domingo, 10 de septiembre de 2023

Temporada de caza

 

Gastón estaba terminando de acomodar las armas dentro del batán. Las municiones estaban envueltas en telas plásticas y apiladas en un rincón. En la caja de la camioneta doble cabina, llevaba dos grandes dogos argentinos. Enormes, albinos y con sus fauces rosadas llenas de baba. Los animales estaban entrenados para cazar, excitados por la proximidad de la acción. Miró el reloj y pensó:

Daniel está atrasado ¿Qué estará haciendo?

En el horizonte todavía no asomaba el más mínimo rayo de luz. Faltaba bastante para que clareara, ellos tenían que llegar temprano al coto de caza. Todavía tenían un trecho. Además, tenían que conseguir un par de buenos caballos para cruzar los vados de las marismas de los Esteros del Iberá, una belleza en el medio de la selva. Prácticamente inaccesible para gente que no fuera baqueana. Un territorio dónde se podía cazar desde búfalos de la india, hasta coatíes, lobitos de río, pecaríes y aves de todo tipo y plumaje. El lugar es un inmenso humedal de 13.000 km cuadrados de extensión, que además tenía una exuberante vegetación. Se podían encontrar jacarandás, lapachos, tilos, sauces, ceibos, espinillos y variadas formas de vegetales flotantes. Estos formaban camalotes, que además y debido a sus tamaños fuera de lo común llegaban a ser verdaderas islas flotantes. En estas formaciones vegetales habitaban aves, que hacían sus nidos en las especies arbóreas que crecían sobre esos verdaderos islotes vegetales. Además, gran cantidad de reptiles, muchos de ellos venenosos; como la víbora yarará. Pequeña, pero con un veneno poderoso y de rápida acción. Incluso se podían encontrar yacarés overos.  Los esteros varían su profundidad entre uno y tres metros, lo que lo hace un lugar ideal como hábitat del yacaré, una especie de lagarto cuya piel es muy apreciada. El problema es que este lugar era considerado una reserva natural y estaba penado por la ley cazar ciertas especies. Pero Gastón sabía muy bien que ciertos permisos extraordinarios, se tramitaban en forma más que expeditiva, con una remuneración acorde; con los venales guardas faunas o las autoridades policiales. Todo tenía su precio en metálico.

—¡Hola Gastón!

—¡Por fin! Vamos a llegar al mediodía. ¡Dale Daniel!

En el batán aparte de las armas y las municiones, llevaba conservas, agua potable, medicamentos (incluido suero antiofídico) herramientas, algunas linternas halógenas, un par de carpas de campaña y bengalas.

La camioneta salió a la ruta, tirando del batán, con su carga de humanos y perros. Gastón aceleró y encendió los faros rompe nieblas. Una bruma ligera cubría la ruta.

—¿Ya me pasaste el informe de la cuenta de Parisi?

—Si, volqué toda la información de mi notebook a tu compu—Daniel estaba pendiente de la conversación, esa actitud de vendedor nato—Parisi está al caer…

—¿Estás seguro?

—¿Y adónde más va a ir? Somos los mejores del mercado—esbozó una sonrisa—, tenemos lo que necesita, y a buen precio…

—Está bien Daniel, ahora olvidemos el asunto—le guiñó un ojo—, ocupémonos de lo que realmente importa, la caza ¿Alguna vez saliste de caza?

—Si… algunos tiritos, gallaretas, patos. ¡Qué se yo! Presas chicas…

—Bueno, acá es otra cosa—Gastón hablaba serio—, Allá es cuándo tenés que demostrar tu auténtica valía. Ese lugar no es para cualquiera, hay ciertas presas que no son fáciles de cazar…

—Si, ya se.

—Mirá, yo tengo una teoría. En estas circunstancias es cuándo el hombre es tal cuál es. Es auténtico, con todos sus miedos y actos valerosos. Acá tenés fracciones de segundos para tomar decisiones correctas, la naturaleza no perdona. Como decía Darwin, la supervivencia del más apto. Si dudas, si el miedo te paraliza, se acaba todo.

