Gastón
estaba terminando de acomodar las armas dentro del batán. Las municiones
estaban envueltas en telas plásticas y apiladas en un rincón. En la caja de la
camioneta doble cabina, llevaba dos grandes dogos argentinos. Enormes, albinos
y con sus fauces rosadas llenas de baba. Los animales estaban entrenados para
cazar, excitados por la proximidad de la acción. Miró el reloj y pensó:
—Daniel
está atrasado ¿Qué estará haciendo?
En
el horizonte todavía no asomaba el más mínimo rayo de luz. Faltaba bastante
para que clareara, ellos tenían que llegar temprano al coto de caza. Todavía
tenían un trecho. Además, tenían que conseguir un par de buenos caballos para
cruzar los vados de las marismas de los Esteros del Iberá, una belleza en el
medio de la selva. Prácticamente inaccesible para gente que no fuera baqueana.
Un territorio dónde se podía cazar desde búfalos de la india, hasta coatíes,
lobitos de río, pecaríes y aves de todo tipo y plumaje. El lugar es un inmenso
humedal de 13.000 km cuadrados de extensión, que además tenía una exuberante
vegetación. Se podían encontrar jacarandás, lapachos, tilos, sauces, ceibos,
espinillos y variadas formas de vegetales flotantes. Estos formaban camalotes,
que además y debido a sus tamaños fuera de lo común llegaban a ser verdaderas
islas flotantes. En estas formaciones vegetales habitaban aves, que hacían sus
nidos en las especies arbóreas que crecían sobre esos verdaderos islotes
vegetales. Además, gran cantidad de reptiles, muchos de ellos venenosos; como
la víbora yarará. Pequeña, pero con un veneno poderoso y de rápida acción.
Incluso se podían encontrar yacarés overos. Los esteros varían su profundidad entre uno y
tres metros, lo que lo hace un lugar ideal como hábitat del yacaré, una especie
de lagarto cuya piel es muy apreciada. El problema es que este lugar era
considerado una reserva natural y estaba penado por la ley cazar ciertas
especies. Pero Gastón sabía muy bien que ciertos permisos extraordinarios, se
tramitaban en forma más que expeditiva, con una remuneración acorde; con los
venales guardas faunas o las autoridades policiales. Todo tenía su precio en
metálico.
—¡Hola
Gastón!
—¡Por
fin! Vamos a llegar al mediodía. ¡Dale Daniel!
En
el batán aparte de las armas y las municiones, llevaba conservas, agua potable,
medicamentos (incluido suero antiofídico) herramientas, algunas linternas
halógenas, un par de carpas de campaña y bengalas.
La
camioneta salió a la ruta, tirando del batán, con su carga de humanos y perros.
Gastón aceleró y encendió los faros rompe nieblas. Una bruma ligera cubría la
ruta.
—¿Ya
me pasaste el informe de la cuenta de Parisi?
—Si,
volqué toda la información de mi notebook a tu compu—Daniel estaba pendiente de
la conversación, esa actitud de vendedor nato—Parisi está al caer…
—¿Estás
seguro?
—¿Y
adónde más va a ir? Somos los mejores del mercado—esbozó una sonrisa—, tenemos
lo que necesita, y a buen precio…
—Está
bien Daniel, ahora olvidemos el asunto—le guiñó un ojo—, ocupémonos de lo que
realmente importa, la caza ¿Alguna vez saliste de caza?
—Si…
algunos tiritos, gallaretas, patos. ¡Qué se yo! Presas chicas…
—Bueno,
acá es otra cosa—Gastón hablaba serio—, Allá es cuándo tenés que demostrar tu
auténtica valía. Ese lugar no es para cualquiera, hay ciertas presas que no son
fáciles de cazar…
—Si,
ya se.
—Mirá,
yo tengo una teoría. En estas circunstancias es cuándo el hombre es tal cuál
es. Es auténtico, con todos sus miedos y actos valerosos. Acá tenés fracciones
de segundos para tomar decisiones correctas, la naturaleza no perdona. Como
decía Darwin, la supervivencia del más apto. Si dudas, si el miedo te paraliza,
se acaba todo.
