón enorme. El portón de la parte trasera estaba abierto y
había unos cuántos tipos bajando bultos de un camión de transporte enorme.
—¡Vamos! ¡Vamos! ¡Muevan el orto, queda otro camión todavía!
Juan en un minuto estaba llevando cajas para el interior. Trabajaba rápido y en
silencio. Serían algo así como las dos de la madrugada.
Luego de unas cuantas horas de trabajo duro habían llevado la última caja.
—¡Vamos! ¡Llevate el camión! Ya está amaneciendo, rajen de una vez…
Los que estaban en el galpón esperaban a Willy, entre ellos Juan.
—Bueno, acá está la plata para cada uno. Vos Juan ya cobraste, pero te voy a
acercar hasta algún micro que te alcance a tu casa, no te puedo llevar…
—Está todo bien —dijo Juan algo cansado, al día siguiente tendría que ir a
trabajar sin dormir.
—Bueno, este es mi cuñado Juan, está casado con Pato —presentó Willy—, este es El tano Gutiérrez, aquel es La garza Daniel, Tomás el Baby face, y Fisu por fisura, está a toda hora drogado.
Juan lo miró con un cierto aire de desprecio.
—¡¿Qué pasa macho?!
—No me gustan los drogones —Juan le sostuvo la mirada.
—¡Y a mí no me gustan los custodios de mierda!
—¡Eh! ¡Basta! —ahora el que gritaba era Willy—. Si
es por eso, todos te tenemos que caer mal. Acá el que no aspira se fuma una
chala, a veces parece Jamaica este lugar…
—No women, no cry —cantó algo desafinado Fisu,
mientras todos reían, incluso Juan.
Willy estaba manejando nuevamente rumbo a la capital.
—Cambié de idea, te voy a llevar a casa, mientras charlamos…
Juan encendió un cigarrillo y le convidó otro a Willy.
—¿Qué te pareció la banda?
—Willy, vos sabés como yo pienso…
—¡Por eso estás en la miseria, cacho! —Willy resultaba hiriente—. Cuando uno
tiene familia tiene que tener cojones para bancarse todo. Si es necesario
robar, se roba. Si tenés que hacer alguna cosa que no te gusta, hay que
hacerla…
—Pero —trató de defenderse Juan.
—El laburito de esta noche es pan para hoy y hambre para mañana, vos necesitas
zafar definitivamente. ¿Cuánto puede salir poner un kiosco? Vos seguís con tu
trabajo y Pato atiende el negocio.
—¿Me vas a prestar la plata?
¡—No! ¡Ni se te ocurra!...
—¿Entonces?
—Otro trabajo, más grande. Te puede
dejar unos doscientos mil.
—¡¿Doscientos mil pesos?!
—¡Dólares! ¡nabo! Dólares, ¿me seguís?
—Dale
—¿Cuánto dinero llevan en el camión cuándo están por terminar el recorrido?
Juan quedó petrificado. Willy estaba hablando del camión de caudales, de la
empresa dónde él trabajaba.
—¡Vos estás loco! ¿Te crees que no van a saber que hubo un entregador? —ahora
Juan estaba como loco.
—Acá el que tiene que pensar soy yo, tengo todo planificado. sin violencia, sin
riesgos, nos quedamos con un botín de un millón doscientos mil.
Juan estaba desconcertado. Esa cifra que estaba lejos de sus cálculos.
—No creo que se recaude tanto.
—Cuando hacen el
final del recorrido en el Bingo, pasan ese monto.
Ahora si cerraba
el plan. Pero había un inconveniente.
—Pero nosotros no
sabemos el recorrido antes de salir.
Sin darse cuenta Juan se estaba involucrando. De una negativa tajante, había
pasado a hablar de los obstáculos.
—¿Vos te pensás que los únicos que hacen inteligencia son los polis? —Willy
hizo un silencio sugestivo—. Yo me levanto tarde de dormir. Pero paso toda la
noche averiguando cosas. Por ejemplo:
vos no te das cuenta, pero los circuitos que hacen se repiten. Cuando comienzan
en la Rotonda de Alpargatas, seguro que terminan en Morón. Cuando comienzan en
la estación de servicio de Martínez, terminan en la fábrica de Burzaco. Tienen
una media docena de circuitos que se repiten. Y yo los estudié todos…
—¿Y mis compañeros? ¿te crees que no van
a hacer algo? Están armados hasta los dientes.
—¿Por ejemplo?