Gastón se tomó un respiro, antes de agregar:

—Tenés que estar alerta y concentrado apenas dejás este vehículo. Detrás de un espinillo puede haber una víbora cruz. En un vado puede haber un yacaré esperando. Daniel allá tenés que ser vos, sacar el indio que tenés adentro. Sos vos o ellos. Tu vida es tu fusil, no te alejes de él ni un instante. Algunos boludos, lo apoyan contra un árbol, para mirar una planta o un monito carayá. Yo vi un caso. De entre los matorrales apareció un jabalí furioso y el tipo no tuvo tiempo de tomar el arma. El chancho salvaje lo despedazó…

—Bueno Gastón, no seas fatalista…

—No lo tomés a la joda.

—Está bien, soy todo oídos.

—Cuándo caminas por la selva, el arma apuntando al piso. No queremos accidentes, como que se te escape un tiro. Si no sabés algo preguntá; nadie nació sabiendo. ¿Qué calzado trajiste?

Gastón agitó la cabeza, en negativa.

—¡Con eso vas a cruzar la selva! —se rió un instante—, ahí atrás tenés algunas botas, encontrá el número adecuado, un buen calzado puede ser la diferencia entre la vida y la muerte si una víbora te ataca de repente.

Las botas eran de cuero, gruesas, suaves y con un aislamiento ideal para la humedad.

El camino, no era como los de Misiones de tierra rojiza, pero tenía bastante color granate. Una lluvia comenzó a caer antes de llegar a la posada.

—Mejor pongo la doble tracción—dijo Gastón—, en caso de que nos atasquemos, atrás tengo un par de lingas. Vas hasta un árbol, lo rodeas con el cable y lo pasas por el malacate. Del resto me encargo yo.

—Está bien

A poco de avanzar por el camino rural, se fue estrechando hasta casi desaparecer. Entonces se toparon con la camioneta de la policía provincial. Un agente les hizo señas para detenerse.

—Buenos días, señor

—Buenos días—Gastón miró las jinetas, para saber el grado—, cabo…

—Señor, ¿hacia dónde van y por qué?

—Mire cabo, voy a llevar a mi amigo a tirar unos tiritos…

—No señor, todavía es época de veda… ¿Qué animal pensaban cazar?

—Ciervos de pantano

—Lo siento señor, pero no se puede… por favor ¿Me deja ver los permisos de las armas? ¿Tiene permiso de caza?

Gastón se quedó pensativo mirando en dirección de la camioneta.

—Disculpe cabo… ¿cabo?…

—Rodríguez, señor, cabo Rodríguez…

—¿Aquel que está al costado de la camioneta, no es el subcomisario Llorente?

—Si señor…

—Me hace el favor, llámelo…

—Pero señor, necesito ver sus documentos…

—Después, Rodríguez, después—Gastón bajó del vehículo—¡Llorente!

—¡Gastón! ¡Hijo de puta! ¿Qué hacés por acá?

Gastón le explico el problema. Después de dejar una generosa colaboración para la cooperativa policial, siguió camino sin inconvenientes.

—Gracias Llorente—le dio un apretón de manos—, ya sabés ¡Nunca me viste!

En unos pocos minutos llegó al borde de uno de los esteros, cerca de un rancho que funcionaba como hospedaje. En ese lugar conseguiría unos caballos para seguir por los vados.

—¿Cómo está don Gastón?

—Bien Rosendo, ¿Y usted? ¿Y la familia?

—Todos trabajando ¿Qué se le ofrece?

—Una caballada, digamos unos tres caballos, dos para montar y uno de refresco…

—¿Qué va a cazar don Gastón?

—Aquel es el amigo del que le hablé. Vamos a cazar algún ciervo de pantano, para llevarme un cebú no me da…

Rosendo se río algo nervioso.

—Mire patroncito, en una de esas pueda cazar un Caá Porá…

—¿Un Caá Porá? ¿De qué estás hablando hombre?

Daniel miraba desconcertado.

—Hace un par de noches, aparecieron unas diez reses muertas. Tenían marcas de zarpas, y mordidas en el cuello…

—¿Y si fuera un yaguareté?