Gastón
se tomó un respiro, antes de agregar:
—Tenés
que estar alerta y concentrado apenas dejás este vehículo. Detrás de un
espinillo puede haber una víbora cruz. En un vado puede haber un yacaré
esperando. Daniel allá tenés que ser vos, sacar el indio que tenés adentro. Sos
vos o ellos. Tu vida es tu fusil, no te alejes de él ni un instante. Algunos
boludos, lo apoyan contra un árbol, para mirar una planta o un monito carayá.
Yo vi un caso. De entre los matorrales apareció un jabalí furioso y el tipo no
tuvo tiempo de tomar el arma. El chancho salvaje lo despedazó…
—Bueno
Gastón, no seas fatalista…
—No
lo tomés a la joda.
—Está
bien, soy todo oídos.
—Cuándo
caminas por la selva, el arma apuntando al piso. No queremos accidentes, como
que se te escape un tiro. Si no sabés algo preguntá; nadie nació sabiendo. ¿Qué
calzado trajiste?
Gastón
agitó la cabeza, en negativa.
—¡Con
eso vas a cruzar la selva! —se rió un instante—, ahí atrás tenés
algunas botas, encontrá el número adecuado, un buen calzado puede ser la
diferencia entre la vida y la muerte si una víbora te ataca de repente.
Las
botas eran de cuero, gruesas, suaves y con un aislamiento ideal para la
humedad.
El
camino, no era como los de Misiones de tierra rojiza, pero tenía bastante color
granate. Una lluvia comenzó a caer antes de llegar a la posada.
—Mejor
pongo la doble tracción—dijo Gastón—, en caso de que nos atasquemos, atrás
tengo un par de lingas. Vas hasta un árbol, lo rodeas con el cable y lo pasas
por el malacate. Del resto me encargo yo.
—Está
bien
A
poco de avanzar por el camino rural, se fue estrechando hasta casi desaparecer.
Entonces se toparon con la camioneta de la policía provincial. Un agente les
hizo señas para detenerse.
—Buenos
días, señor
—Buenos
días—Gastón miró las jinetas, para saber el grado—, cabo…
—Señor,
¿hacia dónde van y por qué?
—Mire
cabo, voy a llevar a mi amigo a tirar unos tiritos…
—No
señor, todavía es época de veda… ¿Qué animal pensaban cazar?
—Ciervos
de pantano
—Lo
siento señor, pero no se puede… por favor ¿Me deja ver los permisos de las
armas? ¿Tiene permiso de caza?
Gastón
se quedó pensativo mirando en dirección de la camioneta.
—Disculpe
cabo… ¿cabo?…
—Rodríguez,
señor, cabo Rodríguez…
—¿Aquel
que está al costado de la camioneta, no es el subcomisario Llorente?
—Si
señor…
—Me
hace el favor, llámelo…
—Pero
señor, necesito ver sus documentos…
—Después,
Rodríguez, después—Gastón bajó del vehículo—¡Llorente!
—¡Gastón!
¡Hijo de puta! ¿Qué hacés por acá?
Gastón
le explico el problema. Después de dejar una generosa colaboración para la
cooperativa policial, siguió camino sin inconvenientes.
—Gracias
Llorente—le dio un apretón de manos—, ya sabés ¡Nunca me viste!
En
unos pocos minutos llegó al borde de uno de los esteros, cerca de un rancho que
funcionaba como hospedaje. En ese lugar conseguiría unos caballos para seguir
por los vados.
—¿Cómo
está don Gastón?
—Bien
Rosendo, ¿Y usted? ¿Y la familia?
—Todos
trabajando ¿Qué se le ofrece?
—Una
caballada, digamos unos tres caballos, dos para montar y uno de refresco…
—¿Qué
va a cazar don Gastón?
—Aquel
es el amigo del que le hablé. Vamos a cazar algún ciervo de pantano, para
llevarme un cebú no me da…
Rosendo
se río algo nervioso.
—Mire
patroncito, en una de esas pueda cazar un Caá Porá…
—¿Un
Caá Porá? ¿De qué estás hablando hombre?
Daniel
miraba desconcertado.
—Hace
un par de noches, aparecieron unas diez reses muertas. Tenían marcas de zarpas,
y mordidas en el cuello…
—¿Y
si fuera un yaguareté?
