Tomás
se reclinó en su asiento. Sobre la mesita había un vaso con escocés con un par
de rocas de hielo. Jugó con el índice sobre cubito haciendo círculos. Pensaba
en lo extraño que era el destino, la suerte o lo que demonios fuera. Tomó un
trago, degusto un instante en el paladar, dejó que el líquido fresco, ardoroso,
áspero y aromático descendiera lentamente por su garganta hasta el estómago.
Sintió un calor reconfortante en sus tripas y en las mejillas. Haría cerca de
un año su vida había dado un vuelco fundamental. De ser un timorato estudiante
universitario que trabajaba de noche para pagarse su carrera a viajar en
primera clase rumbo a la Isla Gran Caimán. Un lugar maravilloso en el Caribe
cercano a Cuba. Un paraíso fiscal dónde se efectuaba las más variadas
operaciones financieras y oscuras trapisondas.
El
destino se vistió de ocasión un día que fueron a un club nocturno en busca de
sexo y diversión. Eran un grupo bullanguero, pero, además, todos estudiantes de
informática. La especialidad de Tomás.
—¡Vamos
Tommy! ¿Cómo fue que entraste al sitio de ese laboratorio yanki?
—Fue
una tontería. Muy fácil —sonrió Tomás—, sólo dejé un mensajito: Tommy estuvo
aquí.
—¡Vamos!
No alardees más, ¿Cómo?
—Bueno,
como estos tipos rastrean la traza, utilicé otros servidores. Fue un trabajo
lento, pero entré en los bancos de memoria de instituciones deportivas,
colegios, bancos y otros tipos de establecimientos desde Vancouver hasta Moscú.
Desde allí empecé a descifrar las claves de acceso, ver de burlar los sistemas
de seguridad: firewall, antispyware, anti cracking, etcétera, etcétera…
—Pero,
son más sofisticados…
—Sí,
pero, aunque no lo creas, una vez que descubres la ruta es más simple de lo que
parece.
—¿Y
qué hiciste?
—Bueno,
me quedé con alguna información, les dejé mensajes encriptados, algún troyano y
una terrible preocupación. Todavía están tratando de rastrearme.
Todo
el grupo estalló en risas.
—¿Todavía
pueden seguirte el rastro? ¿Estás en peligro?
—Estoy
libre ¿No? —nuevas risas—, borré mis huellas en los otros servidores. Viaje
virtualmente de Londres a Pretoria, a Estambul, a Madrid. En cada servidor dejé
alguna sorpresa para los rastreadores. Parece que lo hice bien…
Las
risas del grupo se interrumpieron cuándo un tipo alto y trajeado se acercó a la
mesa. Llevaba un intercomunicador en la mano. Cara de pocos amigos.
—Señor,
por favor ¿Me puede acompañar?
—Pero,
sólo me estoy divirtiendo…
—Sí
señor, sólo que el señor Amir lo invita a su mesa.
Amir,
el turco, era el dueño del antro. Tomás se incorporó y siguió al
mastodonte.
El
turco fue directo al grano. Había escuchado la conversación del grupo.
Sabía de sus habilidades. Lo quería contratar. En apariencia su situación ante
el fisco dejaba mucho que desear, quería blanquear capital, que de todas
maneras tenía un origen más que dudoso. Tomás acepto.
Una
vez que comenzó su tarea, en el club mismo, fue conociendo más de la leyenda de
Amir, el turco. De primera mano. Además, él le encargó el sistema para
el manejo contable y financiero de sus negocios. Que tenían dos fuentes. La que
estaba a la vista, regenteaba el nigth club y otros locales bailables. Pero lo
que estaba oculto era más jugoso: en ellos había juego, droga y prostitución.
Un negocio debidamente protegido por algunos políticos y jueces que eran
clientes de la casa. Los comienzos del pequeño imperio del turco habían
sido las armas. Diferentes contactos, entre ellos algún corrupto de las fuerzas
armadas, le proveían de variada oferta de armamento y municiones.
En
poco tiempo Tomás pasó formar parte de un exclusivo círculo de confianza de
Amir. Su persona más cercana era Dimitri, el ruso; su mano derecha,
guardaespaldas y asesino a sueldo. En orden de importancia le seguía Rebecca,
su amante predilecta. Era una de sus pupilas, pero debido a ciertas cualidades
excepcionales, pasó a ser su mantenida de lujo. La persona con más influencia
en sus decisiones. Rebecca era inteligente, refinada y tenía cierto aire
ausente. Hablaba inglés, francés, polaco y castellano. Sus otras virtudes
saltaban a la vista. Un cuerpo perfecto, ojos verdes penetrantes y una
cabellera pelirroja como de muñeca de colección. Después de ellos dos, y
despertando los celos de muchos (inclusive de Dimitri y Rebecca), el recién
llegado. Amir había quedado fascinado con la capacidad de Tomás para blanquear
su situación con el fisco y el programa que diseñó para llevarle las cuentas.