—¿Un uturunco? No, hace años se extinguió por aquí… sólo quedan en el norte de Misiones.

—Pero vos sabés que su coto de caza puede llegar a extenderse unos ciento cincuenta kilómetros cuadrados…

—Patrón, igual es muy lejos.

El viejo se fue moviendo la cabeza.

—¿Me podés explicar de que hablaban?

—Daniel, me había olvidado de vos. Mirá, el yaguareté o uturunco es un félido de gran porte. Su nombre científico es Phantera Onca, es de la familia del puma, pero de un tamaño algo más chico. Acá se daba mucho ese animal, pero fue exterminado…

—¿Entonces?

—Hace un tiempo atrás, en Santiago del Estero fuimos atrás de un puma que provocó una mortandad semejante. Era una mamá puma, que estaba enseñando a cazar a la cría. Mato doce ovejas, nosotros la matamos a ella. Acá parece un caso similar… pero la distancia…

—Tal vez sea ese otro bicho, el caa… caa…

—¿El Caá Porá? —Gastón comenzó a reír con ganas—, eso es más improbable aún. Es un viejo mito de los indios guaraníes, un ser mítico…

—¿Y eso?

—Cuándo el conquistador llegó a estas tierras, vino con los religiosos que adoctrinaban a los indios, los cristianizaban. Estos, algunos de ellos, se convirtieron a la nueva religión. Otros, mezclaron sus creencias con la nueva religión. El Caá Porá es el primer mito diabólico que se tenga noticias. Un animal, perro o pecarí, que echa fuego por los ojos y sus fauces… un animal sobrenatural…

Ahora rieron los dos.

—Los porteños lo asocian al chupacabras, pero nada que ver, es otro mito—agregó Gastón.

—¿Y qué vamos a hacer entonces?

—Seguir con lo nuestro, vamos a echar un vistazo.

Siguieron con la camioneta bordeando el estero, hasta sector el terreno con un poco menos de vegetación.

—Vamos a hacer campamento, armar las carpas. Después voy por los caballos.

Entre los dos, y ha machete, terminaron de limpiar una parte del terreno. Después buscaron la parte más elevada del lugar y plantaron las carpas. Alrededor cavaron unos surcos, para que, en caso de lluvia, no solo hubiera declive sino también una contención extra para el agua.

Gastón se fue con la camioneta, previo desenganche del batán, y al rato volvió con los tres potros. Un alazán y dos bayos. Animales jóvenes y de buen porte.

—Bueno, vamos a explorar un poco a pie. Para vos te voy a dar este Remington 30-06, es muy seguro, tres tiros semiautomáticos, para un principiante.

Daniel estaba un poco harto de los consejos y las ironías de Gastón. Pero no dijo nada.

—Yo soy zurdo, este Ruger es de cerrojo especial, es de cinco tiros, y también 30-06… ¿te pasa algo Daniel?

—Empecemos, basta de consejos y…

—Antes, escuchá, después salimos ¿sí?

Daniel asintió, y se sentó en el tronco de un árbol.

—Mirá Daniel—Gastón estaba más serio que de costumbre—, la caza es como una gran metáfora de la vida. De los negocios. Del amor. El mundo se divide en dos clases de personas: los depredadores y las presas; siempre va a ser más saludable estar en el primer grupo. Dentro de los depredadores, existen a su vez dos subgrupos: los tramperos y los cazadores…

—No entiendo…

—No seas impaciente, escuchá—Gastón lo miró fijo—, vos sos un trampero, te falta para cazador.

Daniel esbozó una protesta, pero Gastón siguió con lo suyo.

—Dijiste que: “Parisi está al caer”, que “somos los mejores”. Así no se hacen los negocios, nadie cae por su propio peso. A Parisi hay que cazarlo, no esperar que caiga en la trampa. Cuando volvamos, yo voy a salir a cazarlo. Y no se me va a escapar.

—¡Pero yo hice un buen trabajo!