—Armas cortas: Browning Buck Mark 22,
de diez tiros. A mí me dan una Glock 9 x
19, todas armas que no tiene ni la policía. Armas largas: escopetas Ithaca Featherlight 12/70 y otras Beretta SAP 12, también 12/70. Estamos bien provistos.
—Yo lo único que necesito es lo siguiente: vos sos el que se baja y se queda en
la puerta del camión, mientras los otros dos custodios van a buscar las sacas.
Uno queda en la cabina trasera, y el otro al volante —Willy hablaba en forma
convincente—, ese no es problema. Los porta valores los neutralizamos cuándo
salen del Bingo.
—¿Cómo sabés que es el Bingo?
—La secuencia da ese lugar al último. Mañana…
—¡¿Mañana?!
—Si, tengo todo organizado, sólo faltas vos —Willy siguió hablando como si nada—,
generalmente el conductor va al baño en ese lugar. Sino no importa, pero el tipo de la cabina,
necesito que vos abras la puerta un segundo, lo neutralizamos. Te metemos un
golpe en la cabeza, para que parezca que quisiste hacer algo, te dejamos
inconsciente. Tomamos las sacas y nos vamos con la guita. ¿Si?
—Pero, ¿y yo? ...
—Después la llamo a Patricia y le digo dónde ir a buscar tu parte. Lo más
probable es que tenga que hacer un viajecito a Carmelo, en Uruguay…
Juan estaba pensativo mirando el paisaje al costado de la autopista. La
arboleda pasaba velozmente ante su vista perdida.
—Juan… vas a trabajar toda tu vida y jamás vas a zafar de la pobreza —la voz de
Willy sonaba convincente—. El tren pasa una sola vez en la vida. Esta es tu
oportunidad, para vos, para Pato, para los chicos…
—Pero yo siempre trabajé, nunca necesité delinquir…
—¡Hasta esta noche! ¿O no sabías que eran cosas robadas las del almacén? —otra
vez sonaba hiriente—, tenés cuarenta años. ¿Cuánto falta para que te den una
medallita, las gracias y un apretón de manos?, luego a cobrar una mísera
jubilación. ¿Cuánto vale tu vida? ¿Te aseguraron en la empresa? ¿Cuánto vales
para ellos? En cambio, con esta…
—No tengo la pasta…
—¡No tenés los huevos cagones!, seguro que no sabés manejar ni una gomera…
Juan se sintió tocado en su amor propio:
—¡Yo soy muy bueno con las armas!
—¿Y en cuántos tiroteos estuviste? ¿Tenés algún muerto en el inventario? ¡Te
creés que es como un polígono de tiro! ¡Que es como tirarle a un señuelo!...
dejate de joder
—No jodo, estoy bien entrenado y soy muy bueno. Ojalá nunca te lo tenga que
demostrar.
Juan quedo silencioso, estaba en una lucha interna. Una decisión por demás
dolorosa.
—Cuñado, yo voy a tener otra oportunidad, cientos de oportunidades. Por ejemplo,
los tipos del Bingo, le roban a la gente. Les dan una posibilidad sobre millones
en contra, y los secan y roban, pero legalmente
—Está bien…
—¿Qué?
—Está bien… hagámoslo…
El resto del camino Willy lo fue aleccionando, haciéndole repetir la rutina una
y otra vez.
Una vez en su casa se tomó una ducha y se puso el uniforme para ir a trabajar.
Tomó un café y salió.
—Juan ¿Qué pasó? —el supervisor lo miró severo—, casi salimos sin usted. Vaya a
la armería que salen
—Si señor.
En la armería le dieron la Glock y
una Ithaca Beretta 12/70, más la
munición necesaria.
—Hola Juan —lo recibió el mono
Suárez.
—Hola.
—Hola —respondieron Polansky y el gato Aguirre. Al volante iba el tano Pedersoli.
El recorrido transcurrió como era usual, en tranquilidad. Por lo menos hasta el
último destino.
—¡Objetivo en diez! ¡Prepararse!
—Sí señor.
Juan trató de mantenerse en calma. Empezó a revisar la Glock, primero retiró el cargador, después tiro de la corredera. No
tenía ningún proyectil en la recámara. Volvió a colocar el cargador, tiró de
nuevo la corredera. Ahora si tenía un proyectil. Puso el seguro y el arma en la
cartuchera que tenía cruzada sobre el pecho. Luego con parsimonia, cargó los
cartuchos en la escopeta.
—¡Llegamos! ¡Vamos muchachos!
Juan bajó primero. Llevaba la escopeta acunada en sus dos brazos. Miró en todas
direcciones y le hizo señas a los porta valores para que bajen. A buen paso
fueron rumbo al edificio del Bingo.
