Primera
línea horizontal. Autodefinido. Televisión. Cinco letras: ¡Video!
Con
su prolija letra de imprenta rellenó los casilleros. Luego, como en un
rompecabezas, todas las demás palabras verticales fueron cayendo en su lugar.
Verdad. Ilusión. Demencia. Elusivo y onírico. El entretenimiento había
concluido. Todavía le quedaban por delante largas horas hasta que llegara el
relevo. De todas maneras, mucho no le interesaba ser relevado. No tenía mucho
que hacer, ni nadie con quién compartir su soledad. Pegó un sorbo de mate.
—Voy
a tener que calentar el agua, está tibio—pensó—¿Cuánto hacía que había
muerto Juliana?, diez años… ¡Diez años!
Se
levantó para calentar el agua. Y de paso apagó la radio, irónicamente sonaba
una canción de la Bersuit dónde la letra hablaba de la soledad. Se fijó en el
televisor. Todavía no comenzaba el partido de fútbol.
—En
realidad no me puedo quejar. A mi edad conseguir este trabajo había sido una
bendición. No cualquiera trabajaba en una empresa multinacional y tan bien
remunerado—trataba de consolarse—, tal vez mi falta de lazos familiares
haya influido en mi contratación. Eso y mi disposición a viajar inmediatamente
a este lugar inhóspito del sur.
El
teléfono comenzó a sonar.
—¡Si,
profesor Dalín! ya abro.
El
predio enorme estaba circundado por una doble alambrada perfectamente iluminada
por unas torres con alambres de púas. La carretera pasaba a unos cien metros y
se accedía a los laboratorios por un camino de grava. El portón eléctrico se
abrió con un suave zumbido. Inmediatamente un Porsche Carrera plateado
aceleró por el camino interno.
—¡Buenas
noches profesor Dalín! —saludó al recién llegado.
—¡Buenas
Jiménez! ¿Todo tranquilo?
—¡Demasiado!
¿Necesita algo profesor? —preguntó Jiménez.
—No,
sólo vine a trabajar tranquilo, esta es la mejor hora.
El
profesor, luego de mirarlo en forma curiosa, farfullo algo parecido a un
saludo, y a paso raudo se dirigió a lo que se conocía como La Clínica.
El
predio tenía tres grupos de edificios. El primero, dónde estaba él, era la
administración, ventas y seguridad. En el cuarto en dónde estaba podía
monitorear cada rincón del edificio y el perímetro externo. En los monitores que
tenía sobre un costado del panel de mando, disponía de imagen y sonido de
cualquier sitio del complejo. Ante cualquier irregularidad, daba la alarma y
Gendarmería y la policía local actuaban de inmediato.
El
segundo edificio tenía el centro de desarrollo de software y hardware de
realidad virtual e inteligencia artificial. No solo creaban programas para la
industria del entretenimiento, sino que además surtían a La Clínica de
otros procesos para el uso en terapias psicológicas.
El
último edificio del complejo albergaba a La Clínica. Su jefe era el
profesor Dalín. En ningún otro trabajo que hubiera tenido, había escuchado
tantas historias en tan poco tiempo sobre alguien, como sobre ese excéntrico
personaje. El tipo tenía a su cargo el tratamiento de diversas disfunciones
cerebrales a través del uso de programas de realidad virtual, terapias
ocupacionales, holografía, inteligencia artificial y otros métodos poco
convencionales.
Antes
de ver el partido decidió dar un último vistazo. Revisó sector por sector. Aún
inclusive el portón de entrada. A su costado un enorme cartel con letras de
acero inoxidable rezaba: IMAGINARIA.inc
El
partido resultó ser tedioso, friccionado y de ninguna manera atractivo.
Cambió
de canal para buscar alguna de esas películas con poco argumento, algo de sexo
y muchas explosiones.
Aquellas
eran las peores horas. Las que preceden al alba. Inciertas horas entre la noche
que se negaba a morir y la madrugada que todavía no nacía.
