Apareció
flotando como si viniera de la nada absoluta.
Durante
el tiempo de exploración, la tripulación había visto todo tipo de fenómenos astronómicos:
Implosiones
de supernovas, cúmulos de polvo estelar, fantásticas tormentas de vientos solares,
una galaxia pariendo estrellas enanas, aerolitos de ígneas cabelleras, trozos
de antimateria absorbiendo energía mortecina y siniestros agujeros oscuros.
Pero nunca vieron aparecer un planeta en un lugar dónde se daba por seguro que
no debía haber nada. Ninguna carta de navegación cósmica indicaba la presencia
de un cuerpo celeste en aquel cuadrante. En realidad, semejaba un planetoide
poco más grande que un cometa errante.
Descendieron
en el módulo de exploración. Dos hombres y una mujer, cada uno especializado en
diferentes disciplinas. Luego de ponerse los trajes de supervivencia subieron a
unos extraños vehículos individuales. Eran una especie de armadura que se
desplazaban sobre un complejo sistema de esferas. Cumplía múltiples propósitos:
desde laboratorio de análisis del ambiente hasta protección adicional contra
los factores externos.
Salieron
al inhóspito paraje
El
geólogo tomó algunas muestras del suelo poroso y las depositó dentro de una gaveta
del laboratorio móvil. Tal parecía que la superficie no tenía rocas ni polvo.
Era un material esponjoso que se partía como si fuera un pedazo de argamasa
fresca. Los vehículos se hundían levemente en ese extraño material.
El
otro hombre era experto en biología y, además, era el médico de abordo.
La
mujer tenía habilidades más allá de lo científico. Su mente desarrollaba empatía
con el ambiente y los seres vivos. Era de suma utilidad para entablar
relaciones con otras especies de la galaxia, pues aún sin saber el idioma
foráneo lograba comunicarse a nivel telepático. Este tipo de comunicación se
realiza con imágenes mentales abstractas, como si fueran ideogramas que
viajaran directo al inconsciente.
—Zuri
¿Algún signo de vida? —interrogó Tanak,
el geólogo y líder.
—No…
no estoy segura. —respondió ella algo desconcertada.
El
paisaje era bastante monótono, salvo por algunas lomadas y un profundo cañón
que dividía el planetoide en dos hemisferios bien marcados.
—Es
extraño —intervino Icar, el médico—, juraría que aquella loma estaba a nuestra
izquierda. ¿Seré yo que estoy desorientado?
Se
miraron confundidos al comprobar que la loma estaba al otro extremo, como si se
hubiera desplazado. Todos pensaron lo mismo, era inusual que los tres
estuvieran desorientados al mismo tiempo. En el espacio y en nuevos territorios
solía suceder una equivocación al tomar un punto de referencia, pero siempre
algún compañero enmendaba el error.
—¿Tenemos
un análisis de las muestras? —preguntó Icar sin salir de su asombro.
—Si,
pero existe otra incógnita —respondió Tanak—, no parece ser ningún mineral conocido.
Es más, por las lecturas creo que lo debes analizar, Icar.
El
médico examinó el espectrógrafo. Las lecturas le hicieron pegar un respingo.
—¿Tejido
orgánico?
—Fosilizado
—agregó Zuri
—Entonces,
¿La superficie de este planeta es una enorme cáscara fósil?
Los
dos hombres miraron a Zuri en busca de una respuesta. Ella los interrumpió con otra pregunta:
—¿Ustedes
sienten lo que yo en este momento?
—No
sé a qué te refieres; pero desde hace rato tengo una sensación como si fuera
observado por alguien. —agregó Icar aún
más desconcertado.
—Yo
en cambio siento… —Tanak se abstrajo por un segundo— angustia y tristeza.
Zuri
asintió a la vez que trató de explicarles:
—Yo
tengo esas mismas sensaciones. Parece que hubiera algo vivo pero oculto. Algo o
alguien que siente miedo.
—El
miedo es la emoción primaria más intensa —habló Icar—, si algún ser vivo
estuviera en las inmediaciones, trataría de ocultarse, es lógico.
—Si,
pero este planeta no reúne cualidades para la vida —quiso aclarar Tanak—, no
tiene atmósfera y casi sin gravedad. No se detecta agua en los alrededores y a
los rayos cósmicos no los detiene absolutamente nada —Tanak no pudo seguir hablando.
Su voz casi se quebró en llanto
—¿Qué
nos pasa Zuri? ¿Qué nos sucede?
—No
tengo una respuesta racional —respondió la mujer con voz quejumbrosa—, tengo la
impresión de que estos sentimientos me llegan desde algún punto de este
planetoide, de alguna manera los devuelvo retroalimentados a ustedes dos. Es
una especie de círculo vicioso dónde ustedes devuelven la aprensión que les
envío. Creo que tenemos dos opciones: irnos antes de que esto nos afecte en una
forma que no puedo imaginar o buscar la fuente de esta desdicha que sentimos.
Durante unos breves instantes quedaron en silencio. A través de sus
escafandras se miraron a los ojos cargados de inquietud.
—Como dije el miedo es una emoción muy fuerte que, en algunos casos,
inmoviliza y en otros hace huir —dijo Icar con falsa calma—, en mi caso
prefiero enfrentar la amenaza, que por lo general no es tan temible como uno la
había imaginado.
—¿Qué hacemos? —inquirió Zuri.