—Si, potencialmente sos un gran vendedor. El problema es cuándo uno se cree mejor de lo que realmente se es, no hay que perder la humildad. Y tratar de mejorar aprendiendo de los mejores—Gastón hizo una breve pausa—, yo tengo planes para vos, vas a tener que viajar…

—Te dije Gastón que no quiero irme a vivir lejos del país.

—Te voy hacer una propuesta que no vas a poder rechazar.

—Creo que escuché esa frase en algún lado

Gastón esbozó una sonrisa enigmática.

—En el cine… El padrino, Don Vito Corleone, era el que hacia la propuesta que no se podía rechazar.

—Claro

-Está atardeciendo, mejor nos movemos, y hablando de Don Vito, esperá que traigo el dogo.

—¡No me digas que se llama Don Vito…!

—Claro, y aquel Michael.

Michael y Don Vito abrieron la marcha. Estaban agitados, olfateaban todo el terreno, se movían en forma nerviosa. Pero luego de un trecho, su andar se volvió más cauto. Miraban constantemente las indicaciones de Gastón.

—Allá Don Vito… busque… busque...

Los perros parecían un equipo, sus movimientos eran armónicos. En un instante se quedaron en un sitio mirando hacia la orilla del estero. Un cervatillo joven, un ciervo de los pantanos, estaba pastando.

—Por acá… ¡silencio—Indicó Gastón quedamente. Se agachó, y describió un amplio circulo hacia a la derecha del cervatillo.

—El viento viene del Este, puede olfatearnos… prepará el arma...

Daniel tiró con delicadeza de la palanca, el arma hizo un sonido apagado al cargarse. Gastón ya estaba apuntando a la presa.

—Dale… ¡Vamos! ¡Fuego!

Los estallidos fueron simultáneos, y el ciervo cayó pesadamente.

—¡Bravo! ¡Así se hace! Empezamos con el pie derecho.

Se acercó y miró orgulloso al animal. Luego vendría con la camioneta, le cortaría la cabeza y se la entregaría al taxidermista para que haga su trabajo.

Los perros comenzaron a ladrar, algo agitaba los matorrales.

—¡Vamos! ¡Busquen! ¡Busquen!

Los dos siguieron el rastro en los pajonales que se agitaban. Se escuchó una especie de ronquido y luego un chillido agudo.

Los dos hombres recargaron las recámaras de los fusiles y echaron a correr tras los perros. En un claro encontraron a los perros en plena lucha. En el medio del claro se encontraba un pecarí de buen tamaño. Estaba herido, y bufaba, mientras arremetía contra Michael. El perro lo eludió, y salto delante de él. El pecarí estaba desorientado siguiendo los movimientos del perro que saltaba amenazante por el frente. Entonces descuidó la retaguardia. Fue un error táctico. El dogo lo ataco mordiéndole parte de la entrepierna y los genitales. La pobre bestia cayó dando chillidos agudos sobre su vientre.

Daniel miraba algo impresionado. Michael seguía saltando de un lado al otro. Don Vito no aflojaba su presa. Gastón se acercó cuchillo en mano. El pecarí lanzó un grito que parecía una plegaria, que de todas maneras no sería escuchada. Gastón puso el filo del cuchillo bajo el cogote del animal y pegó un golpe seco. La cabeza saltó prácticamente seccionada del resto del cuerpo y la sangre formó un charco oscuro y pegajoso.

—Ya está, podemos volver al campamento.

Gastón ató el pecarí con unas sogas y lo trasladó.

—Vamos hacer un cochinito a las brasas—se rió, en tanto Daniel ponía cara de asco.

El resto de la tarde se les pasó, en ir a buscar el cervatillo; acomodar sus cosas, y preparar todo para la cena.

—¿Y? ¿Se te pasó la impresión?

—Si.

—¿Está rico?¿Verdad?

—Si, muy bueno—aceptó Daniel, mientras bebía un trago de vino tinto—¿Cómo está Amanda?

—Bien… ¿Qué se te dio por preguntar por ella?

—¡Que se yo! Pensé, como te aguanta que vuelta a vuelta la dejás sola…

—Ella siempre encuentra algo que hacer—Gastón lo miró fijo—, mañana, va a empezar la mañana en la pileta. Luego personal trainer. Después, club de tenis. Allí, almuerzo en el club house, con sus amigas.