Inventaba
mil trucos para no dormirse, pero algún cabeceo se pegaba. La película tampoco
era de su agrado. Puso el partido de nuevo todo seguía igual… o peor si era
posible. Apagó el aparato.
Entonces
sucedió.
Un
fallo generalizado dejó todo a oscuras unos microsegundos. Cuando aún algunos
tubos fluorescentes parpadeaban los otros seguían apagados. Fue casi
instantáneo, pero aún el predio quedó totalmente a oscuras.
Rápidamente
revisó todos los sistemas.
Luego
los sectores, piso por piso y pasillo por pasillo. Todo parecía bajo control.
Excepto un monitor a su izquierda que emitía un suave destello anaranjado.
Trató de sintonizarlo, pero el resplandor de la pantalla lo atrajo. Se quedó
unos instantes mirando la pantalla. Parecía que crepitaban las llamas de una
hoguera. Como en esos ritos ancestrales: todos alrededor del fuego, o como en
los campamentos de su juventud; él veía extrañas formas bailando entre las
llamaradas. Un efecto hipnótico que lo adormecía. Quiso sacudir la cabeza para
despejarse, pero sólo pudo parpadear pesadamente mientras bostezaba. Los ojos
se le llenaron de lágrimas, antes de caer en un sueño profundo.
No
tuvo tiempo de pensar cuánto se había dormido. El pánico de que el profesor lo
hubiera visto lo despabiló de inmediato. Todos los monitores estaban
funcionando correctamente, aún el que destellaba en anaranjado.
Y
el profesor estaba trabajando en el LAB3. ¡Gracias a Dios! Solo dormitó
unos pocos minutos. No había problemas. Pero… en el monitor que enfocaba el
segundo pasillo del tercer piso algo pasaba. Acercó un poco la imagen. Control
de brillo. Un poco más de contraste. Y ¡Que carajo!...
En
el fondo del pasillo venía caminando una mujer completamente desnuda. Avanzaba
hacía la cámara. Un cuerpo perfecto y bello. Largos cabellos del color del
trigo. Cuando estuvo frente al objetivo dijo:
—¡Ven!
Los
ojos verdes miraban desafiantes, volvió a repetir:
—¡Ven!
Abrió
el cajón del escritorio y tomó el arma. Revisó el tambor y la carga estaba
completa. ¿Sería alguna amiga del profesor Dalín? ¡No!, aquel sujeto no tendría
amigas de ese tipo. Además, seguía trabajando en el laboratorio. Esta mujer no
estaba sola. Alguien le había facilitado la entrada. Él tenía que estar alerta
mientras revisaba. Atento a la mujer y los tipos que podían estar con ella.
A
poco de salir del ascensor se la encontró. En persona era aún más bella.
—Señorita,
no le quiero hacer daño, por favor levante las manos—el tono de su voz era
suave, pero algo tembloroso.
Ella
caminó hacia el con decisión. Y volvió a repetir su mantra:
—¡Ven!
—Señorita,
por favor… yo…
Ella
ya estaba a su lado. Prácticamente sin que él lo pudiera evitar apoyó sus
rozagantes senos contra su camisa. Enfundó el arma.
La
primera sensación que tuvo al abrazarla fue de sorpresa. Él imaginaba la piel
cálida y suave.
En
realidad, fue como abrazar una serpiente. La piel escamosa y gélida. Sintió el
rechazo y trató de apartarse. Era demasiado tarde. La cosa que lo tenía
abrazado estaba completamente helada. Unas fauces voraces buscaron su pecho, lo
desgarraron y tironearon separando parte del tejido de los huesos. Siguió
luchando, pero sus largos cabellos se habían transformado en una especie de
tentáculos gelatinosos que lo sostenían por la nuca. Era extraño, pero mientras
las dentelladas le arrancaban jirones de su cuerpo, él no sentía ningún dolor.