Miró distraído el estacionamiento. Había varios autos, la mayoría importados.
Los jugadores solían pernoctar en el lugar. Era tal el vicio, que las horas se
le pasaban ahí adentro.
¿Dónde estaría Willy y su gente?
Un par de autos no
encajaban con el lugar, un tanto viejos y mal tratados. Tal vez…
La línea de pensamiento fue interrumpida. Los depositarios salían del edificio
rápidamente con unas sacas.
Entonces ocurrió.
De entre los autos estacionados salieron dos tipos con pasamontañas y guantes.
Llevaban sendas escopetas. Los porta valores los vieron y trataron de
apuntarles. No les dieron tiempo. Los dos dispararon al unísono. A la cabeza, a
matar. Los chalecos de kevlar no sirvieron de nada.
—¡No! —Juan solo atinó a gritar.
—¿¡Que mierda pasa!? —gritó el mono.
Dos tipos surgieron de la nada, desde la culata del camión. Uno levantó la
escopeta y golpeo a Juan en el hombro, que cayó cerca de las ruedas delanteras.
Miró hacia atrás, entonces escuchó otros estampidos. Acababan de fusilar al mono. Entraron al camión y comenzaron a
sacar las bolsas con el dinero. Luego salieron corriendo.
Él estaba aturdido, en una situación de irrealidad. Hacia unos instantes venía
con los muchachos bromeando en el camión. Ahora estaban todos muertos. Él era
uno de los culpables, el mayor responsable. La puerta delantera del camión se
abrió.
Pedersoli le gritó
—¡¿Qué mierda estás haciendo?! ¡Cagalos a tiros, boludo!
Mientras gritaba, se bajó y lanzando una ráfaga de balas. Varias ventanillas
volaron astilladas, la carrocería de los autos se llenó con impactos.
—¡Al suelo!, el puto tiene una Uzi…
—¡Mierda!
Juan escuchó con claridad la voz de Willy:
—¡Juan!... ¡metele un corchazo al hijo de puta!
Él ya se había incorporado. El tano
se dio vuelta y lo miró incrédulo. En esa mirada pudo leer el desconcierto que
pasó a la furia en un santiamén. Trató de apuntarlo con su ametralladora. Fue
demasiado lento. O Juan muy rápido. Lo que él había hablado con Willy en el
auto se cumplió. Como en los entrenamientos. Como en los simulacros. En un
instante el arma estuvo en su mano y disparo con impiadosa certeza. Tres balazos
ascendentes el vientre al tórax y la garganta. El jamás había sido amigo de
Pedersoli. Sólo habían compartido un trabajo algunos años. Pero así y todo sintió
que una acidez amarga le subía por la garganta, un vómito de odio.
—¡Bien Juan!, vení para acá…
Willy lo hizo subir a un auto. Mientras del edificio del Bingo salían los
custodios disparando.
El segundo auto arrancó y dejó a un par de a pie que se comenzaron a tirotear
con los del Bingo.
—¡Fisu hijo de puta! Rajó el guacho…
—¡Vamos a buscarlos!
—¡No!, vamos que viene la cana ¡Dale!
Dispararon un par de veces y salieron rumbo a la ruta más cercana.
—Me jodí la vida —se lamentaba Juan.
—Juan, después hablamos de eso, ahora tenemos que sobrevivir, escapar de la
poli, ¿entendés?
—¡Me jodiste la vida! —ahora Juan estaba furioso—. ¡Dijiste neutralizar sin
violencia! ¿estaba todo planificado?
—¡No jodas Juan!, no te hagas el inocente. ¿Sin violencia?, decime como, a ver…
—Ahora seguro que me filmaron mientras mataba al tano ¡Estoy perdido!
—No estúpido. Ahora te venís con nosotros al…
Willy no pudo terminar la frase. La luneta trasera estalló en mil pedazos y el
cayó sobre el respaldo del asiento delantero. La garza que iba al volante hizo una maniobra violenta. Iba por la
carretera en el segundo carril. Pegó un volantazo y tomó la bajada de la
colectora. El auto de la policía siguió
de largo.
—Voy a entrar por un camino de tierra —gritó la garza—, nos tenemos que separar.
Willy lo miró fijo unos instantes. Luego le dijo:
—Juan en la billetera tengo una dirección —hablaba jadeante—, es un amigo…El sapo… tenés que ir a verlo… él te va
cruzar desde El Tigre a Carmelo. Sin documentos, ni nada. Te lleva de contrabando
y allá… allá…
—Tranquilo Willy, después me explicas…
—No Juan… no va haber después. Yo no la
cuento… mirá…
Un feo orificio sangrante en el costado no era un buen presagio.