—Exploraremos por separado sin alejarnos demasiado —le respondió Tanak—,
marcaremos el territorio como una cuadrícula e iremos señalando los sitios
inspeccionados. Nos comunicaremos constantemente.
Se dispersaron en diferentes direcciones. Luego de una media hora de
búsqueda Zuri se comunicó:
—Tanak, excepto esas lomas que
nunca están en el mismo lugar, parece que todo el terreno es similar: plano,
sin rocas, sin polvo, sin un lugar dónde ocultarse.
—Yo pienso lo mismo, espérenme en su posición. Quizá debamos trepanar un poco la superficie
para ver la conformación del suelo a más profundidad. Un poco de explosivo
debería servir para hacer un hoyo…
Ambos sintieron como una oleada de pánico les recorrió el espinazo. La
sangre parecía haberse licuado en sus venas.
—¿Qué fue eso? —Icar era victima
de la misma sensación.
—Es miedo, Icar. Un
estremecimiento de terror indescriptible de algo vivo que habita este planeta —Respondió
Zuri mientras intentaba controlarse.
—¡Mira!, encontré la entrada de una gruta.
—¡Ya vamos! ¡Icar no entres solo!
Apenas se acercaba al lugar Zuri pudo darse cuenta de que su
advertencia había sido en vano. Aterrada, vio cuando Icar entraba en la cueva y
un fogonazo lo desvanecía.
—¡No! ¿Por qué no esperó? —aulló
Tanak impotente— Zuri, ¿Estará vivo aún? ¿Crees que podamos rescatarlo?
—¿Cómo Tanak? Si el rayo lo disgregó…
—¿Cuál rayo, Zuri? —la miró azorado— ¡se hundió en el fango!
Ambos se estaban desconcertados.
Luego volvieron la vista al sitio dónde vieron a Icar por última vez. No había
ninguna gruta, ninguna marca de una explosión ni tampoco ninguna ciénaga
fangosa.
—Creo
que lo mejor es volver a la nave nodriza —señaló Tanak una vez controlada la
conmoción intensa que sentía.
—Bien, Tanak, pero, ¿pudiera ser que Icar esté con vida y no lo
sepamos?
—¿Con vida? ¿Y de que manera?
—Del
mismo modo que vimos la loma en un sitio y luego en otro; pudimos ver desaparecer
a Icar, sólo que de forma diferente. Tal vez alguien o algo esta jugando con
nuestras mentes, con nuestros sentidos…
—Zuri,
creo que debemos irnos —Tanak señaló al módulo de exploración. Ahora se
encontraba inexplicablemente al otro lado de la grieta que separaba los hemisferios del planetoide.
Zuri asintió en silencio y se puso en marcha. Tenían que llegar al
módulo y una vez allí determinar que acciones tomar.
—Tanak, tenemos que ver que tan profundo es el cañón y… —silencio
repentino.
Zuri se dio vuelta para confirmar su horrible presentimiento. Detrás de
ella sólo se veía el árido paisaje.
—¡Tanak!
¡Icar! —llamó a gritos por el intercomunicador. El silencio fue toda su
respuesta. Trató de comunicarse telepáticamente, pero algo interfería con sus
facultades paranormales desde el comienzo mismo de la exploración.
—“No tengas miedo” —reverberaron millones de
voces dentro de la escafandra. ¡Dentro de su propia mente!
La hondonada era bastante pronunciada. Calculó la distancia hasta la
otra orilla. Quizás aprovechando la falta de gravedad pudiera cruzarla aprovechando
el impulso del vehículo de transporte individual; pero debía calcular bien el
impulso porque un golpe en los aparatos de supervivencia podría ser fatal.
Casi lo logra.
Una vez estaba surcando el espacio sobre el barranco, la otra orilla
comenzó a alejarse. El golpe en el borde de la hondonada fue tan fuerte como el
que recibió al final de su caída. El aparato resultó destrozado. Ella quedó con
medio torso hundido dentro de ese extraño compuesto fisiológico fosilizado.
Trató de moverse; pero a cada brazada se hundía más y más.
—“No tengas miedo” —resonó el coro de nuevo.
Mientras luchaba por escapar de esa trampa, las voces y susurros
continuaban tratando de tranquilizarla. Entonces comprendió:
Las voces ancestrales le hablaban de una conciencia superior. De un
estadio dónde todo era energía. Dónde se dejaba de lado el ser individual, la
cobertura carnal, para acceder a una inteligencia colectiva que navegaba por los
confines del tiempo y el espacio. Quiso gritar, resistirse, pero no pudo.
El traje y la escafandra adquirieron una consistencia gelatinosa. Ya
pronto aquella cosa la absorbería por completo y ella pasaría a formar parte sensible
de aquel mundo. Perdería su individualidad, su alma (¿alma?) y sería otro ser
más entre millones dando vida al planeta silencioso. Un instante antes de la
mutación escuchó dos voces conocidas:
—“Zuri,
no tengas miedo, estamos contigo…”
Zuri despertó de la profunda ensoñación. En realidad, no era una
ensoñación. Era una exploración mental de aquel planetoide silencio y
espectral.
—Creo que no debemos bajar—dijo quedamente.
Icar y Tanak la miraron perplejos.
—¿Por qué? —preguntó Tanak.
—No lo puedo explicar—dijo Zuri—, no encuentro las palabras para
explicarles. O si… una sola palabra: miedo.
(En colaboración con Andrea Victoria Álvarez)
1 comentario:
El arte está en sus escritos, todo llega... A seguir compartiendo su talento👏
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