Era como si estuviera adormecido. Solo sentía correr un torrente de sangre por
su vientre, por los muslos y las piernas hasta el suelo. En medio de aquella
lucha patinó en su propia sangre y con esfuerzo supremo logró arrojar aquello
al suelo. Sintió el regusto dulzón de la sangre en su boca. Su cabeza estaba
cayendo en un charco y en un santiamén se hundió en el líquido.
Todo
se volvió rojo.
Sintió
que ya no podía respirar.
—¿Qué
opina profesor Dalín?
—¡Que
el proceso es irreversible!
—¡No!,
querido profesor, me refiero a la prueba piloto—dijo el hombre obeso y bien
trajeado, el presidente de IMAGINARIA.inc.
—Es
satisfactoria, considerando los resultados.
Dos
enfermeros estaban acomodando en una camilla el cuerpo inerme de Jiménez. Su
mirada vacua se perdía más allá del cielo raso. Por la comisura de los labios
corría un hilo de baba.
—Profesor,
creo que es más que satisfactorio.
—Según
desde que punto de vista.
—Desde
todo punto de vista ¡No me venga con estúpidos remordimientos! —tipo gordo
siguió adelante con su razonamiento—. ¡Ustedes los científicos!, primero luchan
toda una vida para desarrollar un invento. Luego, como Oppenheimer y la bomba
atómica, se arrepienten y quieren destruir lo que les llevó tanto sacrificio y
lucha. ¡No los entiendo!
—Yo
en cambio los entiendo a ustedes los mercaderes y también a los militares.
¡Todo avance tiene que transformarse en un arma para ser redituable! —dijo
amargamente el profesor Dalín.
—¡Querido
profesor!, usted no disponía de capital para desarrollar este proceso. Nuestro
Gobierno podía proporcionarle financiamiento, pero a costa de monitorear
absolutamente todo. Nosotros no sólo le conseguimos el capital, sino que
también las instalaciones en otro país amigo y mucho más… ¿cómo podríamos decir?…
tolerante.
—¡Corrupto
y servil! —el profesor estalló, tironeado por sus creencias
éticas—, estoy arrepentido, ciertamente, de haber entrado en este juego
diabólico.
—Profesor,
querido profesor, no es necesario ofuscarnos—la voz del presidente sonaba persuasiva—,
este hombre… Jiménez… usted puede tratar de revertir el proceso. Nadie va
reclamar nada. Nadie se va a preocupar por él. Estaba solo en el mundo. Es más,
usándolo a él tal vez usted logre una etapa superadora del arma psíquica. Una
etapa en dónde nuestros enemigos deseen cooperar con nosotros. Sin necesidad de
dejarlos en estado vegetativo, ni usar un ejército de ocupación.
—¡Usted
habla de esclavitud!
—¡No
profesor!, colaboración compulsiva.
—¡No
sea cínico, señor! ¡No estoy para humoradas!
El
tipo bien vestido lo miró glacialmente:
—¡Creo
que debo recordarle algo profesor!, usted es brillante y el creador del arma
psíquica. El proyecto DREAMSTORM. Un arma que actúa sobre el
inconsciente de las personas liberando todos sus temores y demonios internos,
produciendo una crisis que los deja inermes—se tomó un instante ante de agregar—
¡Pero usted no es irremplazable! ¡Y tiene ciertas obligaciones contraídas con
nosotros!
Suavizó
el tono, y le dispensó una sonrisa socarrona:
—Si
esto lo tranquiliza profesor, piense que la aplicación que usted creo salvará
muchas vidas, evitará miles mutilados, huérfanos, viudas, madres sin hijos,
destrucción de recursos naturales y lugares únicos para la Humanidad. Evitará
hambrunas y pestes. Todas las consecuencias indeseables de las guerras
convencionales. ¡No más carros de asalto! ¡No más misiles inteligentes! Sin
explosiones.
Sólo
un suave destello anaranjado en miles de monitores, televisiones, cajeros
automáticos o terminales de computadora.
Todo
habrá terminado, sin que ellos lleguen a saberlo.
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