—Juan… lo único no te dejes agarrar. Las
tumbas son peor que el infierno… y vos… mataste a un compañero… los polis
te van a matar a palos… y los… los tumberos
no te van a aceptar…vos…no…no…
Willy quedo inmóvil. Exhalo por última vez. Se quedó quieto.
Juan guardo la
billetera en su bolsillo.
—Los perdimos, pero acá nos separamos Juan…
La garza tomo una saca y se perdió
entre las calles de tierra. Juan quedó pensativo unos instantes y entró en
acción. Abrió el baúl y revisó. Había un bolso y algo de ropa; el pantalón le
iba. Willy era casi de su talla. Después se puso una camisa de jean bastante
rota. Tomó el bolso y sacó de las sacas unos cuántos fajos. Los acomodó.
Después sacó dos cargadores y los puso en el bolsillo del pantalón y la Glock a
la cintura. Se echó el bolso al hombro y comenzó a caminar por ese barrio
suburbano.
—¿Y ahora qué carajo hago?, seguro que
alguien nos debe haber visto —pensaba Juan enfurecido—, tengo que salir de acá ya, en cualquier momento cae la cana…
El barrio era residencial. Muy arbolado y con casas quintas con parque,
sumamente tranquilo, como para un fin de semana. Pero no era el lugar más apto
para esconderse de la policía.
A las pocas cuadras vio un portón abierto y un tipo cargando algo en una
camioneta 4 x 4, de las japonesas. Aceleró el paso y sacó el arma.
—¡Dame las llaves o te cago a tiros!
—¡Yo no…!
Un bebé comenzó a llorar dentro del vehículo.
—¡Dame las llaves boludo!
Ahora apuntó con el arma dentro de la camioneta.
—¡No, por favor!
—¡Las llaves!
El tipo tiro un llavero sobre el asiento.
—¡Sacá el bebé!, y no intentes nada porque los mato…
El tipo estaba blanco como un papel, temblando sacó al nene de la camioneta en
su asiento desmontable.
—Si das aviso ya a la policía yo voy a estar en problemas. Si yo estoy en
problemas y me escapo ¡Vos vas a estar en problemas! —Juan seguía hablando
mientras lo apuntaba—, si me das un par de horas te dejo la camioneta en un
estacionamiento, sin un rasguño ¡Vos elegís!, dos horas…
—Está bien…
—¿Qué está bien?
—Es un trato, dos horas…
Juan salió con su nueva camioneta a la ruta rumbo a su casa. Bueno, no exactamente
su casa. Ya tenía un plan. Mientras tomaba el Camino del Buen Aire rumbo a
Acceso Oeste lo comenzó a aplicar. Buscó en la guantera y encontró un celular.
Un golpe de suerte. Lo activó.
—¡Hola Pato! —desde que se casaron que no la llamaba Pato—, escuchame…
—¡Hola! ¿Dónde
estás? —la voz de Patricia sonaba peligrosamente cerca de la histeria—, en el
noticiero pasaron todo ¿Cómo está Willy?
La pregunta que tanto temía se la hizo enseguida. Titubeo un poco, pero
contesto seguro:
—¡Bien!, ya debe estar llegando a Uruguay. Patricia mejor hablemos lo justo, no
creo que ya hayan interferido las llamadas, pero es peligroso hablar demás…
—¡Hubo un muerto! ¿quién fue?
Tenía que inventar algo:
—Un tal Fisu, un drogòn y cobarde
hijo de puta —Juan se estaba descargando con el traidor— ¡No hables!
¡Escuchá!... tenés que pedir un remise hasta el Shopping…
—¿Con que plata?, no tengo…
—Usá de la que te di, si no pedí. Cuando
salgas del Shopping vas a tener más de la que necesites, te lo aseguro
—Pero Juan—trató de interrumpir Patricia.
—¡No hay tiempo!, vení al Shopping, que el auto estacione cerca de la puerta
principal —Juan hablaba lento y conciso—, entrá a comprar algunas cosas con el
carrito, yo voy a estar cerca de la góndola de los congelados. Cuando me veas,
no te me acerques, no me hables… como si yo no existiera.
—Juan, por favor.
—Seguí escuchando: yo voy a tirar una llave sobre la caja de los congelados.
Vos la tomás y te vas para los locker.