—¿Un
uturunco? No, hace años se extinguió por aquí… sólo quedan en el norte de
Misiones.
—Pero
vos sabés que su coto de caza puede llegar a extenderse unos ciento cincuenta
kilómetros cuadrados…
—Patrón,
igual es muy lejos.
El
viejo se fue moviendo la cabeza.
—¿Me
podés explicar de que hablaban?
—Daniel,
me había olvidado de vos. Mirá, el yaguareté o uturunco es un félido de gran
porte. Su nombre científico es Phantera Onca, es de la familia del puma,
pero de un tamaño algo más chico. Acá se daba mucho ese animal, pero fue
exterminado…
—¿Entonces?
—Hace
un tiempo atrás, en Santiago del Estero fuimos atrás de un puma que provocó una
mortandad semejante. Era una mamá puma, que estaba enseñando a cazar a la cría.
Mato doce ovejas, nosotros la matamos a ella. Acá parece un caso similar… pero
la distancia…
—Tal
vez sea ese otro bicho, el caa… caa…
—¿El
Caá Porá? —Gastón comenzó a reír con ganas—, eso es más
improbable aún. Es un viejo mito de los indios guaraníes, un ser mítico…
—¿Y
eso?
—Cuándo
el conquistador llegó a estas tierras, vino con los religiosos que adoctrinaban
a los indios, los cristianizaban. Estos, algunos de ellos, se convirtieron a la
nueva religión. Otros, mezclaron sus creencias con la nueva religión. El Caá
Porá es el primer mito diabólico que se tenga noticias. Un animal, perro o
pecarí, que echa fuego por los ojos y sus fauces… un animal sobrenatural…
Ahora
rieron los dos.
—Los
porteños lo asocian al chupacabras, pero nada que ver, es otro mito—agregó
Gastón.
—¿Y
qué vamos a hacer entonces?
—Seguir
con lo nuestro, vamos a echar un vistazo.
Siguieron
con la camioneta bordeando el estero, hasta sector el terreno con un poco menos
de vegetación.
—Vamos
a hacer campamento, armar las carpas. Después voy por los caballos.
Entre
los dos, y ha machete, terminaron de limpiar una parte del terreno. Después
buscaron la parte más elevada del lugar y plantaron las carpas. Alrededor
cavaron unos surcos, para que, en caso de lluvia, no solo hubiera declive sino
también una contención extra para el agua.
Gastón
se fue con la camioneta, previo desenganche del batán, y al rato volvió con los
tres potros. Un alazán y dos bayos. Animales jóvenes y de buen porte.
—Bueno,
vamos a explorar un poco a pie. Para vos te voy a dar este Remington 30-06,
es muy seguro, tres tiros semiautomáticos, para un principiante.
Daniel
estaba un poco harto de los consejos y las ironías de Gastón. Pero no dijo
nada.
—Yo
soy zurdo, este Ruger es de cerrojo especial, es de cinco tiros, y
también 30-06… ¿te pasa algo Daniel?
—Empecemos,
basta de consejos y…
—Antes,
escuchá, después salimos ¿sí?
Daniel
asintió, y se sentó en el tronco de un árbol.
—Mirá
Daniel—Gastón estaba más serio que de costumbre—, la caza es como una gran
metáfora de la vida. De los negocios. Del amor. El mundo se divide en dos
clases de personas: los depredadores y las presas; siempre va a ser más
saludable estar en el primer grupo. Dentro de los depredadores, existen a su
vez dos subgrupos: los tramperos y los cazadores…
—No
entiendo…
—No
seas impaciente, escuchá—Gastón lo miró fijo—, vos sos un trampero, te falta
para cazador.
Daniel
esbozó una protesta, pero Gastón siguió con lo suyo.
—Dijiste
que: “Parisi está al caer”, que “somos los mejores”. Así no se hacen los
negocios, nadie cae por su propio peso. A Parisi hay que cazarlo, no esperar
que caiga en la trampa. Cuando volvamos, yo voy a salir a cazarlo. Y no se me
va a escapar.
—¡Pero
yo hice un buen trabajo!