El muchacho en un par de semanas había detectado áreas improductivas, problemas
de logística y aumentado la rentabilidad de sus activos intangibles. Estos
últimos eran precisamente: drogas, juego, prostitución, sobornos y venta de
armamento.
El
turco era espléndido con la gente que le era fiel, pero inflexible con los
traidores. La forma en que sus negocios habían prosperado era una exacta
combinación de astucia, energía, músculos y fidelidad. Exigía lo mismo de sus
subordinados.
Tomás
se dio cuenta que era un hombre de confianza la misma noche en que comprobó
hasta dónde era capaz de llegar el turco. Estaba trabajando en la oficina.
—Tommy,
vení conmigo —dijo Amir.
Se
dirigió a los fondos del antro. Ahí tenía uno de sus pasatiempos: un
serpentario con variedades de todas partes del mundo. A Tomás siempre le
impresionó ese lugar.
—Hola
¿Cómo están todos? Bueno, pasen… pasen, tenemos invitados en el galpón, un
gringo.
Amir
entró escoltado por Dimitri y otros tres matones, además de Rebecca y Tomás.
Bajo la luz cruda de un reflector estaba un tipo atado a una silla. No lucía
nada bien. Pero no era solo por las ataduras.
—¿Víctor
estás bien? ¿Querés abrir una ventana? ¡Pareces descompuesto! Estás pálido…
—No
Amir, estoy bien.
—¿Seguro?
Víctor
era uno de los tres esbirros que acompañaban a Dimitri. Sacudió la cabeza en
señal de que estaba bien. Pero se lo veía sudoroso y temblaba. Se llevó un
pañuelo a la boca.
Amir
se acercó al tipo de la silla. Le habló mientras le mostraba un frasquito.
—Gringo,
esto que tengo acá es suero antiofídico, es lo único que puede salvarte la
vida… pero todo depende de vos. Si me decís quién es el infiltrado te aplico la
inyección, si no…
El
sujeto sudaba y se revolvía en la silla, en medio de gemidos de dolor. El
turco siguió hablando:
—El
veneno de cobra actúa lentamente, todavía te queda algo de sobre vida, pero si
no hablás rápido vas a llegar a un punto en que no te puedo salvar y el resto
de tu agonía va a ser peor que esto…
—Oh!
Shit! this hurts!
—Speak
spanish, you fucking pig! —dijo mientras le pegaba un cachetazo.
—No
sé qué quiere…
—El
nombre del traidor, sólo eso y te dejo vivir
—Please
—otro cachetazo—. You are going to die…
—Okey,
the contac is Vic —dijo el moribundo.
—¿Quién?
¡En español! Maldito policía.
—Víctor
es el contacto.
El
desgraciado sacó un arma y apuntó a Amir y los demás.
—¡Yo
no quería Amir! Me obligaron, dijeron que…
No
pudo terminar. Dimitri le había provisto un arma descargada. Amir, Tomás y los
otros dos le cayeron encima.
—Gringo,
gracias —dijo el turco mientras tiraba el frasco al suelo—, pero yo no doy
segundas oportunidades ¡Llévenselo a morir a otro lado!
Al
tipo se lo llevaron entre medio de gemidos y escupiendo baba. Víctor ocupo su
lugar.
—Escuchaste
lo que dije —dijo el turco mirando a Víctor—, no doy segundas
oportunidades…
—Pero
Amir, yo…
—¡Vamos!
¡Apaguen todas las luces! Seguro que Víctor va a querer privacidad con su nueva
chica…
Mientras
se iban todos, otro de los secuaces se acercó con una bolsa de arpillera.
—Buena
chica ¡Ve a buscar a tu muchacho! ¡Buenas noches Víctor!
La
serpiente se perdió dentro del galpón, mientras Víctor gritaba.
—¡No!
¡Por favor! ¡No Amir!
Un
escalofrío recorrió el cuerpo de Tomás. Mientras el avión descendía en el Owen
Roberts Internacional Airport de George Town. El turco era impiadoso con
sus enemigos, él había entrado en esa categoría.
Un
tipo con un cartel toscamente escrito con su nombre le hizo señas:
—Señor
Tomás, por aquí —el tipo hablaba español—. Me indicaron llevarlo, una señorita
con el pelo rojo.
El
hombrote tomo el equipaje y lo acomodó en una limusina enorme. Cuando Tomás
subió se encontró una botella de escocés, un vaso y una hielera. Sobre el bar
una nota con la letra de Rebecca, algo temblorosa debido a la emoción.
“Bienvenido
amor, conseguí un chofer que habla español, se llama Ramón. Él te traerá a mis
brazos. Te ama: Rebecca”
Todo
había comenzado la misma noche en que Amir descubrió al agente de la DEA y al
traidor. Rebecca parecía particularmente vulnerable. Amir le había dicho a
Tomás que la acompañara hasta su domicilio. Todo se precipitó. El deseo, la
pasión, la juventud de Tomás y la sabiduría de ella. Ellos siguieron con sus
encuentros furtivos, tal vez acicateados por el peligro de lo prohibido. Pero
Rebecca tenía otros planes, quería dejar de ser esclava de Amir. Poco a poco
había convencido a Tomás para que la ayudara. Él comenzó a realizar
extracciones de las diferentes cuentas de negocios ilegales, las más difíciles
de controlar. Trianguló operaciones a través de cuentas fantasma en Ginebra y
Brujas, con posterior destino a George Town. Una vez que había reunido una
cantidad importante, planificaron la huida.