La llave tiene un número, en esa casilla va a haber un bolso, te lo llevás y te
vas para el auto. El chofer te tiene que abrir el baúl. Una vez en casa, no
hagas tonterías. Nada de ir al banco, nada de comprar pavadas, vas a estar
vigilada. Escondé la plata bien, mejor si es casa. No te va a faltar nada…
—¿Cuánto?
—Cien lucas gringas —dijo Juan—, dólares más dólares menos…
—¿Y la nena? ¿Qué hago con la nena?
—Traela, mejor, menos sospechas.
—¿Y vos?
Juan hizo silencio.
—Juan ¿Y vos?
—Después de un tiempo podemos volver con Willy. Por ahora nos vamos a Brasil,
después vemos. Apurate…
—Claro, chau…
—Chau, besos.
Entró al estacionamiento del Shopping despacio. Buscó un sitio para detenerse.
Era probable que el dueño de la camioneta no le hubiera hecho caso y lo
denunciara por robo. Pero también era altamente posible que el tipo estuviera
una hora asustado y desorientado. Estaba dentro del plazo.
Era extraño como Juan había comenzado a pensar como un delincuente. Y no le
resultaba chocante el cambio. Se bajó del vehículo y entró en el vestíbulo del
edificio. En la planta superior funcionaban las salas cinematográficas y una
galería comercial. En el piso inferior seguía la galería, pero había un enorme
supermercado y un patio de comidas. Se hizo servir un café y esperó tenso.
¿Le había parecido o el guardia de seguridad pasó a su lado dos veces en los
últimos cinco minutos?
Con disimulo lo observó. El sujeto, bastante corpulento, siguió para el fondo
del local. Claro que iba hablando por el handy.
Se perdió. Pero al minuto otro custodio apareció en el salón. También tenía un handy.
Juan se levantó y fue hasta los lockers.
Puso el bolso en uno, cerró y tomó la llave. Entró en el supermercado. Caminó sin
prisa por los corredores. Otra vez el custodio grandote paso a su lado.
—¡Ahí está! —pensó excitado.
Patricia llegaba empujando un carrito con la beba en brazos. Sonrió. Él hizo un
imperceptible gesto negativo con los labios y frunció la cara. Entonces ella
miró los productos del refrigerador con falso interés.
¡Santo Dios!, la
beba le sonreía.
Juan quedó un instante suspendido en el tiempo mirando a su beba. Arrojó la llave
y aceleró el paso. No miró más para atrás.
Salió del edificio del Shopping y se dirigió a la camioneta. Encendió el motor
y esperó.
Patricia estaba luchando con el carrito y la beba que estaba llorando. ¿Tendría
fiebre, hambre o simplemente lloraba porque él se había ido?
El chofer la ayudó a poner los bultos en el baúl. Y luego arrancó rumbo al
portón de salida. Ya no faltaba nada.
Juan miró por el retrovisor. Los custodios hablaban por los handy al unísono y dos tipos de civil
señalaban su camioneta. El auto con Pato ya estaba saliendo del parking. Aceleró un poco. Los del portón
bajaron una barrera y se metieron en la garita. Juan rumbeo la camioneta hacia
la salida lentamente. Los tipos de civil echaron a correr mientras sacaban un
par de pistolas de su ropa. Juan aceleró un poco más. Del lado de la garita
salieron cuatro hombres con el uniforme negro de las Fuerzas Especiales.
—¡Alto! ¡Deténgase!
Juan escuchaba aún la voz convincente de Willy:
—No dejes que te agarren, la tumba es
peor que el infierno…
—¡Alto o disparo!
Ahora veía la carita de Noelia que sonreía.
Juan detuvo la marcha. Los policías se plantaron con sus armas enfrente. Los
otros de civil venían a la carrera por detrás.
—¡Vamos! ¡Se terminó todo! ¡Abajo y manos arriba!
Otra vez Willy:
—Es como estar en una tumba, pero vivo.
Juan tomó con deliberada lentitud el arma de la cintura. Cerró los ojos
mientras apuntaba a través del parabrisas.
Luego escuchó los
estampidos. Era mentira que toda la vida pasaba frente a los ojos del
moribundo. Sólo unas pocas sensaciones del presente:
Vidrios
astillados, el dolor lacerante que penetra la carne, la última sonrisa de
Noelia.
La oscuridad definitiva.
10 comentarios:
Hermoso.
Seguí así! Muy bueno!
Muy linda historia, te felicito.
Que talento Ricardo, espero más contenido Un abrazo desde Uruguay!!
muy bueno!!
genial!
Cuánto talento
Me alegraste la mañana, hermosa historia
Te felicito. Gran talento. Me conmovió mucho
Es buenisimo
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