—Te sabés toda la rutina…

—Hace bastante que estamos juntos, yo tengo mi libertad, y ella… ella disfruta de una vida tranquila, sin apremios.

Daniel sonrió, mientras mordisqueaba un hueso.

—Nunca me dijiste como llegaste a ser el número uno del negocio, ¿que pasó con la competencia?

—Primero, jamás me creo el número uno—Gastón seguía mirándolo recto a los ojos—Segundo, yo jamás juego limpio. Cuando creo que tengo una piedra en el zapato, simplemente lo sacudo. Eso pasó con la competencia. Los tipos se creyeron los mejores, mientras yo compraba deuda en los mercados secundarios. Cuando tuve una masa crítica de acciones y bonos, les hice una oferta hostil. No aceptaron. Pero era una oferta que no podían rechazar, si no me vendían la compañía, el precio de las acciones se iban al diablo.

—Todos los días se aprende algo a tu lado—dijo Daniel.

—Tengo pensado abrir una representación en Brasil, algo chico para empezar…

—No, Gastón, acá estoy bien—se adelantó Daniel.

—Yo que vos aceptaría, en realidad no es un ofrecimiento, es una propuesta…

—¡Que no voy a poder rechazar! —Daniel lanzó una risotada.

—Es así mismo—el tono de la voz de Gastón era glacial—, es una salida elegante, vos te convertiste en una piedra en mi zapato…

La noche había caído sobre los esteros. Unos cuántos grillos y otros animales comenzaron su concierto nocturno.

—¿De qué estás hablando?

—¿Considerás que la compañía fue algo importante para vos? —el tono pretérito de la pregunta lo incomodó a Daniel.

—Si, todo lo que se lo aprendí de vos…

—O sea, ¿que yo soy algo así como un padre laboral?

—Si…

—Entonces… ¿Por qué sos tan hijo de puta conmigo?

Daniel sintió que la sangre se le helaba en las venas. Una sospecha horrible, casi una certeza, iluminó su confiada mente.

—¿Por qué me decís eso?

—¿Cuánto hace que salís con Amanda?

Ahora la sangre se le retiró por completo del cuerpo.

—¿¡Te pensás que soy idiota!? —la voz de Gastón seguía siendo aterradoramente fría—, yo no llegué hasta dónde estoy, sin saber todo lo que pasa a mi alrededor… ¡tarado!.

—Pero… yo—Daniel tenía tanto terror, que la voz se le quebró casi en un llanto.

—Amanda siempre me fue infiel, pero yo se lo toleré. Creo que de alguna manera la amo, y la necesito. Entonces me hacía el boludo con sus… deslices—Gastón tomó una bocanada de aire—, pero tu caso es distinto por varios motivos.

Los ojos de Gastón seguían firmes y sin pestañear los de Daniel, casi como una víbora cobra encanta a su víctima.

—El primero, vos comiste de mi mano. No me podés hacer un feo de esa naturaleza…

—Pero yo…

Gastón puso el dedo índice sobre sus labios.

—Tenés que pagar, porque además la boluda se enamoró de vos… ¿entendés?

—Entonces, viajo a dónde sea, Gastón no te voy a volver a fallar…

—¡Lo siento! La oferta caducó. Ahora no hay viaje que valga. ¿Sabes por qué?

—No.

—Por qué además me quisiste cagar el negocio, rata—Gastón seguía diciendo las cosas más duras, con una voz suave y monótona—¿Para qué? Para quedarte con mi mina y mi guita…

—No, no ¿Quién te dijo eso?

—Ella, boludo—Daniel lo miró al borde del llanto—. Cuando vio que se quedaba sin nada, optó por confesar, y entregarte atado de pies y manos. Las putas son todas así, Danielito, lástima que ya es tarde para aprender…

—¿Qué vas a hacer?

—Acá, soy un poco menos que Dios—dijo Gastón, señalando toda la selva a su alrededor—, puedo decir que un animal salvaje te atacó y después de unas semanas encontrarían tus restos en algún pantano, por ahí.