La
primera en partir fue ella. Con la excusa de un pariente moribundo en Varsovia,
tierra de sus ancestros. Con el ascendiente que tenía con Amir este le permitió
viajar.
Tomás
tenía la parte más peligrosa del plan. Primero dejó el sistema informático con
varios virus particularmente voraces. Después cruzó la frontera por tierra
hacia el Uruguay. Desde ahí contrató un taxi aéreo rumbo a Brasil. Desde una
pequeña población viajó vía terrestre hasta Río de Janeiro. Luego con diversas
combinaciones aéreas hasta las Islas Caimán. Extraño homenaje para un animal
tan desagradable. Siempre rondando por las aguadas en busca de animales
distraídos o heridos. Luego, mientras hace su digestión, parece lagrimear por
la presión en el esófago.
Por
lo general nunca sucede que el muchacho se quede con el botín y la chica. Pero
él tenía las cartas ganadoras, ya no podía perder. Solo quedaba encontrarse con
Rebecca y planificar a que parte del mundo iría. Convenía ser prudente. Buscar
un pueblito perdido en los Alpes Suizos, por ejemplo. O conocer los fiordos
noruegos. Siempre había querido conocer la tierra de Edvard Grieg, desde que
escuchó por primera vez Canción del sol de medianoche.
Sorbió
un poco más de whisky, un extraño cosquilleo le recorrió el cuerpo. La limusina
dejó la carretera, entró en un camino de tierra maltratado. El vehículo pego un
par de bandazos. Aquel sería el camino de acceso a uno de esos condominios
perdidos en las selvas cerca del mar.
—Rebecca
pensó en todo —sopesó.
El
vaso con licor resbaló de entre sus dedos, cayó sobre el tapizado. Tomás se
ladeo detrás del vaso, quedo inerte, pero con plena conciencia. Entonces el
vehículo se detuvo.
Un
par de manos vigorosas lo alzaron por las solapas. Quedó cara a cara con la
sonrisa desagradable de Dimitri. Otro par de manos le desgarraron la camisa, un
navajazo le cruzó el pecho. El ruso se reía con ganas. Lo arrojó al
suelo cerca de la orilla de un riacho. Estuvo un minuto tirado boca abajo sin
poder moverse. Confundido y asustado. ¿Por qué no podía moverse? ¿Por qué no
sentía las piernas ni los brazos?
—Hola
Tomás —la voz ronca del turco—, me quisiste cagar muchacho
universitario.
Tomás
quiso hablar, pero no pudo. Quería suplicar y llorar, pero no podía. De todas maneras,
sabía que sería inútil. El turco era implacable.
—¿Así
que querías escapar con ella? —señaló un automóvil negro al final del camino
cerrado.
Se
abrió una puerta trasera, un cuerpo exánime cayó al polvo. Lo que había sido
bello en algún tiempo no tan lejano ahora lucía lleno de cardenales y heridas
sangrantes. Lo único reconocible era la larga cabellera de fuego.
—Te
voy a explicar —la voz de Amir sonaba monótona, sin emociones—. Siempre supe lo
que pasaba entre ustedes. También contaba con que vos me traicionaras. Dejé que
me robaras porque yo tenía un trato especial en el banco. Todos mis activos
estaban asegurados, incluso contra robo informático. Rebecca nos rebeló las
claves de las cuentas que tenían aquí —una risa asmática antes de agregar—, fue
para ella un proceso doloroso, pero mis muchachos lo disfrutaron bastante ¡Al
fin habló! De todas maneras, te amaba, murió por vos. La tortura fue demasiado
para su resistencia. Ahora te toca a vos. Yo no doy segundas oportunidades.
¡Vamos! ¡Nos vamos!
Tomás
escuchó los autos que se iban. Sentía un hormigueo en las extremidades. Se
obligó a no mirar más a Rebecca. Si se concentraba tenía posibilidades de
escapar con vida, la hemorragia no parecía tan grave. Trató de fijar su
atención en los pequeños detalles. Un tronco flotaba en el riachuelo.
Miró
con atención cada una de sus rugosidades, hendiduras donde había algo de musgo
y barro. La corteza brillosa hasta llegar a las dos esferas sin vida que lo
miraban.
Otras
dos bestias se acercaron hasta Rebecca y comenzaron a tironear de sus piernas.
Tomás
quiso gritar.
Esta vez tampoco pudo
5 comentarios:
👏👏👏
Muy bueno 🤝🏾
👏👏👏👏
Me encantó!!
Genial
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