Surgió
de la nada, cuándo pensé que ya estaba a salvo.
Por
lo general, los intrusos no se aventuraban en mi cueva.
Pude
darme cuenta que tenían miedo a la oscuridad y se movían en parejas.
Este
era la excepción. Estaba solo y armado.
Quedé
paralizado mirando su rostro dentro de la escafandra transparente.
Ese
aspecto horripilante.
Los
cabellos rubios, el gran orificio rosado bajo la prominencia en el medio de su
rostro, y sus ojos (¿serían sus ojos celestes?)
De
entre mis escamas saqué el arma y le disparé.
Un
líquido púrpura manchó su traje aislante.
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