Ahora sí, Daniel empezó a sollozar, mientras un líquido tibio le corría por la entrepierna.

—O si no, ¡Accidente de caza! ¡Pum!, chau Danielito, ¡hasta la vista baby!.

El llanto de Daniel le desfiguraba el rostro, un hilo de baba le corría por la comisura de los labios.

—La venganza es un plato que sabe mejor frío. Otra enseñanza de Don Vito—una risa ahogada de Gastón—, pero encontré una solución a nuestro problema más… ¿como te podría decir?, una solución más deportiva.

Daniel paró de llorar, un poco de ilusión le dio esperanzas.

—En realidad, son dos las opciones—dijo Gastón, mientras tomaba un cuchillo de supervivencia a ancha hoja y se lo arrojaba a los pies de Daniel—la primera, duelo a muerte, a cuchillo, mano a mano, sin reglas ni límites.

Daniel comenzó a negar con su cabeza, mientras sollozaba de nuevo.

—No, Gastón, no hagas esa locura… yo no puedo…

—¿Rechazas la opción uno?

Agitó la cabeza asintiendo.

—Entonces vamos al plan B, y definitivo—Gastón se regodeaba—, como no tenés huevos para un duelo mano a mano, la segunda propuesta es huida: a través de la selva.

—¿Cómo huida?

—Tenés una hora de ventaja, el único camino posible es por allá—señaló Gastón a sus espaldas—, por allá están los esteros, llenos de víboras y yacarés. Por allá la selva, y sólo Dios sabe que puede haber ahí adentro… más de noche.

Daniel quería hablar, pero el llanto se lo impedía.

—Daniel, dejá de llorar y entra a correr. El tiempo está corriendo, ya pasaron dos minutos. Si llegás la posada, sos hombre libre. Son cuatro kilómetros más o menos. ¡Vamos! ¡Vos podés!, hace interesante la caza.

Se incorporó, y con el cuerpo aún tembloroso, salió corriendo hacia los oscuros matorrales.

Gastón se levantó y fue hasta el batán. De entre los bultos sacó una escopeta que estaba envuelta en telas plásticas, una caja de cartuchos, y algunos elementos para limpiar el arma.

—Ya, Don Vito, ya vamos—tranquilizó al animal.

Se sentó en el suelo y desarmó el paquete. Una hermosa escopeta Víctor Sarrasqueta, calibre 20, toda labrada y con culata de madera. Primero tomó un esparadrapo y lo pasó por la superficie. Después desamartilló el arma y con un trapo secó el lubricante que sobraba. En el momento del disparo un exceso de este lubricante, produce un acre olor peculiar, algo molesto. Después revisó los cañones. En este caso el lubricante produce una expansión de las municiones muy peligrosa. Tomó una baqueta y pasó un poco de cáñamo a su alrededor. Después la movió en forma ascendente y descendente en el primer cañón. A continuación, retiró el cáñamo y pasó la baqueta sola, para retirar cualquier rastro de pólvora pegado. Al hacer la misma operación en el segundo caño del arma tuvo que cambiar de baqueta. El segundo cañón es de boca más angosta. El primero, se supone que la presa está cerca, por lo tanto, la boca es más amplia para que las municiones se abran antes y cubran un mayor radio de impacto. El segundo, es de boca más chica, pues al estar la presa en huida, la carga se necesita que salga más concentrada, que se abra más lejos.

—Media hora, Don Vito—dijo mirando al perro, mientras cargaba sendos cartuchos—, yo nunca juego limpio. Mejor nos movemos, ¡vamos, chico! ¡Busque!

El perro avanzó rumbo a la vegetación, detrás Gastón se ponía el cuchillo dentro de la bota y la escopeta mirando al piso. Lo siguió.

Entre las malezas algo palpitaba. Algo respiraba. Ese algo olisqueó el aire y bufó. Sus ojillos malévolos miraron a través de los espinillos. Esos ojos rojizos parecían despedir chispas como una hoguera.

Ahora ese algo olfateó el rastro y comenzó a seguir a sus futuros trofeos.

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