—Si,
potencialmente sos un gran vendedor. El problema es cuándo uno se cree mejor de
lo que realmente se es, no hay que perder la humildad. Y tratar de mejorar
aprendiendo de los mejores—Gastón hizo una breve pausa—, yo tengo planes para
vos, vas a tener que viajar…
—Te
dije Gastón que no quiero irme a vivir lejos del país.
—Te
voy hacer una propuesta que no vas a poder rechazar.
—Creo
que escuché esa frase en algún lado
Gastón
esbozó una sonrisa enigmática.
—En
el cine… El padrino, Don Vito Corleone, era el que hacia la propuesta
que no se podía rechazar.
—Claro
-Está
atardeciendo, mejor nos movemos, y hablando de Don Vito, esperá que traigo el
dogo.
—¡No
me digas que se llama Don Vito…!
—Claro,
y aquel Michael.
Michael
y Don Vito abrieron la marcha. Estaban agitados, olfateaban todo el terreno, se
movían en forma nerviosa. Pero luego de un trecho, su andar se volvió más
cauto. Miraban constantemente las indicaciones de Gastón.
—Allá
Don Vito… busque… busque...
Los
perros parecían un equipo, sus movimientos eran armónicos. En un instante se
quedaron en un sitio mirando hacia la orilla del estero. Un cervatillo joven,
un ciervo de los pantanos, estaba pastando.
—Por
acá… ¡silencio—Indicó Gastón quedamente. Se agachó, y describió un amplio
circulo hacia a la derecha del cervatillo.
—El
viento viene del Este, puede olfatearnos… prepará el arma...
Daniel
tiró con delicadeza de la palanca, el arma hizo un sonido apagado al cargarse.
Gastón ya estaba apuntando a la presa.
—Dale…
¡Vamos! ¡Fuego!
Los
estallidos fueron simultáneos, y el ciervo cayó pesadamente.
—¡Bravo!
¡Así se hace! Empezamos con el pie derecho.
Se
acercó y miró orgulloso al animal. Luego vendría con la camioneta, le cortaría
la cabeza y se la entregaría al taxidermista para que haga su trabajo.
Los
perros comenzaron a ladrar, algo agitaba los matorrales.
—¡Vamos!
¡Busquen! ¡Busquen!
Los
dos siguieron el rastro en los pajonales que se agitaban. Se escuchó una
especie de ronquido y luego un chillido agudo.
Los
dos hombres recargaron las recámaras de los fusiles y echaron a correr tras los
perros. En un claro encontraron a los perros en plena lucha. En el medio del
claro se encontraba un pecarí de buen tamaño. Estaba herido, y bufaba, mientras
arremetía contra Michael. El perro lo eludió, y salto delante de él. El pecarí
estaba desorientado siguiendo los movimientos del perro que saltaba amenazante
por el frente. Entonces descuidó la retaguardia. Fue un error táctico. El dogo
lo ataco mordiéndole parte de la entrepierna y los genitales. La pobre bestia
cayó dando chillidos agudos sobre su vientre.
Daniel
miraba algo impresionado. Michael seguía saltando de un lado al otro. Don Vito no
aflojaba su presa. Gastón se acercó cuchillo en mano. El pecarí lanzó un grito
que parecía una plegaria, que de todas maneras no sería escuchada. Gastón puso
el filo del cuchillo bajo el cogote del animal y pegó un golpe seco. La cabeza
saltó prácticamente seccionada del resto del cuerpo y la sangre formó un charco
oscuro y pegajoso.
—Ya
está, podemos volver al campamento.
Gastón
ató el pecarí con unas sogas y lo trasladó.
—Vamos
hacer un cochinito a las brasas—se rió, en tanto Daniel ponía cara de asco.
El
resto de la tarde se les pasó, en ir a buscar el cervatillo; acomodar sus
cosas, y preparar todo para la cena.
—¿Y?
¿Se te pasó la impresión?
—Si.
—¿Está
rico?¿Verdad?
—Si,
muy bueno—aceptó Daniel, mientras bebía un trago de vino tinto—¿Cómo está
Amanda?
—Bien…
¿Qué se te dio por preguntar por ella?
—¡Que
se yo! Pensé, como te aguanta que vuelta a vuelta la dejás sola…
—Ella
siempre encuentra algo que hacer—Gastón lo miró fijo—, mañana, va a empezar la
mañana en la pileta. Luego personal trainer. Después, club de tenis. Allí,
almuerzo en el club house, con sus amigas.
—Te
sabés toda la rutina…
—Hace
bastante que estamos juntos, yo tengo mi libertad, y ella… ella disfruta de una
vida tranquila, sin apremios.
Daniel
sonrió, mientras mordisqueaba un hueso.
—Nunca
me dijiste como llegaste a ser el número uno del negocio, ¿que pasó con la
competencia?
—Primero,
jamás me creo el número uno—Gastón seguía mirándolo recto a los ojos—Segundo,
yo jamás juego limpio. Cuando creo que tengo una piedra en el zapato,
simplemente lo sacudo. Eso pasó con la competencia. Los tipos se creyeron los
mejores, mientras yo compraba deuda en los mercados secundarios. Cuando tuve
una masa crítica de acciones y bonos, les hice una oferta hostil. No aceptaron.
Pero era una oferta que no podían rechazar, si no me vendían la compañía, el
precio de las acciones se iban al diablo.
—Todos
los días se aprende algo a tu lado—dijo Daniel.
—Tengo
pensado abrir una representación en Brasil, algo chico para empezar…
—No,
Gastón, acá estoy bien—se adelantó Daniel.
—Yo
que vos aceptaría, en realidad no es un ofrecimiento, es una propuesta…
—¡Que
no voy a poder rechazar! —Daniel lanzó una risotada.
—Es
así mismo—el tono de la voz de Gastón era glacial—, es una salida elegante, vos
te convertiste en una piedra en mi zapato…
La
noche había caído sobre los esteros. Unos cuántos grillos y otros animales
comenzaron su concierto nocturno.
—¿De
qué estás hablando?
—¿Considerás
que la compañía fue algo importante para vos? —el tono pretérito
de la pregunta lo incomodó a Daniel.
—Si,
todo lo que se lo aprendí de vos…
—O
sea, ¿que yo soy algo así como un padre laboral?
—Si…
—Entonces…
¿Por qué sos tan hijo de puta conmigo?
Daniel
sintió que la sangre se le helaba en las venas. Una sospecha horrible, casi una
certeza, iluminó su confiada mente.
—¿Por
qué me decís eso?
—¿Cuánto
hace que salís con Amanda?
Ahora
la sangre se le retiró por completo del cuerpo.
—¿¡Te
pensás que soy idiota!? —la voz de Gastón seguía siendo
aterradoramente fría—, yo no llegué hasta dónde estoy, sin saber todo lo que
pasa a mi alrededor… ¡tarado!.
—Pero…
yo—Daniel tenía tanto terror, que la voz se le quebró casi en un llanto.
—Amanda
siempre me fue infiel, pero yo se lo toleré. Creo que de alguna manera la amo,
y la necesito. Entonces me hacía el boludo con sus… deslices—Gastón tomó una
bocanada de aire—, pero tu caso es distinto por varios motivos.
Los
ojos de Gastón seguían firmes y sin pestañear los de Daniel, casi como una
víbora cobra encanta a su víctima.
—El
primero, vos comiste de mi mano. No me podés hacer un feo de esa naturaleza…
—Pero
yo…
Gastón
puso el dedo índice sobre sus labios.
—Tenés
que pagar, porque además la boluda se enamoró de vos… ¿entendés?
—Entonces,
viajo a dónde sea, Gastón no te voy a volver a fallar…
—¡Lo
siento! La oferta caducó. Ahora no hay viaje que valga. ¿Sabes por qué?
—No.
—Por
qué además me quisiste cagar el negocio, rata—Gastón seguía diciendo las cosas
más duras, con una voz suave y monótona—¿Para qué? Para quedarte con mi mina y
mi guita…
—No,
no ¿Quién te dijo eso?
—Ella,
boludo—Daniel lo miró al borde del llanto—. Cuando vio que se quedaba sin nada,
optó por confesar, y entregarte atado de pies y manos. Las putas son todas así,
Danielito, lástima que ya es tarde para aprender…
—¿Qué
vas a hacer?
—Acá,
soy un poco menos que Dios—dijo Gastón, señalando toda la selva a su alrededor—,
puedo decir que un animal salvaje te atacó y después de unas semanas
encontrarían tus restos en algún pantano, por ahí.
Ahora
sí, Daniel empezó a sollozar, mientras un líquido tibio le corría por la
entrepierna.
—O
si no, ¡Accidente de caza! ¡Pum!, chau Danielito, ¡hasta la vista baby!.
El
llanto de Daniel le desfiguraba el rostro, un hilo de baba le corría por la
comisura de los labios.
—La
venganza es un plato que sabe mejor frío. Otra enseñanza de Don Vito—una risa
ahogada de Gastón—, pero encontré una solución a nuestro problema más… ¿como te
podría decir?, una solución más deportiva.
Daniel
paró de llorar, un poco de ilusión le dio esperanzas.
—En
realidad, son dos las opciones—dijo Gastón, mientras tomaba un cuchillo de
supervivencia a ancha hoja y se lo arrojaba a los pies de Daniel—la primera,
duelo a muerte, a cuchillo, mano a mano, sin reglas ni límites.
Daniel
comenzó a negar con su cabeza, mientras sollozaba de nuevo.
—No,
Gastón, no hagas esa locura… yo no puedo…
—¿Rechazas
la opción uno?
Agitó
la cabeza asintiendo.
—Entonces
vamos al plan B, y definitivo—Gastón se regodeaba—, como no tenés huevos para
un duelo mano a mano, la segunda propuesta es huida: a través de la selva.
—¿Cómo
huida?
—Tenés
una hora de ventaja, el único camino posible es por allá—señaló Gastón a sus
espaldas—, por allá están los esteros, llenos de víboras y yacarés. Por allá la
selva, y sólo Dios sabe que puede haber ahí adentro… más de noche.
Daniel
quería hablar, pero el llanto se lo impedía.
—Daniel,
dejá de llorar y entra a correr. El tiempo está corriendo, ya pasaron dos
minutos. Si llegás la posada, sos hombre libre. Son cuatro kilómetros más o
menos. ¡Vamos! ¡Vos podés!, hace interesante la caza.
Se
incorporó, y con el cuerpo aún tembloroso, salió corriendo hacia los oscuros
matorrales.
Gastón
se levantó y fue hasta el batán. De entre los bultos sacó una escopeta que
estaba envuelta en telas plásticas, una caja de cartuchos, y algunos elementos
para limpiar el arma.
—Ya,
Don Vito, ya vamos—tranquilizó al animal.
Se
sentó en el suelo y desarmó el paquete. Una hermosa escopeta Víctor
Sarrasqueta, calibre 20, toda labrada y con culata de madera. Primero tomó
un esparadrapo y lo pasó por la superficie. Después desamartilló el arma y con
un trapo secó el lubricante que sobraba. En el momento del disparo un exceso de
este lubricante, produce un acre olor peculiar, algo molesto. Después revisó
los cañones. En este caso el lubricante produce una expansión de las municiones
muy peligrosa. Tomó una baqueta y pasó un poco de cáñamo a su alrededor.
Después la movió en forma ascendente y descendente en el primer cañón. A
continuación, retiró el cáñamo y pasó la baqueta sola, para retirar cualquier
rastro de pólvora pegado. Al hacer la misma operación en el segundo caño del
arma tuvo que cambiar de baqueta. El segundo cañón es de boca más angosta. El
primero, se supone que la presa está cerca, por lo tanto, la boca es más amplia
para que las municiones se abran antes y cubran un mayor radio de impacto. El
segundo, es de boca más chica, pues al estar la presa en huida, la carga se
necesita que salga más concentrada, que se abra más lejos.
—Media
hora, Don Vito—dijo mirando al perro, mientras cargaba sendos cartuchos—, yo
nunca juego limpio. Mejor nos movemos, ¡vamos, chico! ¡Busque!
El
perro avanzó rumbo a la vegetación, detrás Gastón se ponía el cuchillo dentro
de la bota y la escopeta mirando al piso. Lo siguió.
Entre
las malezas algo palpitaba. Algo respiraba. Ese algo olisqueó el aire y bufó.
Sus ojillos malévolos miraron a través de los espinillos. Esos ojos rojizos
parecían despedir chispas como una hoguera.
Ahora
ese algo olfateó el rastro y comenzó a seguir a sus futuros trofeos.
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